Centenares de músicos que en la segunda mitad de los noventa ni siquiera habían nacido, vuelven a poner de moda el estilo consagrado por Goldie y llevado al gran público por David Bowie o Everything But The Girl.
El drum’n’bass, cuya traducción rudimentaria al castellano vendría a ser algo así como bajo y batería (es decir, los dos instrumentos que conforman la sección rítmica de cualquier banda de pop o de rock), es una derivación de la música electrónica que vivió su máximo momento de fulgor en la segunda mitad de los años noventa. Ritmos rotos. Ritmos acelerados. También ritmos sin fin.
Asociado muchas veces con el jungle -que esencialmente es casi lo mismo, aunque este suele ser más agresivo, menos sofisticado y más purista en su uso de la electrónica- , fue popularizado por artistas británicos como Goldie, LTJ Bukem, Photek. 4 Hero, Krust o Dillinja, aunque en el ámbito del pop mainstream pocos hicieron más por darlo a conocer a un público neófito que los Everything But The Girl del álbum Walking Wounded (1996) o el David Bowie de Earthling (1997).
Ambos se apuntaron al carro de un estilo que estaba de moda entre 1994 y 1999, regido por un frenético sentido del ritmo y una burbujeante sucesión de beats entrelazados, que hacían de él tanto una fantástica excusa para el baile como también una puerta abierta al futuro de la música popular de aquel momento.

El género provenía de la eclosión de la electrónica post rave de principios de los noventa en Reino Unido: las masivas congregaciones de música con DJs al aire libre ya habían sido prohibidas, se imponían los recintos cerrados, bajo techo y generalmente oscuros como alternativa para el baile en grupo (es la época en la que empiezan a proliferar las macrodiscotecas, pero también las fiestas clandestinas en pisos y garajes) y también es plausible considerar que, a medida que las drogas disminuían su calidad (los primeros días del MDMA ya quedaban lejos), también los ritmos necesitaban ser más rápidos para mantener a la concurrencia en danza. Básicamente, lo que ocurrió en los Países Bajos con el gabber o en la costa valenciana con el mal llamado bakalao, en definitiva.
El drum’n’bass, siempre propenso a la fusión
A diferencia de esos estilos que hemos mencionado, el drum’n’bass sí era un estilo que permeaba en públicos mucho más amplios. No se mantuvo en la marginalidad ni en el underground. Con excepciones, claro. Que en todos los géneros hay fundamentalistas. Pero la naturaleza de sus componentes, que se dejaban empapar del jazz, del funk o del soul, siempre lo hicieron más apto para suavizar sus contornos. Basta escuchar discos como los exquisitos Colours (1997) de Adam F o el Two Pages (1998) de 4 Hero.
Ni David Bowie continuó practicándolo ni tampoco Everything But The Girl lo llevaron mucho más allá. Ni tampoco parece que Ben Watt y Tracey Thorn lo vayan a rescatar en su vuelta a la actividad tras 23 años. Pero asombra comprobar cómo el drum’n’bass ha experimentado un repunte espectacular en los últimos dos o tres años, sobre todo en manos de muchos músicos que, por edad, o no habían nacido o no tenían uso de razón en su era de esplendor.

Casi treinta años después
De hecho, es muy posible que sea el estilo de música puramente británico que ha experimentado un mayor revival en los últimos tiempos. Y su eco llega no solo a artistas ingleses o españoles: hasta una figura tan teóricamente alejada de todo esto como el puertorriqueño Rauw Alejandro, en su momento reggaetonero de pro (desde hace un tiempo, pareja de Rosalía) se permitió darle cabida al drum’n’bass en uno de sus últimos discos.
También lo hacen valores emergentes del pop de las islas británicas como Shygirl, PinkPantheress, For Those I Love o Mall Grab, veteranos como The Orb, figuras tan consolidadas como Kae Tempest (en su fabuloso nuevo single, el que da comienzo a la playlist que ilustra este artículo) y apóstoles del free jazz como los The Comet Is Coming de Shabaka Hutchings.
Y en España, son ya legión los músicos jóvenes (y hablamos de quienes tienen entre veinte y treinta años) que se marcan al menos una canción dentro de sus respectivos discos en los que el drum’n’bass es protagonista: Jimena Amarillo, Rojuu, Aina Koda, dani, Gazella, La Plata o Margarita Quebrada, entre muchos otros. Muchos de ellos forman parte de la playlist que hemos confeccionado, que puede serviros como puerta de entrada a este apabullante revival del género.

Razones para un resurgir
¿Cómo es posible que tanta gente se sienta identificada con un género que hasta ahora considerábamos tan asociado a los años noventa? Quizá sean los vaivenes de la música popular, cifrados en torno a ciclos de veinte años. O quizá sea que la sociedad de entonces no es tan diferente a la de hoy: si a finales de los noventa predominaba el miedo al futuro, la inquietud ante el efecto 2000 y cierto desasosiego en torno a nuestra creciente dependencia de la tecnología en un entorno vital cada vez más frenético y sobreocupado con mil actividades, puede decirse que hoy en día todas aquellas amenazas se han hecho reales, con la sobreaceleración que inspiran las redes sociales, la precariedad laboral multiplicada y la necesidad de evasión más presente que nunca. De hecho, muchos de los brotes de drum’n’bass en la actualidad van ligados al hyperpop y a la psicodelia, estilos esencialmente escapistas, que imaginan otros mundos. Como bien apunta Chuck Klosterman en su reciente libro Los noventa (2023), los jóvenes que en los noventa criticaban el exceso de comercialidad son hoy en día los jóvenes que critican directamente los desmanes del capitalismo.
Sea como sea, si algo está claro es que el drum’n’bass, en sus múltiples formas y mutaciones, sigue siendo una música especialmente indicada para explicar (e incluso bailar) nuestro presente.
Foto de portada: Rojuu