Charlamos con el director de la serie ambientada en el circuito valenciano de discotecas de los ochenta y noventa, aclamada por la crítica y recientemente premiada en los Feroz.
El cineasta Borja Soler (València, 1983) es, junto a Roberto Martín Maiztegui, el creador de La Ruta (2022), serie emitida por AtresPlayer Premium, que acaba de ganar tres premios Feroz: mejor guion para el propio Borja Soler, Roberto Martín Maiztegui, Clara Botas, Silvia Herreros de Tejada y Pablo Remón, premio a la mejor serie dramática y premio al mejor papel protagonista para la actriz madrileña Claudia Salas.
Reconocimientos que se suman a los parabienes de la crítica. Francamente merecidos, por su apuesta formal por una hábil y compleja estructura en forma de flashback, con paréntesis temporales de dos años (desde 1993 a 1981) y por un tratamiento que, sin dejar de ser una sólida ficción que recrea la amistad de cinco amigos entre sus 18 y sus 30 años, se aleja por completo del sensacionalismo y de las visiones tópicas acerca de lo que ocurrió en el circuito de discotecas al sur de la ciudad de València durante los años ochenta y parte de los noventa.
Hablamos por zoom con Borja para que nos cuente más cosas sobre la serie.
Mi primera impresión tras verla es que funciona igual de bien como serie en la Ruta que como serie sobre la Ruta. Es decir, que su trama puede enganchar a cualquiera que no sepa qué fue aquello, y al mismo tiempo a quien sí lo vivió. ¿Buscabais eso?
Sí, era fundamental. De los cuatro creadores, quien estaba más cerca del contexto era yo. Soy el único valenciano. Es verdad que me pilló más tarde, porque soy del 83. He estado en algunas de estas discotecas pero más tarde, en la resaca de todo aquello. Y cuando fui a Puzzle o a The Face con 16 o 17 años, iba un poco obligado. No era el ambiente que me gustaba en aquella época ni la música que escuchaba a esa edad. Al tener esa mirada distanciada, fría, nos pasó con los primeros capítulos, ambientados en 1993 y 1991, que mucha gente que sí la había vivido nos decía que no estábamos contando cosas de la Ruta. Nos decían: «si no la has vivido, no la puedes contar». Había algo emocional en eso. La Ruta nos interesaba mucho a nivel estético y musical, pero nos interesaba mucho más a nivel de personajes. Al final es una historia de cinco amigos y cómo cambia esa relación durante doce años. Y de cómo se relacionan ellos con sus familias, porque en la serie es muy importante la relación entre padres e hijos. Nos dimos cuenta de que esa generación de jóvenes era la primera en España que era muy diferente a la de sus padres. La mía ya no lo fue tanto. Las formas de salir por la noche y de experimentar con drogas les hacía muy diferentes a sus padres.
Comentabais en una charla que disteis con los actores hace unos días en el CCCC de València, moderada por la periodista Mariola Cubells, que el casting había sido muy exhaustivo: un auténtico trabajo de días que iba más allá de lo que se estila. ¿Crees que esa es la clave para la química tan especial que se establece entre los cinco actores principales?
Sí, es algo que requiere tiempo e implicación por parte de los actores. En la segunda fase de casting queríamos dedicar tiempo a cada uno de ellos y empezar a combinarlos. Los has trabajado en guion durante mucho tiempo pero luego alguien los tiene que interpretar. Entre los personajes de Lucas y Marc, los dos hermanos, ves que de repente surge algo mágico que no te habías imaginado, y que funciona. Eso y los ensayos eran algo fundamental. Para mí el objetivo era que el grupo de cinco actores ya fueran amigos cuando llegáramos a València a grabar, y eso fue un mes después de empezar a trabajar con ellos en Madrid. Ensayos grupales, muchas veces fuera del local de ensayo, cenas juntos, un pase de texto en una discoteca… todo iba encaminado a eso. Por ejemplo, el personaje de Toni, que interpreta Claudia Salas, nosotros lo definíamos como la rutera profesional, la que va cambiando según la época y es la que tiene la estética más agresiva, la que sale más horas y nunca tiene fin, porque no quiere llegar a casa por el secreto familiar que tiene ahí… pero Claudia Salas en su vida normal es una persona que no sale por la noche. Obviamente, son actores y su trabajo es interpretar a otras personas. Pero cuando quieres contar las cosas con tanta piel y tan de verdad, ese tipo de dinámicas ayudaban. Y a mí me ayudaban a conocerles mejor. Y cuando llegas a rodar hay una familiaridad. Es verdad que no se suelen hacer este tipo de castings tan exhaustivos, por lo que me comentaban ellos. En la serie Antidisturbios (2020), yo dirigí dos capítulos, y sus actores también estaban muy agradecidos por los ensayos, ya que semanas antes de empezar a rodar ya les estábamos diciendo qué era lo que queríamos de ellos y cómo queríamos hacerlo.

De hecho, Claudia Salas es de Vallecas y cuando hace de la Toni parece directamente de Sueca. Ya que comentas lo de Antidisturbios (2020), te quería preguntar por vuestra productora, Caballo Films. ¿Dirías que hay un sello común a todo lo que hacéis, por muy distintas que sean las temáticas? Te lo digo porque tanto películas como Que Dios nos perdone (2016), El Reino (2018) o As Bestas (2022) como cualquiera de las series que acometéis, destilan un realismo que en ocasiones se aproxima a lo documental, y sobre todo suprimen cualquier subrayado superfluo, muchas veces mediante las elipsis, como tratando al espectador como alguien adulto que no necesita que le expliquen todo. Una mirada nada paternalista hacia el espectador.
Te agradezco la apreciación, que encajo como un piropo a nuestro trabajo. Yo creo que responde al cine y las series de televisión que nos gustaba ver como espectadores. Es un tópico, pero es real. Al final, como cineastas, directores, guionistas o productores, vamos a ser más espectadores que cualquiera de esas facetas. Vamos a ver mucho más de lo que vamos a hacer. La idea es encontrar ese camino y tratar al espectador como un adulto. Y no dar por hechas ciertas cosas. Es verdad que en cine siempre eres un poco más libre. En televisión, no tanto. Pero hemos tenido en el caso de Antidisturbios (2020) y de La Ruta (2022) a dos cadenas de televisión, como son Atresplayer y Movistar +, que nos han dejado mucho espacio para trabajar, y eso es fundamental. También tienes que pelear ciertas cosas. Me encuentro con muchos compañeros del sector que producen cosas que igual no son las que yo vería como espectador. Nosotros tenemos la suerte, a día de hoy, y toco madera, de que hemos podido producir cosas que nos gustaría ver como espectadores. Y que no nos da vergüenza verlas.
Supongo que, como dices, es también un toma y daca. En La Ruta (2022) los papeles principales no están interpretados por actores valencianos, pero al menos sí hay parte de una de las subtramas familiares que se desarrolla en valenciano subtitulado al castellano.
Yo tenía clarísimo que el valenciano tenía que estar. El sistema de trabajo tampoco es que estés todos los días con una persona de la cadena enfrente tuyo con quien estás peloteando las ideas… no, esto es fruto de estar un tiempo trabajando y equis tiempo más tarde te reúnes con la cadena o le enseñas directamente los avances o le cuentas por dónde vas a ir. Yo sabía que, como mínimo, había una trama personal que debía desarrollarse en valenciano. Antes de reunirme con la cadena para comentarles este aspecto, empecé a preguntarme si había habido otro caso en la televisión estatal en la que el valenciano o incluso el catalán tuvieran esa presencia, y sin que se doble para el resto de España, que sería algo que no tendría sentido. Y por suerte, no fue tan complicado que lo entendieran. Si hubieran sido dos tramas personales en valenciano, seguramente la negociación hubiera sido distinta. Pero lo entendieron. Vas midiendo y vas sabiendo hasta dónde puedes llegar. Y en este caso, yo esto me lo llevé como una medalla. Que al menos Toni y su familia hablen en valenciano y en muchos otros momentos de la serie escuchemos expresiones valencianas, con normalidad.
«En Caballo Films hacemos las series y películas que nos gustaría ver como espectadores, y que no nos dé luego vergüenza verlas».
Se nota que habéis contado para documentaros con los libros de Joan Oleaque y Luis Costa, y con los consejos y asesoramiento de DJs y personajes de la época, como Fran Lenaers, Tony Vidal «El Gitano», Carlos Simó, etc… todos ellos aparecen representados en la serie, ya sea mediante cameos, papeles en los que se les da vida o pequeños guiños o pinceladas. Al igual que todas las discotecas importantes del circuito, como Puzzle, Barraca, Spook, Chocolate, Espiral o ACTV. Incluso uno de los personajes menciona La conjura de las danzas, el espacio radiofónico de Jorge Albi. ¿Fue fácil lograr que esa especie de café para todos, ese trabajo de no dejar a nadie fuera, se integrase con naturalidad en la trama?
Por un lado hay un trabajo de pensar en el contexto de cada capítulo, y por otro de pensar en qué les pasa a los personajes. Tenemos a una persona del guion pensando en el contexto, definiendo que eso en concreto tiene que estar en ese capítulo. Por ejemplo, lo que mencionas de La conjura de las danzas: ¿Cuándo empieza a emitirse el programa y cuándo termina? Pues a partir de ahí se define que aparezca en el capítulo del 86. Eran detalles que debían funcionar, y que luego también pasaban el filtro de Joan (Oleaque), que era un documentalista a quien dejamos bastante manga ancha no para entrar a escribir diálogos, sino para que nos dijera, por ejemplo, cómo entraría algo como lo de La conjura de las danzas – por seguir con ese ejemplo – en una conversación. ¿Qué tipo de personas lo escuchaban? ¿Era un programa de nicho, underground o era más abierto? Bueno, pues si era un programa un poco más underground, tiene sentido que quienes hablen de él sean Marc, que es un experto en música, con el cura Enric, que es otro loco de la música que está muy al loro de lo que se lleva y de toda la vanguardia musical del momento. Funcionaba así a todos los niveles. Por ejemplo, en el primer capítulo, cuando están en Espiral, que tienen esa bronca en el parking con un tío que está subido al coche y medio ligando con Toni, y que Marc está medio volado, Sento entra a separarlos, y le dice algo así como «¿a que no quieres que llame al mudo?». Pues bien, «el mudo» es un empleado de seguridad que en esa época estaba en Espiral, y que era como un armario. Eso a nosotros nos lo dice uno de los dueños de Espiral cuando le entrevistamos. Cuando te entrevistas mucho con ellos, llegas a cosas concretas. ¿Metemos al «mudo» en la entrada o lo metemos en la conversación? Pues esa especie de pelea y el personaje de Sento, que explica la parte empresarial, nos sirve para introducir esa referencia. Era un trabajo a esos dos niveles.

¿Os ha sorprendido la buena acogida general de la serie por parte del público y de la crítica?
A principio, al emitirse la serie semana a semana, yo lo viví como siete estrenos. Sobre todo porque cada capítulo era muy diferente: cambiaba la época, cambiaba la música. Yo estaba especialmente preocupado por el público de València, porque sabía que ahí es donde podíamos tocar hueso, en muchos sentidos. Durante los primeros cuatro o cinco capítulos yo estaba muy pendiente de todo lo que me pudiera llegar de València. Estaban los grupos de facebook de pioneros de la época, también estaba muy conectado con Fran Lenaers y con Joan Oleaque a ver qué les iba llegando a ellos del mundillo, y lo que llegaba no era nada bueno. Es mi percepción. Eso de «cómo se nota que no lo han vivido». Eso que te comentaba antes de «si no lo has vivido, no puedes contarlo». Es verdad que era una crítica muy de entraña. No había un análisis. Sí que es verdad que las críticas que llegaban de los medios especializados en València eran buenas. Pero siempre estás intentando saber qué opinan los pioneros de los años ochenta, estos grupos de facebook cuyas fotografías nos han servido tanto para inspirarnos y nutrirnos de su estética, su vestuario… y lo que nos llegaba no era nada bueno. Luego ocurrió una cosa, a partir del último capítulo que se emitió, que fue el 25 de diciembre, que ya estaban en la plataforma todos los capítulos, y había mucha gente que se había esperado a entonces para verla como quisiera. Y a partir de ahí sí tuve la sensación de que la gente que lo vio sin tener que esperar semana a semana la disfrutó de otra forma, que creo que es algo que le viene bien a la serie. Porque es una serie que exige bastante al espectador. Le obliga a rellenar muchos huecos. Y si tiene la opción de ver tres o cuatro capítulos seguidos, porque lo necesita para entender hacia dónde vamos a ir, es mejor así. Solo lo puede hacer si tiene todos los capítulos. Ojo, que me he ido a la peor de las situaciones para no decirte que en realidad estamos encantados, porque a nivel de prensa y de crítica, casi todo ha sido muy positivo. Aunque a nivel de público tampoco lo sabes muy bien, porque la plataforma no te da datos y yo no sé cuánta gente ha visto la serie. No sé si ha sido muy vista o poco vista. Supongo que a partir de los premios Feroz puede tener una segunda vida. Y también es verdad que si esta serie estuviera en Netflix, por ejemplo, la habría visto muchísima más gente, pero seguramente tampoco podríamos haber hecho la misma serie que hemos hecho en Atresplayer Premium. Así que no me quejo, en absoluto.
A mí es de las pocas series que me invitan a volver a verla en sentido inverso. Del capítulo ocho al uno, que es el orden cronológico. Como valenciano que eres, aunque lleves años viviendo en Madrid, ¿crees que a los valencianos en general les falta capacidad de articular un buen relato en torno a sus logros?
En el caso de la Ruta, está clarísimo que sí. Yo soy valenciano, he estado en estas discotecas, y no tenía ni idea de lo que pasaba en ellas treinta años antes de poner un pie en ellas. Y como yo, mucha otra gente. Si nosotros como valencianos no lo sabemos, pues ya imagínate la proyección que puede tener fuera. Tampoco ayuda un país en el que la comunicación y los agentes culturales están en Madrid y en Barcelona. Me parece que eso no ayuda nada. Igual lo digo más desde la perspectiva de alguien que se dedica al cine y a la televisión, pero creo que no hay una red en València que invite a unir fuerzas. Muchas de las cosas que pasan en València se quedan en València. En València, desde València y para València. No sé si me explico. Si nos comparamos con Catalunya, el País Vasco o Galicia… el novo cinema galego, por ejemplo, son cineastas gallegos con miradas similares, aunque con miradas diferentes entre sí, que obviamente han tenido que recibir una política cultural que les empujara, y que hiciera que en el resto de festivales europeos entiendan que Lois Patiño y compañía están ahí. En Cannes o en Locarno. Y me voy a Galicia precisamente por no irme a las comparaciones más tópicas, con el País Vasco o Catalunya, que es muy obvio. Las directoras de cine catalanas que ya se han convertido en directoras muy consolidadas, por ejemplo. Me niego a creer que en València no haya talento.
«Las fotografías de los pioneros de la Ruta en los ochenta, esta cosa como castiza levantina, a mí estéticamente me atrae muchísimo».
Por cierto, que La Ruta se aleja conscientemente de la imagen tópica del «Levante feliz». De la estampa soleada de cuadro de Sorolla. Es verdad también que os enfrentasteis a unas semanas de rodaje con mal tiempo, que no es lo habitual. Pero la serie no se regodea en la tópica luminosidad valenciana, más bien al contrario.
Sí, nos pillaron un par de semanas de mal tiempo en los capítulos centrales, pero más allá de eso, a la hora de buscar localizaciones y el tono de la serie, para mí era importante porque todos los referentes a nivel musical eran anglosajones. Y hay algo ahí que se transmite a la dirección artística y a las localizaciones, especialmente. No ir a lo típico, a los campos de arroz y a la Albufera. Eso no me inspiraba nada para contar esta historia. Este rollo de postal no iba ni con el espíritu de esta serie ni con el de la Ruta o la movida valenciana. No había mucha bibliografía con la que documentarse, al margen del libro de Joan Oleaque y el de Luis Costa. Nuestra base de documentación, de tono, de atmósfera, eran las fotografías de los ruteros. Y en todas esas fotografías había algo que a mí me atrae muchísimo, que es esta cosa como castiza levantina. Que los interiores tuvieran gotelé, que los exteriores de las discotecas tuvieran polvo, ese ambiente que se ve en todas aquellas fotografías.
Me da la impresión, por el público que vi el día de la charla en València, y por lo que detecto en muchos músicos valencianos, de que la serie ha conectado con mucha gente muy joven, de entre 20 y 30 años, que no ha llegado a vivir ni la resaca de todo aquello, y que posiblemente tenga una imagen hasta idealizada de lo que fue.
Estoy de acuerdo. Yo me vine a estudiar a Madrid en 2004. Desde entonces no he vuelto a vivir en València. Vuelvo de vez en cuando, obviamente, para ver a mi familia. Pero he vivido un proceso desde fuera, de ver cómo ha cambiado la imagen de los valencianos. Cuando llegué a Madrid, te daba a veces un poco de vergüenza decir que eras valenciano por todos aquellos años de política convulsa que hemos tenido y que nos daba a los valencianos una identidad que tiene que ver con el corsario pirata y ladrón. Y como la Ruta es algo que nos define tanto… no sé si a ti te habrá pasado, pero a mí como valenciano muchas veces es como que te definían como un festero y como un corrupto. Eran los dos pilares que nos definían. Y de repente, políticamente, cambia todo aquello. Cambia muchísimo la mirada hacia la política, y nace un orgullo, como de decir «parece que ya hemos enterrado todo aquello», y la otra pata identitaria es los polígonos, las discotecas, el tuning, y surgen muevas miradas hacia aquella época, como en su momento fue el libro de Joan Oleaque. Y hay un orgullo en reivindicar eso. Creo que especialmente en València, la gente joven se puede sentir atraída ya no solo por una romantización, sino por ese orgullo de que durante una época no había que irse a Madrid o a Barcelona para experimentar la vanguardia. Que no había que ir allí para molar. Creo que sienten que sus padres molaban. Lo que pasa es que ellos no se lo creen. Y ahora de repente hay varios discursos y relatos que lo certifican. Yo creo que todo eso tiene algo que ver.

La serie también muestra muchas referencias a la apertura del IVAM y del Palau de la Música, y a los inicios de Canal 9, la televisión autonómica. Incluso hace un cameo Josep Ramon Lluch, uno de sus primeros presentadores, que no sé si hace de sí mismo, por una de las conversaciones que mantiene la familia de Toni.
Sí, en realidad esa conversación hace referencia no a su programa, que es el que aparece en el capítulo uno y es Carta Blanca, el anterior a Calle Vosté, Parle Vosté. El programa del que están hablando es El show de Joan Monleón. Para mí era fundamental que estuviera Canal 9 en ese año 93. Y que estuviera el guiño a la repercusión del crimen de Alcàsser, cuando salen las niñas haciendo auto stop, y una de ellas hace un comentario en broma sobre eso. Me parecía importante que esa cultura mediática estuviera ahí pululando. En esos dos primeros capítulos, los de 1993 y 1991, la cámara mantiene cierta distancia con los personajes, porque queríamos transmitir la idea visual de un ambiente algo más prefabricado, más de diseño, que tiene que ver con el relato de los medios de comunicación de entonces o con el formato del videoclip. Del capítulo cuatro en adelante, es una cámara viva que está encima de los personajes, un formato más documental. Creo que funciona bien como telón de fondo del recuerdo que tenemos de aquellos años.
«Al valenciano se le ha visto durante años como al corsario pirata y ladrón; muchas veces te definían como festero y corrupto».
Ya que mencionas el papel de los medios de comunicación, me hizo mucha gracia escuchar a Carles Francino hablando por la radio en el capítulo dos, el de 1991, dando la noticia del acceso de Rita Barberà a la alcaldía de València. Supongo que en cierto modo fue como una forma de congraciarse tras aquel documental que él presentó en 1993 en Canal +, «Hasta que el cuerpo aguante», que fue demoledor por la imagen que proyectaba de un fenómeno ya muy decadente.
Sí, demoledor totalmente. Esto es algo que le voy a agradecer muchísimo a Francino. Él no era del todo consciente del peso que tuvo en València aquel documental. Pero cuando yo contacté con él, ya lo sabía. Él nos entrevistó cuando estábamos a mitad del rodaje: hicimos una conexión con Mariola Cubells desde València, con Ricardo (Gómez) y Àlex (Monner), y nos entrevistó. Y le dimos un poco de caña con aquello. Es un tío majísimo, y lo entendió, porque ya le había llegado a sus oídos que aquel documental había hecho mucho daño y que en ciertos círculos no se le recordaba muy bien. Él se justificó diciendo que se limitó a presentarlo, porque además creo que fue una producción francesa, creo que de los inicios de Canal +, supongo que no tendrían entonces un departamento de producción suficientemente asentado. A partir de ahí mantuvimos cierta comunicación y le propuse que grabara un cameo para la serie. Y tratándose del capítulo de 1991, que es cuando entra Rita Barberá la alcaldía con los votos de Unió Valenciana, que fue algo importante, pues la verdad es que fue muy generoso, lo grabó y ahí está. Estuvo encantado desde el primer momento. Y no hay mucha gente que lo identifique. No me lo ha dicho mucha gente.
Me llama mucho la atención la conexión con Ibiza, que inspira incluso la segunda parte de la serie. Un accidente aéreo allí condiciona toda la trama. Y el personaje principal, Marc, termina la serie yéndose a pinchar allí, como cerrando el círculo. La movida gallega fletó un tren en los ochenta para ir a Madrid a vender su trabajo, mientras que la valenciana se fue un fin de semana de fiesta a Ibiza en 1987. Hay una conexión, aunque musicalmente la Ruta y el sonido balearic tuvieran pocos puntos en común.
Lo de Ibiza no surge tanto de la mirada desde València hacia la isla, que sabíamos que existía y era muy particular, como de la situación que se daba allí. Hubo en Ibiza un momento de crisis a principios de los noventa, que coincide con la crisis económica y con la ley que obligaba a las discotecas a poner techo sobre sus pistas de baile. Que estuvieran a cielo abierto había sido uno de sus grandes reclamos. Y dentro de esas crisis hay algunos empresarios ibicencos que se traen a algunos DJs valencianos. Esto es lo que nos sonaba, así como el escalón que da el DJ en Ibiza en cuanto a popularidad, equiparándose a la rock star. Se convierten en grandes estrellas en Ibiza. Igual más a mediados de los noventa o finales, pero esta cosa de bajar de un avión y que lo primero que veas es la cara de un DJ en un soporte publicitario, ocurre allí por primera vez. Al escribir la primera temporada no estábamos pensando en la segunda. Pensábamos más en el salto cualtitativo de Marc cuando se va de València para trabajar en una macrodiscoteca en Ibiza. Ahora estamos profundizando más en el asunto. Sí que sabemos que 1987 es un año importante para lo que fue luego Ibiza, por el viaje de estos tres DJs ingleses (Danny Rampling, Nicky Holloway y Paul Oakenfold), que se enamoran de la isla y del balearic, que es algo totalmente opuesto a lo que tenían en Inglaterra: esas discotecas como bunkers oscuros. La vinculación con Ibiza venía más por ahí, por cómo nuestro protagonista puede dar ese paso de saltar a las grandes ligas.

Se me hace complicado imaginar la transición de una temporada a otra, porque son escenas muy distintas. Por el tipo de música, por el tipo de discotecas y por su propia clientela.
Hay una imagen de Marc muy potente, que nos ayuda mucho, que es cómo le hemos dejado al final de la primera temporada, con su chupa negra, sus gafas de sol, su cara blanca de no haber dormido y todo vestido de negro, cómo llega ese personaje que parece la imagen de un enterrador a la Ibiza de los noventa donde todo es luz, verano y color. Hay un enorme choque visual. Cómo alguien así aterriza en la que ya es oficialmente la meca del ocio nocturno y cómo se tiene que adaptar a eso. El documental Moonage Daydream (2022), sobre David Bowie, nos ha ayudado mucho a pensar cómo será el Marc de la segunda temporada, porque en él Bowie se define como un coleccionista de identidades, y eso es algo que podemos adaptar al personaje de Marc. Él tiene una influencia brutal por parte de su hermano Lucas a nivel musical, que es algo que también queríamos contar, esa influencia de los hermanos mayores sobre los pequeños a la hora de escuchar cierta música que a lo mejor por edad no te toca. La vida de Marc hubiera sido otra sin su hermano y todo lo que le ocurrió. Ni siquiera hubiera sido DJ, porque él solo era un aplicado estudiante de informática. Es un personaje que tiene mucho de vampírico. Hay algo de él que está como usurpando identidades. Por eso nos lo imaginamos llegando a Ibiza y chupando de todo lo que tiene a su alrededor. Imaginamos una secuencia con Alfredo Fiorito, el DJ argentino de Amnesia, que de repente lo vea entrar y le diga algo así como «ya pasó, Marc. ¿Por qué tienes esta pinta de enterrador? Estamos en otro mundo». Ese es el paso. Hay casos de DJs valencianos que hicieron ese tránsito, y que a nosotros nos valen para hacer una ficción a partir de ahí. A Marc le hemos visto pasar ya por muchos sitios diferentes. Y esa época de Ibiza, a mediados de los noventa, nos parece muy interesante, aunque no tenga nada que ver con la Ruta. Es el momento más aperturista de Ibiza, cuando aterrizan todos. El otro día estuve leyendo que los Chemical Brothers y Richie Hawtin empiezan a pinchar fuera de su país en Ibiza en el 94, en Space. Y de hecho, a Chemical Brothers los bajan de la cabina porque no están conectando con la música que se estaba escuchando entonces en Ibiza. Y Richie Hawtin también recuerda aquella sesión en Space como algo que no funcionó, porque él venía de pinchar un techno más duro, más de Detroit.
Foto de portada: Laia Lluch.
Esta es la playlist alternativa que hemos elaborado en Mússica, con canciones que sonaban en las discotecas recreadas en la serie.