Para escribir, y para muchas otras cosas relevantes, hay que estar mucho tiempo sentado. E inventar un destino para llegar a él. Te lo cuenta Xacobe Pato en otra entrega de No disparen al librero.
En uno de los primeros capítulos de la serie Vikings, el granjero Ragnar Lodbrock reúne a un grupo de hombres para tratar de convencerles de que naveguen con él hacia un destino incierto, el oeste. Hasta ese momento, para los saqueos, las naves del conde Haraldson se dirigían exclusivamente hacia oriente.
Desafiando las instrucciones del conde, Ragnar les habla de una tierra llamada Inglaterra y les promete que allí encontrarán mil tesoros. Uno de los asistentes, escéptico, dice que eso de Inglaterra no son más que historias. “Historias, dices, ¿son historias?”, pregunta Ragnar, y concluye: “Todo empieza y acaba con una historia”.
Un poeta dijo que para escribir una novela hay que estar mucho tiempo sentado. Yo no solo paso gran parte del día sentado porque esté escribiendo una novela, que ya es grave, sino porque aún encima estoy preparando oposiciones. La de opositor es la única condición con un futuro más incierto que la de novelista, y todavía peor pagada. Cuando uno empieza a preparar unas oposiciones, o a escribir una novela, es como si empezara una singladura en un barco: sabe cuando zarpa pero no cuando va a llegar.
“Un poeta dijo que para escribir una novela hay que estar mucho tiempo sentado, yo no solo paso gran parte del día sentado porque esté escribiendo una novela, que ya es grave, sino porque aún encima estoy preparando oposiciones”.
En realidad es todavía más grave porque uno ni siquiera sabe si va a llegar o no a ningún sitio, porque al opositar, o al empezar una novela, se navega hacia una tierra que no se sabe si es tierra, acaso se intuye. Pero para partir hay que ser capaz de imaginar que al otro lado del océano hay un puerto, es necesario inventarse primero un destino. Todo empieza con una historia.
Durante las últimas semanas he reflexionado sobre lo que dijo el poeta. Que para escribir una novela (como para preparar oposiciones, añado yo), hay que estar mucho tiempo sentado. Por eso, antes de que empezaran los dolores de espalda, pensé que sería buena idea comprar una silla nueva.
De alguna forma, la silla es para el opositor y para el novelista lo equivalente al barco para los vikingos: un medio de transporte hacia un destino dudoso. Con suerte, ese destino será saquear a los ingleses, en el caso de los guerreros nórdicos, y el erario público y a los lectores, en el mío.
Mi madre trabaja en una empresa de muebles de oficina, así que recurrí a ella. Un domingo fuimos juntos a ver las distintas opciones. Abrió la tienda para mí y yo me sentí como cuando en Solo en casa 2 (1992) abrieron una juguetería solo para Macaulay Culkin. Me probé un montón de sillas y descubrí que probarse sillas es mucho mejor que probarse ropa, porque las que tienen que dar la talla son ellas, no tú.

Yendo hacia la tienda le dije a mi madre que quería una silla discreta y sin ruedas y luego escogí la más grande que encontré, con unas ruedas de doble rodadura que parecen neumáticos. Me senté en una docena de modelos distintos, pero cuando probé la Apolo no lo dudé: sentí que me abrazaba, no sé si como una madre o como una amante.
Me dijeron que llegaría un miércoles antes de las seis de la tarde. A las seis y cuarto, sin uñas, llamé a la tienda. “Soy Xacobe, el de la silla, no sé si se da cuenta”. Al otro lado del teléfono, mi madre respondió que la silla estaba en camino. Al rato la subieron a casa, me senté y desde entonces no me he levantado y ahora me muevo por toda la casa arrastrándome encima de ella al grito de “¡Gerónimo!”
“Yendo hacia la tienda le dije a mi madre que quería una silla discreta y sin ruedas y luego escogí la más grande que encontré”.
Hoy estoy escribiendo en ella, de ella y sobre ella. Me estoy adaptando a Apolo, como Apolo se está adaptando a mí. Lo cierto es que yo digo que es una silla, para bajarle los humos, pero en realidad es un sillón. Un señor sillón. Un sillón ergonómico, de respaldo alto, con reposacabezas, de base giratoria y asiento tapizado en tela de alta calidad (transpirable y resistente al uso). Por otro lado, de tanto moverme, me he cargado la alfombra del despacho. No todo iban a ser risas.
Cuando enseño las posiciones de la silla (elevación de la altura y regulación de la profundidad del asiento, soporte lumbar ajustable, reposabrazos y reposacabezas regulables) parezco un personaje de The Office. Pero me gusta la silla Apolo y siento (en el sentido de sentir, no de sentar) que a ella también le gusto yo.

Me he planteado dormir sentado en ella y hasta he fantaseado con cómo sería follar encima: luego lo descarté porque no me gustaría mancillarla, en principio. Tengo muchos proyectos para esta silla. He depositado en ella todos mis sueños y parte de mis ahorros. Es mi barco vikingo.
Ragnar termina convenciendo a un puñado de hombres para su viaje suicida. Cuando ya están navegando en un barco precario de fabricación propia hacia una tierra incierta, tan incierta que no saben si existe, se encuentran con una tormenta terrible.
— “Thor está golpeando su yunque, está furioso con nosotros, nos quiere hundir” —dice Rollo, el hermano de Ragnar.
— “Es cierto” —dice Floki, carpintero extravagante y constructor del barco—, Thor está golpeando su martillo. Los relámpagos son las chispas que saltan de su yunque. Pero no está enfadado con nosotros. ¿Por qué iba a estarlo? ¿Por qué iba a querer hundir nuestro barco? ¿No lo entendéis? Lo está celebrando. Está emocionado con la buena nueva. Quiere demostrar a todos que no puede hundir este barco. ¡Adora este barco!
Los dioses adoran el barco de Floki como yo adoro mi silla Apolo. Ragnar, preocupado y divertido, ordena a Floki que se siente. “No olvides que no sabes nadar”. Y yo pienso que ojalá tener un Ragnar a mano que me ordenara justo lo contrario: que me levante de la silla de una vez por todas.