Los angelinos Rage Against The Machine plasmaron en su debut de 1992 su carácter agitador de conciencias con una de las fotografías más sobrecogedoras del siglo XX.
Los Rage Against The Machine siempre tuvieron espíritu agitador. Intención de remover conciencias. Ánimo combativo. Su música, que proponía una mestiza fusión de estilos, se caracterizó siempre por su mensaje social y político. Su forma de mezclar rock, funk, metal y rap creó escuela, desde luego, pero también fue siempre para ellos una herramienta para promover el cambio social.
Korn, Deftones, At The Drive-In o nuestros O’Funkillo (no entraremos en valoraciones) son solo algunas de las bandas que aprendieron de su crossover musical en los siguientes año. Pero la estrategia de confrontación del cuarteto de Los Ángeles no se limitaba a las letras de sus canciones ni a su sonido: se extendía también a su factura visual. Y en ese sentido, ninguna imagen suya es más recordada que la que ilustró su álbum de debut, publicado en 1992. Hace casi treinta años.
“El monje budista Thích Quảng Đức y el fotógrafo Malcolm Browne habían inmortalizado una de las imágenes de los años sesenta”.
Aquel hombre con la cabeza rapada, en actitud estoica mientras su cuerpo se ve envuelto en llamas, fue la portada de Rage Against The Machine (Epic, 1992). La imagen no era precisamente nueva, pero su inclusión en aquella cubierta sirvió para rescatarla y que diera la vuelta al mundo de un modo con el que su autor, el fotógrafo neoyorquino Malcolm Browne (1931-2012), no podía ni imaginar. Porque no es lo mismo que una de tos fotos aparezca impresa en una revista de gran circulación a que más de cinco millones de hogares en todo el mundo la tengan, plastificada, en sus estanterías de discos.
El protagonista de la imagen es Thích Quảng Đức (1897-1963), y es fácil deducir, por la fecha de su muerte que anotamos entre paréntesis, de qué fecha data la fotografía: 1963, efectivamente. El mismo año al que Els Pets han dedicado su último disco, o al que New Order tributaron una gloriosa canción. Thích Quảng Đức era un monje vietnamita budista que decidió auto inmolarse, en una calle de Saigon y a plena luz del día, en señal de protesta ante la política discriminatoria que el presidente de su país, el católico Ngô Đình Diệm, llevaba a cabo contra el budismo. Fue el 11 de junio de 1963. Su cuerpo ardió en segundos, pero su corazón salió intacto, dice la leyenda. Incluso hay fotos. Era sagrado.

Malcolm Brown, quien era fotoperiodista y un antibelicista convencido, y se había curtido cubriendo la guerra de Corea, tuvo la habilidad de captar el momento y ganar con ello el premio Pulitzer a mejor trabajo de aquel año, además del World Press Photo Of The Year. La foto, que fue descrita por el entonces presidente John Fitzgerald Kennedy como “la imagen que mas emoción ha generado alrededor del mundo”, y le impulsó a suspender su apoyo al presidente vietnamita, hizo que a Malcolm Browne le llovieran las ofertas de trabajo. Trabajó un tiempo en televisión, pero el resto de su carrera lo pasaría trabajando como freelance. La cobertura de la guerra del Golfo Pérsico en 1991 fue uno de sus últimos cometidos importantes, con sesenta años.
“Nunca sonaron Rage Against The Machine más certeros que en este disco”.
La causa de los budistas en Vietnam, justo antes de que el conflicto con los EE.UU. se recrudeciera en una larga e inútil guerra, fue solo una de las luchas que Rage Against The Machine adoptaron como propias, aunque la publicación de su álbum de debut se produjera casi tres décadas después de la toma de esta foto. El activista del IRA Bobby Sands, quien había estado de huelga de hambre en la prisión, o el fundador de las Panteras Negras, Huey P. Newton, eran algunos de los personajes públicos que aparecían explícitamente mencionados en los créditos del disco. También los músicos Ian y Alec McKaye, fundadores de Minor Threat y de Fugazi, e impulsores de la ética autogestionaria y adusta del hardcore norteamericano.
Zack De La Rocha, Tom Morello, Brad Wilk y Tim Commerford seguirían sacando discos hasta el año 2000. De hecho, la década de los noventa fue suya. Cuatro álbumes en ocho años, con el resultado de más de 16 millones de discos vendidos (entre vinilos, CDs y casetes) a lo largo y ancho del planeta. Pero nunca sonaron más certeros, más creíbles y mejor enfocados que cuando cantaban aquello de “Killing In The Name” y acompañaban aquella y las demás nueve canciones con esta escalofriante fotografía. La portada más impactante de toda aquella década. De los sesenta, pero también de los noventa.