
El cuarteto de Manchester New Order escaló su cima con la mejor combinación posible de pulso electrónico y corazón pop en «Technique».
Se acaban de cumplir 32 años de la publicación del disco «Technique» de New Order, al que se puede considerar – sin miedo a equivocarse – como la obra maestra en la carrera de Bernard Sumner, Peter Hook, Gillian Gilbert y Stephen Morris. Los cuatro fantásticos de Manchester, con permiso de The Smiths, otro cuarteto para la historia con mayúsculas. Toda una vida, vaya.
Pero lo que parece más increíble aún es que apenas fueran diez los años transcurridos entre el suicidio de Ian Curtis (y la consiguiente defunción de Joy Division, transmutados en una nueva banda) y la edición de «Technique», porque entre el blanco y negro de aquellas tinieblas post punk y la explosión de colorido de estas nueve canciones, grabadas bajo el influjo de unos cuantos meses en la Ibiza que despertaba a la fiebre del acid house, media todo un mundo. Parece mentira que estemos hablando de la misma banda.

New Order estamparon varios coches en aquellas interminables noches ibicencas, drogados hasta las cejas, quemando todas las naves entre Amnesia y Pachá. Lo que se dice grabar, grabaron poco allí. Casi todo el trabajo tuvo que plasmarse más tarde, en los estudios Real World de Peter Gabriel, cerca de Bath. Pero ha perdurado el mito de que Technique (Factory, 1989) es su disco ibicenco. Y de serlo, solo lo es a medias.
Se habla siempre de Technique como su disco ibicenco, pero solo lo es a medias.
En esencia, Technique de New Order es un trabajo en el que guitarras y sintetizadores se dan la mano en perfecto equilibrio. En el que hombre y máquina son uno solo. En el que la euforia y la melancolía se suceden en cuestión de unos pocos segundos. Es el disco en el que todo ese reguero de dualidades, la gran condición binaria de un puñado de músicos que siempre se debatió entre la pesadumbre de una juventud marcada por la vida gris de una deprimida ciudad del norte británico más desindustrializado y la vía de escape al hedonismo que sugerían las nuevas tecnologías y las emergentes simbiosis entre una música también nueva y unas drogas hasta entonces inéditas, logró su equilibrio más acreditado.
Son nueve canciones entre las que no sobra nada de nada. Desde el ritmo oscuro y marcial de «Fine Time» a la melancolía infinita de «Dream Attack», pasando por dianas melódicas incontestables como «All The Way» (The Cure les acusaban de plagiar su «Just Like Heaven»), la pasión desbordante de «Round and Round» o «Mr. Disco» o el embrujo discreto de «Vanishing Point». El New Musical Express lo colocó en el puesto 122 de los 500 mejores discos de todos los tiempos. Q en el 21 entre los 40 mejores trabajos de los años ochenta. También figura, por supuesto, en el libro de Robert Dimery sobre los 1001 discos que debes escuchar antes de morir. Escuchándolo de nuevo, no parecen elogios desmesurados.