El prodigioso músico norteamericano se despidió con un magistral disco que siempre nos dejará la incógnita sobre si podría haber competido con los grandes de la década de los ochenta.
El éxtasis y el infierno. La redención y el ocaso. La resurrección y el apagón. Eros, y luego Tánatos. Los diecisiete meses que median entre la publicación de Midnight Love (Columbia, 1982) y la muerte a manos de su padre debieron ser como una especie de breve purgatorio para Marvin Gaye, amargamente finiquitado por el disparo de una Smith & Wesson del calibre 38.
Una resurrección creativa (y comercial) con el ocaso más amargo y abrupto que nadie hubiera podido imaginar. El disco que dejó, en cualquier caso, fue un brillante e involuntario epitafio, broche a la carrera de uno de los músicos más prodigiosos de la música negra (y no negra) de los últimos sesenta años. En unas semanas cumplirá cuarenta. Y Marvin ya habría soplado 83 velas a estas alturas.

Su producción nos puede sonar hoy en día algo desfasada, demasiado deudora de su época (difícil es que algún disco de 1982 no lo sea, la verdad), pero Midnight Love (1982) puede compartir estanterías con Thriller (Michael Jackson) o 1999 (Prince), aunque no fuera a reinar durante el resto de la década como ninguno de sus artífices: ¿podría haber competido con ellos, aún siendo un superviviente de la primera Motown?, nunca lo sabremos. Entra en el terreno de la historia-ficción.
Pero también puntuaba claramente por encima de Silk Electric (Diana Ross), Tongue In Chic (Chic) o In The Heat Of The Night (Imagination), por no salir de discos fechados en 1982. La elegante nocturnidad de su portada compite con la del extraordinario The Nightfly, de Donald Fagen, por cierto. También sin salir de aquel año.
Ni tan avanzado a su tiempo como los dos primeros ni superado por las modas, dede luego, como los tres últimos: de hecho, «Midnight Lady» (su primer corte) fundía la sensualidad marcial a ritmo de funk robótico del primer Prince con la cálida exuberancia de Manhattan Transfer. Aquí se volvió a imponer la sexualidad, lo lúbrico, lo seductor, en detrimento de la lectura del contexto, de lo político, por mucho que el disco por el que siempre será recordado triunfase precisamente optando por esa segunda opción, el incomparable What’s Going On? (1972).

Necesitaba conectar con un tiempo que ya no era exactamente el suyo. Optó por el camino directo, la sensualidad y el baile. Y no quiso meterse en disquisiciones socio políticas ni en camisas de once varas, que bastante había tenido tras sus dos divorcios, su adicción a alcohol, sus problemas con el fisco, el cabreo con el sello que lo había acogido desde que era un chaval y su consecuente retiro voluntario a Ostende, en la costa de Flandes, de la mano del promotor belga Freddy Cousaert.
Quería olvidarse de cuitas e introspección, de trabajos conceptuales, de dar la brasa al prójimo. Quería hacerle bailar, y no pensar. Quería estar otra vez de moda. Y necesitaba un hit. Lo encontró en la tórrida «Sexual Healing», la segunda canción más reproducida (y posiblemente radiada) de toda su carrera en plataformas de streaming, solo por detrás de «Ain’t No mountain High Enough», su dueto con Tammi Terrell en 1967.
«Supo leer un tiempo que ya no le pertenecía y optó por el camino directo, la sensualidad y el baile».
Todo el disco invitaba al cimbreo, al cortejo, a bucear en la sensualidad y también en lo lúdico, aunque Gaye presumiera de la espiritualidad, en segundo plano, de sus textos. Había dejado de beber y acudía regularmente a la iglesia. De entre su nómina, hay que dar de comer aparte al guitarrista Gordon Banks, quien se marca un sensacional punteo de guitarra a lo Nile Rodgers (Chic) en «Rockin’ After Midnight» y también compone en solitario «My Love Is Waiting», el magnífico cierre.
Hay también funk («Joy»), alguna balada («‘Til Tomorrow») e invitaciones al baile como «Third World Girl». Y una onda expansiva honda: la sombra de este Marvin Gaye, el más cutáneo y engatusador, la podéis rastrear desde 1982 hasta nuestros días: en Gregory Abbott, Chico DeBarge, D’Angelo, Common, The Weeknd, Chris Brown, Drake, Kendrick Lamar y algunos más.
El padre de Marvin, el reverendo Marvin Gay (hasta en la forma de registrar su apellido tenían que diferenciarse), hizo que se cumpliera la más oscura de las pesadillas persecutorias de su hijo, el 1 de abril de 1984, pegándole un tiro tras la enésima discusión. Él mismo había intentado suicidarse cuatro días antes. Se acabó la paranoia. Y los guardaespaldas. Su vida privada no estaba a la altura de su arte.