El exitoso artista canadiense rinde tributo a Michael Jackson, Quincy Jones y los años ochenta en un disco publicado casi por sorpresa, pensado como una travesía radiofónica pilotada por Jim Carrey.
No es que sea ningún genio, pero es bueno en lo suyo. Eficiente. Listo. Poco original, desde luego. Pero sagaz. Como Bruno Mars. De hecho, si este último era el más inteligente émulo de Michael Jackson habido hasta ahora en la faz de la tierra, aquí The Weeknd ya parece querer disputarle el trono de forma explícita, reconociendo sin medias tintas el influjo de quien fuera considerado rey del pop en los años ochenta e incluso parte de los noventa.
Es este un disco que es como una emisión de luces de neón, de reflejos estroboscópicos, de ritmos de ese synth pop que reinó en las listas de discos durante los años ochenta. Unas listas en las que Abel Tesfaye, que es el nombre del músico canadiense que está detrás de The Weeknd, pretende anidar durante mucho tiempo.
Y a fe que lo está consiguiendo: tan solo en 2021 vendió casi cinco millones de discos, sumando lo recaudado por su disco del año anterior, After Hours (Republic, 2020), un disco con una onda expansiva casi tan larga como la de lo último de Dua Lipa (como si 2021 no hubiera existido o hubiera congelado a la humanidad por la covid-19) y lo generado por un recopilatorio como The Highlights (Republic, 2021), el segundo en una carrera de solo diez años y cuatro álbumes: se nota que hay un filón por exprimir rápido.
“Es un disco nostálgico que reivindica dos elementos que parecían en desuso: el álbum como secuencia de canciones y el poderío de las FMs”.
En su impulso nostálgico, hay otro valor que transmite este disco: el del álbum como secuencia pensada de canciones y el del poder de las viejas emisoras de FM, algo que seguramente les suene a chino a las generaciones más jóvenes. Dos valores que parecían en desuso, pero que van al alza merced a discos como el más reciente de Adele, por ejemplo.
El canadiense está a punto de cumplir 31 años. Ni siquiera vivió aquella década, lo suyo seguramente sea nostalgia de lo no vivido o puede que el reflejo de lo mamado a través de amigos, familia o influencias.
Pero ha dispuesto el álbum como si fuera la transmisión de su propia emisora de frecuencia modulada, y con nada menos que el actor Jim Carrey haciendo de locutor y maestro de ceremonias. Hay un hilo musical que conecta, o que trata de conectar, con la generación de quienes tienen ahora más de 35 años, sin duda.

Otro claro guiño al pasado: el privilegiado cameo de Quincy Jones, quien fuera productor de los mejores y más exitosos hits de Michael Jackson, en la canción “A Tale By Quincy”. El arquitecto sonoro detrás de obras maestras como Thriller (Epic, 1982), autor de una biografía que fue uno de los mejores libros publicados el año pasado en castellano, se explaya hablando de sí mismo de la misma manera que lo hizo Giorgio Moroder en aquella “Giorgio By Moroder”, incluida en el que fuera último trabajo de Daft Punk. Otro truco prestado.
En canciones como “Sacrifice” o “Here We Go… Again”, las similitudes con Michael Jackson son tan evidentes que es lógico que hasta él mismo asuma y presuma de su ascendiente. Su contenido oscila entre el synth pop y el r’n’b, aunque también hay destellos de hip hop que son más cosméticos que otra cosa: las aportaciones de Tyler, The Creator a “Here We Go… Again” y de Lil Wayne a “I Heard You’re Married” son más anecdóticas que otra cosa.
“El cameo de Quincy Jones es muy parecido al que pusieron en liza Daft Punk con Giorgio Moroder hace ocho años”.
En general, y como suele ser norma de la casa en la gran mayoría de discos pensados últimamente para el consumo masivo, más todavía cuando concurren varios productores, como es el caso (aquí Oneohtrix Point Never y Max Martin: uno más experimental, el otro más comercial), los 51 minutos de duración en sus 16 canciones se hacen un poco largos.
Pero alimentarán la máquina con su puñado de buenos singles, justificarán una nueva gira y nutrirán muchas playlists, pese a que el porcentaje de oyentes que se endilgue entero y de una sola tacada esta travesía de tinte radiofónico acabe por ser ínfimo. Cumplirá su objetivo, vaya.