
La artista norteamericana rinde su particular tributo al soul, al funk y al glam de los primeros años setenta, en un sentido guiño a la salida de prisión de su padre, que se queda – y no es poco – en un notable ejercicio de estilo.
Todos los discos de St. Vincent valen la pena. Y este también, aunque quizá no sea tan indispensable como otros. Hay que reconocerlo. ¿Por qué? Pues porque sencillamente se trata de un disco de tributo a una época, a unos códigos sonoros y a una estética a los que ha mirado con más reverencia de lo que en ella es habitual.
Es como esas películas de género, de impecable factura pero armadas sobre una arquitectura clásica que no se presta a subversión alguna. Previsible, pero no por ello menos disfrutable.
Hay clase, por supuesto. También ese puntito de ligera bizarría que la ha convertido en una de las estrellas más singulares del pop de la última década. Una de las que mejor explican la irrefrenable pujanza de toda una nueva generación de mujeres. Pero menos atrevimiento.
Se puede decir que Daddy’s Home (Loma Vista, 2021) es un disco algo condicionado por su propia trama, por su coartada conceptual, y aunque es un trabajo – como mínimo – notable, no vuela tan alto ni con tanta libertad como algunas de sus brillantes precuelas. El recuerdo del magistral MASSEDUCTION (Loma Vista, 2017) aún pesa demasiado. Y es lógico.
Annie Clark bucea aquí a conciencia en los años setenta, en los discos de Stevie Wonder, Marvin Gaye e incluso David Bowie, aprovechando que el disco evoca la salida de prisión de su padre (sí, como lo leéis), tras una condena de diez años a la sombra por blanqueo de dinero. Es, ya la lo confiesa ella, «un viaje en tonos sepia al centro de Nueva York entre los años 1971 y 1975».
Una visita a esos personajes inadaptados que recorren las calles de la Gran Manzana con una peluca en la cabeza y una botella de bourbon en la mano, como la Candy Darling que fue musa de Andy Warhol y amante de Lou Reed, o como ella misma en el videoclip de «Down».

Afloran los arreglos de cuerda imponentes, la calidez del órgano Wurlitzer, los vigorosos coros femeninos y todos los ingredientes que se le presuponen a un ejercicio de estilo en clave soul funk glam. Todo luce en su sitio. Sin demasiadas estridencias, pero también sin ninguna gran salida del guion. Es un álbum perfecto para escuchar en casa, en la comodidad del hogar. Mullido, distinguido, confortable, con ese nivel de familiaridad que lo hace instantáneamente acogedor, pero también con ese punto de perspicacia, de personalidad (algo inherente a toda su obra) que puede generar algo de adicción.
Canciones como «Pay Your Way In Vain» exhiben con descaro una hechura sexy, funky, elástica y desafiante, hasta con un punto glam. El tema titular juega muy bien con un funk bastardo. Hay al menos un par de baladas, «Live in the Dream» y la propia «Candy Darling», que perfectamente podrían llevar la firma de Lana del Rey.
Incluso hay un coqueteo con el gospel en «… At the Holiday Party». La producción la firman, al alimón, la propia Annie Clark y Jack Antonoff, su compañero de estudio habitual, toda una garantía a los controles.
Puede ser visto como un simple apéndice en la carrera de St. Vincent, como un trabajo algo menor. Como un paréntesis en espera de cotas más aventuradas. Con todo, sigue siendo un disco por encima de la media. Y eso ya es mucho, se mire como se mire.