
El artista británico amplía el foco sin devaluar sus propiedades en un notable quinto disco que se mueve entre r’n’b digital, el soul liofilizado y el hip hop fracturado, gracias también a sus colaboraciones.
El ser humano es siempre contradictorio. Exigimos a nuestros músicos predilectos que no se repitan como el ajoaceite, pero cuando se desvían del camino que les era propicio, también exhibimos gesto de fastidio. Algo así ha ocurrido con James Blake. El británico ya no va por la vida de artista torturado. Ya no es el señor de las tinieblas digitales. De un tiempo a esta parte es un hombre enamorado. De su pareja y, posiblemente, también de la vida. Y dispuesto a colaborar con todo artista que le aporte algo: Rosalía, Kendrick Lamar, Beyoncé, Frank Ocean… el listado es largo, y de todas esas alianzas ha extraído siempre algo en claro. Eso ha hecho también que su música sea cada vez más luminosa, más permeable, más asequible de cara al gran público, quizá algo más convencional, podría decirse. Pero ¿qué problema hay si las canciones se sostienen? Y ya no es solo que se sostengan, sino que se benefician de la nueva vibra que les aporta esa visión externa.
Por el camino no ha perdido ni la sensualidad, ni el intimismo, ni la sensibilidad ni el abierto sentimentalismo, muy de venas en carne viva, que exhibía en anteriores trabajos. Hay cierto desengaño en este disco respecto a esas amistades que parecían una cosa pero luego fueron otra (de ahí el título), pero es más un tenue lamento que un desgarro. Algunas de estas canciones pueden emparentar con un sentido de lo cool muy para todos los públicos, que puede hacer arquear más de una ceja, pero el surtido de nuevas coloraciones y texturas, el despliegue de detalles y giros, es lo suficientemente rico en detalles como para pensar que es otro disco de James Blake pero también un paso adelante en su carrera.
La arquitectura de r’n’b digital, los guiños al soul y los arreglos de cuerda de “Famous Last Words” ya marcan el tono. Las notas de piano, casi suspendidas en el éter, de la luminosa “Life Is Not The Same”, lo profundizan. Y cuando llega la colaboración de SZA en la estupenda “Coming Back”, se intuye que el reguero de colaboraciones del álbum va a competir con algunos de sus mejores momentos, aunque la verdad es que la aportación de slowthai en la final “Funeral” sea lo más discreto de todo el disco: los beats y la dicción hip hop de JID y SwaVay se enseñorean de “Frozen”, Monica Martin añade dosis de melaza a una “Show Me” que puede empalagar, y Finneas ayuda a que “Say What You Will”, adelanto publicado hace meses, sea uno de los mejores medios tiempos de soul-casi-gospel digital de los últimos tiempos.
También destacan, y de qué manera, “Foot Forward”, “I’m So Blessed You’re Mine” y “If I’m Insecure”, puntales de un trabajo que no es el esperado disco orientado a la música de baile que tenía pensado Blake cuando llegó la pandemia, pero tampoco supone ni un estancamiento ni una devaluación de sus mejores cualidades. Al contrario. Entre el r’n’b digital, el soul liofilizado y el hip hop fracturado; entre el medio tiempo, la balada y el contoneo suave de caderas; entre la cauterización de heridas y un cálido abrazar la existencia con los mejores ojos posible (a ver quién le niega ese derecho, a sus excelentemente aprovechados 33 años), este Friends That Break Your Heart abre con determinación y soltura nuevas vías de expresión en la obra de uno de los artistas más talentosos del pop de la última década.