
Kurt Wagner y los suyos facturan una colección de nanas modernas que culmina la seductora y fértil fase de experimentación por la que han atravesado en el último lustro.
Lambchop siguen jugando en su liga. En la suya propia. En la que son los únicos competidores. Empezaron hace casi treinta años, abonados al cultivo de un country alternativo sigiloso y distinguido, que se fue cubriendo poco a poco con gotas de soul.
Pero a estas alturas, en el que es ya el decimosexto álbum de su carrera, su fórmula es totalmente indefinible y escasamente parecida a la de nadie más. Tanto, que no queda más remedio que considerarles casi como un género en sí mismo. Estilo Lambchop. Sin más. Y tiene un gran mérito, teniendo en cuenta la forma en la que han mudado de piel recientemente.
Siguen sonando mullidos, acogedores, sedantes, a veces incluso narcóticos, con la característica voz de Kurt Wagner siempre en primer plano. Pero sus últimos tres trabajos han supuesto una nueva fase en su carrera: la más libre, desprejuiciada y abierta a la experimentación y a las probaturas con sonoridades que, en un principio, les parecían ajenas.
Empezaron ya a flirtear de forma descarada con la electrónica, con los sintetizadores, con las programaciones y con el autotune en FLOTUS (Merge, 2016), afinaron el tiro con el delicado This Is What I Wanted To Tell You (Merge, 2018) y volvieron a arrimarse a los sonidos orgánicos de su etapa anterior en TRIP (Merge, 2020).
Y ahora es como si, en cierto modo, cerraran el círculo con este Showtunes (Merge, 2021), que se apoya en un uso muy sutil de los arreglos electrónicos y, sobre todo, en la primacía del piano como hilo conductor.

Kurt Wagner no se considera a sí mismo, en ese sentido, un gran instrumentista. Pero al tomar pistas simples de guitarra y convertirlas a pistas de piano midi, de repente descubrió que podía, de un modo o de otro, tocar el piano de forma que fuera como una revelación, sin las limitaciones que le imponía la guitarra.
De todos modos, sería un error pensar que este disco solo supone para Lambchop un cambio en la forma de presentar las canciones, por obra y gracia de un cierto tipo de tecnología. No. Es también un disco diferente a todo lo que ha hecho antes en el sentido de que las estructuras de las canciones son más imprevisibles y sus contornos más laxos que nunca, y también en el modo en el que absorben elementos del jazz, de la música concreta, del ambient y hasta de la música clásica, con un ahínco que hasta ahora les era inédito.
Son los Lambchop de siempre, pero también unos Lambchop nuevos. Un grupo de amigos músicos – la amistad y los intereses comunes siguen siendo su mejor argamasa – aún con ganas de investigar, de probar cosas nuevas, de pulir con mimo cada uno de los múltiples pequeños detalles de sus composiciones.
Y de seguir cantándote al oído esas canciones que son como nanas modernas. Que te arrullan, te relajan y te alejan del ruido, de la vorágine diaria de este mundo atropellado y enfermo. Que te hacen creer en universos paralelos en los que el reloj se detiene y la belleza de las pequeñas cosas se impone. Nunca es tarde para volver a abandonarse a su música.