Hablamos con la cantante catalana, autora de uno de los mejores discos de lo que llevamos de año, el sensacional La mida.
Sutileza, estilo, elegancia, sensibilidad… el cancionero de Anna Andreu (Sant Quirze del Vallés, Barcelona, 1988) va creciendo a pasos agigantados, y si ya nos sorprendió con el notable Els mals costums (Hidden Track, 2020), hace unos meses lo hizo más aún con el excepcional La mida (Hidden Track, 2022).
Un disco conciso y delicado, tramado junto a su compañera Marina Arrufat, que está presentando a lo largo de esta última primavera y este verano en citas como la que ofreció el fin de semana pasado en el Vida Festival. Estará el próximo 13 de julio en el Festival Tangent de Barcelona, el 15 de julio en Juneda (Lleida), el 16 de julio en el Cantilafont de Sant Feliu Sasserra (Barcelona), el 23 de julio en el Embosca’t de Clariana (Barcelona) y el 24 de junio en el Viaveu de Sant Julià de Ramis (Girona). Hemos aprovechado para hablar con ella por teléfono.
Vuestro segundo disco es muy breve, como el primero. Ocho canciones en 21 minutos. Supongo que os salió así, que no había ninguna intención previa de amoldarse a este consumo tan acelerado y fugaz de la música hoy en día.
No es una decisión, pero sí que es verdad que ayuda. Es colateral. Y ayuda que sean tan pocos elementos. Batería, guitarra y voz. Y la manera que tengo de escribir es así. Siempre me salen estructuras bastante tradicionales. Y a veces me repito mucho las cosas. Salen canciones breves, y además salen pocas. Si hubiese tenido diez, las hubiese metido. Tenía alguna cosita más, la verdad, pero me gusta que en los discos solo salga aquello de lo que estoy segura. Con lo que me siento cómoda. Si tengo suerte, las tendré que tocar en varios conciertos, y no me gustaría cogerle manía a ninguna.
¿Responde el título, La mida, a la necesidad que tenemos todos de encontrar un equilibrio, una medida justa en nuestras vidas?
Pensaba más en la idea de mesura y de comedimiento o templanza, pero no en el sentido conservador, porque eso te puede llevar a pensar en la típica postura de que los extremos son malos, o que los extremos se tocan: no se me ocurre una frase más infernal. Los extremos son necesarios, creo. Es la mesura desde el prisma del cuidado a los demás, que en el fondo es un valor muy clásico. Por eso hicimos esa portada con esos colores, que recuerda a las cerámicas griegas. Es un valor clásico. Lo contrario a la arrogancia. O al tener una opinión como sinónimo de tener que darla. En la portada sostengo un huevo, algo que es muy frágil, muy puro, pero por detrás está roto. Es como ese ejercicio de apretar los dientes, en según qué situaciones, algo que provoca que el huevo se rompa, aunque eso no se ve, por eso está detrás. Es como una diplomacia llevada al extremo.

Lo que dices sobre esa especie de obligación de opinar de todo, y sin mesura ninguna, lo relaciono con el uso tan incontinente que hacemos de las redes sociales, en las que parece que no hemos hecho algo si no lo hemos compartido con miles de personas.
Es manía pura. Devorarlo todo, consumirlo todo, enseñarlo todo. Es un ejemplo que alguna vez me ha venido a la cabeza. Imagínate que vas a un restaurante y le sacas una foto a los spaghetti que estás comiendo porque en teoría están estupendos, pero en la foto no se ve si están pasados de sal, porque a ti lo que te interesa mostrar es esta cosa bonita y radiante. Lo que viene después ya no lo vas a enseñar. Vas a sacar una foto de un concierto, pero no vas a mostrar las colas del Polyklin ni el campo de plástico que queda después (risas). Nos falta eso, como especie, porque nos sobra de todo y por todos lados. Y la mesura, que es un valor muy clásico, no tiene que ver con el encorsetamiento. Hay veces en que damos una opinión pero no estamos escuchando nada a quien tenemos enfrente. Igual puedes aprender algo si escuchas un rato. No escuchas realmente si mientras te hablan ya estás pensando en qué dirás a continuación. También hay una falta de repaso de los privilegios propios. Opinar sobre algo sin tener en cuenta el sufrimiento que implica para esa persona y desde qué punto se está expresando. Son ese tipo de cosas. Me daba cierto reparo que esta idea de la mesura pudiera ser confundida con la moderación, porque los extremos son los que hacen que el mundo avance. Y eso de que se tocan es una idea que nos han metido en la cabeza.
“Hay veces en que damos una opinión pero no estamos escuchando nada a quien tenemos enfrente”.
Me da la sensación de que este segundo disco es más Hidden Track que el primero, que suena más a lo que suenan el resto de propuestas del sello.
Eso tiene matices. Estamos súper a gusto en el sello, eso es innegable. Pero creo que hay muchas paletas dentro de él. Grupos que utilizan distorsión en las guitarras, como Germà Aire, y otras que se pueden asemejar más a nosotras, como Ferran Palau, de quien me siento más cerca a nivel de letras. En el primer disco íbamos un poco a ciegas. En este segundo disco hay los mismos elementos y los mismos instrumentos que en el primero, pero hemos exprimido las posibilidades de cada uno. Hacer que la guitarra parezca un bajo, que los teclados se puedan dividir para ser disparados con el pad… eran ganas de profundizar más en los elementos que ya teníamos. Y sumarle más cosas al proyecto sin sumarle componentes. Es más exigente a la hora de tocar. Lo produjimos con Jordi Matas, y nos sirvió para ir metiendo cosas ahí, pero siempre con la premisa de que lo podamos tocar en directo Marina (Arrufat) y yo sin necesidad de nadie más. Hidden Track también es una discográfica que apuesta mucho por los cuidados, no se limitan a sacarte el disco y que luego te busques la vida, sino que buscan construir carreras más a largo plazo, que se vayan consolidando. Y eso no tiene precio.
¿Cuáles son tus influencias como vocalista? Siempre he tenido la impresión de que cantas de un modo similar al de estilos muy tradicionales, como si no provinieras del pop.
Es guay que me lo preguntes así, porque a veces me preguntan “¿tú que influencias tienes?”, pero a nivel vocal es muy distinto. Porque antes de coger una guitarra y componer canciones, tú lo que haces es cantar. Y lo que cantas, y cómo aprendes a poner los músculos cuando cantas, depende de lo que escuches. Y mi madre me ponía bastantes fados, por ejemplo. O a Paco Ibáñez, con quien no comparto nada a nivel vocal, pero si a las melodías que él hace le sumas unas cuantos giros, sí que acaba quedando un poco a eso. Música de corte más tradicional, sí. Sobre todo en el aspecto vocal. Después llega un momento en el que ya vas escuchando otras cosas, a nivel instrumental tengo otras influencias. Pero mi forma de cantar siempre ha partido de esa forma expresiva e interpretativa.

¿Te sientes muy lejos de lo que hacías con tu banda anterior, Cálido Home?
Por estilo y por idioma, a lo mejor sí, pero los acordes con la guitarra siempre me han llevado a hacer una métricas que son muy concretas, y eso ya lo hacía ahí. Veo en qué lugares una canción es demasiado regular cuando ya la tengo hecha e introduzco un corte, un parón, intento darle una cualidad más percutiva, aunque no sea desde la batería sino desde la guitarra. Y eso con Cálido Home ya lo hacíamos. “El mur”, por ejemplo, del disco nuevo, sí que me recuerda a cosas de Cálido Home. En las melodías.
Tenéis mucho trabajo ahora, en forma de conciertos. ¿Estáis viviendo de la música o tenéis otros trabajos al margen?
Ahora mismo yo vivo de la música, y Marina (Arrufat), al margen de integrar el proyecto conmigo, tienes otros proyectos más enfocados a la música clásica. Ella es violinista de profesión. Como somos pareja, al final todo cae en el mismo saco. Y esto es una suerte. Yo no le tengo que pagar un sueldo extra (risas), lo que sacamos con este disco nos sirve para hacer la compra las dos y economizar las cosas.
Tengo entendido que te volcaste en la publicación del primer disco y tuviste que dejar el trabajo que tenías entonces para dedicar todo tu tiempo a la música.
Sí, porque vi que se alinearon los astros y que era el momento. Y también porque Marina (Arrufat) me ayudó un montón. Si no, igual aún seguiría en una oficina de producción de eventos para empresas, ya que llevaba tiempo currando en hostelería. La hostelería es muy dura. Yo estudie Psicología. Me veía aburrida en el trabajo, quemada, no me interesaba. Aunque era un trabajo cómodo. Cobraba a final de mes, que no es poco. Llevaba tres años sin tocar con Cálido Home y no se me pasaba por la cabeza emprender ningún otro proyecto. Lo veía muy inestable. Complicadísimo. Hasta que vi la oportunidad de empezar este proyecto. Se lo conté a Louise (Sansom), de Hidden Track, y se ofreció encantadísima a llevarlo.
“He de encajar el hecho de vivir de la música en mi día a día”.
La oportunidad de vivir de tu vocación, ¿no?
Sí, a veces no sé si es mi vocación o es solo lo que mejor se me da. Igual un día descubro la carpintería y mira (risas). A veces no sabes si se nos dan bien las cosas porque nos gustan o nos gustan porque se nos da bien hacerlas. No sé cuál es la fórmula. Pero con la música me siento cómoda. He de encajarlo en mi día a día, pero estoy muy contenta. Y no sé cuanto durará.
¿Nunca has trabajado de psicóloga?
Un tiempo. Pero no me sentí muy honesta, porque es un trabajo que conlleva mucha responsabilidad, y o lo haces al cien por cien de tus energías o incurres en cierta negligencia. El tiempo que lo hice, lo hice bien. Pero me di cuenta de que no podía dedicarle todo, no me salía. En aquella época tocaba con Cálido Home y mi vida era más bien un caos, y no sentía que pudiera acompañar a alguien para que su vida se pudiera estructurar. Sentía que no era nadie, ya tenía yo bastante trabajo para estructurarme a mí misma (risas). Dejarlo fue más un acto de responsabilidad que otra cosa. De esto ya hace unos diez años, antes de empezar a trabajar en la hostelería. Fue hace mucho tiempo.
