En el número 3º de Mússica hablamos con Guille Milkyway (Barcelona, 1974), alma mater de La Casa Azul desde hace más de veinte años, justo cuando está dando los últimos retoques al que será su sexto álbum.
Son una inagotable factoría de melodías contagiosas. Una fábrica de hits. Alguno de ellos, como “La revolución sexual” – que optó a Eurovisión –, son canciones que se han convertido en infalibles rompepistas en toda clase de festivales, conciertos y fiestas. Estribillos que levantan a un muerto. Hablamos con Guille Milkyway (Barcelona, 1974), alma mater de La Casa Azul desde hace más de veinte años, justo cuando está dando los últimos retoques al que será su sexto álbum. El músico barcelonés, curtido también en numerosos trabajos para el mundo de la publicidad, en bandas sonoras para series de dibujos animados, como profesor de cultura musical en OT o como conductor de secciones radiofónicas dedicadas al mundo de la música, es un extraordinario conversador en torno a la cultura pop y a la vida, en general. Porque, para él, una cosa no se entiende sin la otra.
Publicaste el single “Prometo no olvidar” hace semanas, pero aún no hay fecha de publicación de tu nuevo álbum.
Con los años he comprobado que es mejor estar contento con lo que haces, aunque tardes más. Aunque cuando aparentemente no hay movimiento, parece que no existas.
Te arriesgas a que te pase como con La gran esfera (2019), que se publicó con mucho retraso respecto a su escritura, y decías que ya te sentías un poco desligado de sus canciones cuando se estrenó. Aunque tocarlas en vivo supongo que te reconectó con ellas.
Es cierto que ahí sí tenía esa sensación, pero también la pandemia ha distorsionado la percepción de los tiempos. Estoy intentando cribar todo lo que compuse en aquel periodo. Pero sí es verdad que tocando en directo tienes un acercamiento distinto a las canciones, y es gratificante. A final quedé muy satisfecho de ese disco.
¿Trabajas más por canciones individuales que por un concepto que las una?
Depende de la época. Con La revolución sexual (2007), La Polinesia Meridional (2011) o La gran esfera (2019), sí trabajé mucho conceptualmente. Sin ánimo de ser pedante. Cada época tiene el suyo: el escapismo, el aislamiento o mi ansiedad. Pero ahora no me siento tan así. Sí que tengo algunas ideas que quiero desarrollar, pero me doy cuenta de que al final mis discos son como una narración de cada etapa vital. Y al final eso queda plasmado, independientemente de que trabajes desde un concepto o como solo una colección de canciones. Con El sonido efervescente de La Casa Azul (2000) tampoco tenía ninguna intención de nada, pero sí que expresa un conceptillo, o como lo quieras llamar: un primer impulso amoroso de enfrentarse al mundo, una cosa muy teenager que está ahí. Todos los discos, salvo esos en los que el concepto se come a las canciones y la narración lo es todo, al final plasman una época.
Puedes leer la entrevista completa en el número 03 de la revista Mússica – Fiesta.