
El jovencísimo rapero norteamericano emerge como estrella global no solo gracias a su mensaje, sino también por cómo dirige inteligentemente las canciones de su primer álbum a un público diverso y transversal.
Casi todas las críticas y reseñas que se han escrito en las últimos semanas sobre el debut en largo de Lil Nas X cargan las tintas en lo mismo. En su condición de estrella homosexual en un ámbito tan masculinizado y frecuentemente machista como es el del hip hop, también (en cierto modo) el del country: no olvidemos que su primer hit, “Old Town Road” (2019), se adscribía al género de la música de los cowboys.
Son textos que priman la proyección de su sexualidad. Su chispa a la hora de manejarse y repartir zascas en twitter. El irreverente desparpajo queer de sus videoclips. El modo en el que aprovechó el enorme potencial de tik tok. Su forma de modular eso que llamamos el relato, su destreza para conducir la conversación pública a donde realmente le interesa, al albur de las guerras culturales de los últimos tiempos: la normalización de aquello que a las sociedades biempensantes de occidente lesparecía de todo menos normativo. El triunfo de lo que hasta hace nada era diferente.
Es lógico que así sea, porque ese es precisamente el señuelo que le conecta con amplias capas de público, que ven en él un nuevo molde de estrella. Y ya sabemos que tira más un click rapidito que cientos de maromas de barco. Pero en casi todas esas lecturas del fenómeno Lil Nas X se suele obviar lo esencial: su música y cómo está logrando proyectarla con una astucia poco común para alguien que, con solo 22 años, se erige en emblema queer de la generación Z. Porque podemos aceptar perfectamente que sea eso, sí. Pero también conviene resaltar que es algo más que eso. Quizá bastante más.
Vivimos en una cultura de la canción. Del impacto instantáneo. De la pegada directa al mentón. Eso no significa -ni mucho menos: ahí está C. Tangana para certificarlo- que el álbum de toda la vida haya perdido toda su eficacia como vehículo cultural. El rapero de Atlanta también lo tiene claro. Es consciente de que vivimos un modelo cultural que se basa en la abundancia, en la multiplicidad estímulos, en la transversalidad del mensaje. Y que los discos en forma de álbum son han de ser enfocados como enormes buffets libres en los que cada cual puede servirse como guste. Menús pantagruélicos que seguramente nadie deguste de un tirón, pero sí picoteando de aquellos platos que más se adecuen a su paladar.

Es cierto que prácticamente cada una de las catorce canciones de Montero (Columbia, 2021), su primer álbum, publicado hace solo unos días, podría ser un buen single. Pero lo más determinante no es solo el qué, sino el cómo. El cómo cada una de ellas apela a una sensibilidad ligeramente distinta, a un nicho de mercado que en realidad puede acabar siendo la suma de muchos nichos. Lil Nas X no es simplemente un rapero, ni un artífice de música negra: es un artista pop en su sentido más amplio. De popular.
Veamos: “Dead Right Now” navega entre el dancehall y el trap. Entre el Caribe y Atlanta. Podría gustar en Jamaica y en Nueva York. “Industry Baby”, más allá de su guiño cachondo a Britney Spears y de su famosa declaración de intenciones (“soy un nigga del pop como Bieber, no follo con zorras, soy marica”), recuerda por igual a Kanye West que a Timbaland. Podría seducir al público que se enganchó al pop a principios de siglo como al que lo hace ahora. Y lo mismo ocurre con “That’s What I Want”, que es una actualización del sonido de Outkast, o con esa “Scoop” (con Doja Cat) que luce un bajo sísmico y una evidente influencia del r’n’b de finales de los 90 y primeros 2000.
Lil Nas X sabe valerse también de la cultura del featuring, pero sin abusar. Sin rozar siquiera el paroxismo de los últimos trabajos de Drake y Kanye West. Por eso el piano de Elton John empasta tan bien en “One of Me” sin que notemos su presencia si no es tras leer los créditos, también por eso la vulnerabilidad de Miley Cyrus mezcla tan bien con la suya en “Am I Dreaming” y seguramente también por eso Megan Thee Stallion compite en igualdad de facultades para que “Dolla Sign Slime”sea el pelotazo de hip hop aguerrido y rabioso que es.
Por si hicieran falta más pruebas de que Montero Lamar Hill (que ese es su nombre real) es perro viejo aunque aún sea muy joven, ahí están el pop mainstream de “Lost In The Citadel” (encantará a los fans de Justin Bieber o Avril Lavigne) o la balada “Sun Goes Down”, o el grandilocuente rock alternativo de “Life After Salem”, que tanto puede conectar con la generación del nu metal del segundo tramo de los noventa, para demostrar que se las sabe todas. Hay artista con personalidad, sí. Pero también hay una muy perspicaz visión de mercado, pensada a largo plazo.