Ve la luz hoy mismo Memento Mori, el más hermoso y clarividente tributo que Dave Gahan y Martin Gore podían dedicar a Andy Fletcher, pero también a sí mismos.
Los grandes músicos, los que se convierten en leyenda, son aquellos que saben sobreponerse a las adversidades más horrendas y regenerarse con el tiempo. Cuando el año pasado falleció Andy Fletcher, teclista y miembro fundador de Depeche Mode, parecía el fin de la banda. Pocos podían esperar que sus otros dos componentes originales, Dave Gahan y Martin Gore, se pusieran manos a la obra tan pronto y lo hicieran, además, para entregar el que es seguramente su mejor disco desde que publicaron Ultra, en 1997. Ha pasado un cuarto de siglo ya. Se dice pronto.
El single “Ghosts Again” ya avisaba de que los mejores Depeche Mode habían vuelto. Una canción a la altura de sus grandes clásicos de los años ochenta y noventa. Concisa, melancólica y de estribillo memorable. El resto de Memento Mori (2023), publicado hoy mismo, no se queda demasiado atrás. Sobrevuela alrededor de sus doce cortes la reflexión acerca del paso del tiempo, de la supervivencia a toda clase de adicciones (que le pregunten a Gahan), de hacerse mayor para encarar el ocaso de la vida y, desde luego, también la sombra de la ausencia del compañero fallecido, un Andy Fletcher que fue esencial en la arquitectura sonora de la banda de Basildon (Reino Unido) y en su equilibro interno, aunque no compusiera.
Unos Depeche Mode revigorizados
Memento Mori (2023) dispensa un buen puñado de canciones memorables, de una clarividencia que hasta ahora no se había visto en los cinco discos anteriores publicados por Depeche Mode. “Soul With Me”, “My Cosmos Is Mine”, “Caroline’s Monkey”, “Before We Drown”, “Always You”, “Never Let Me Go”, “Speak To Me” o “People Are Good” también pueden aguantar la mirada a los mejores clásicos de su carrera, sin pestañear, gracias también a la aportación de Richard Butler (Pyschedelic Furs) en algunos de ellos, y la producción de James Ford encaja como un guante, redondeando un disco por el que cualquier banda con más de cuarenta años de trayectoria ininterrumpida vendería su alma al diablo.