La miniserie documental de Netflix ofrece una visión inevitablemente sesgada de la historia del pop y el rock en Latinoamérica.
Se suele decir, con razón, que la historia siempre la escriben los vencedores. O al menos, quienes tienen el privilegio – bien ganado, la mayoría de las veces – de tener un acceso más directo a las fuentes y al medio. A quienes cuentan la historia y a quienes la difunden. También es verdad, en descargo de quienes están detrás de Rompan todo. La historia del rock en América Latina (2020), que los penaltis solo los puede fallar quien se ofrece para chutarlos. Que quien no se arriesga o agacha la cabeza, difícilmente saldrá esquilado.
Y que en todos los artefactos culturales que llevan en su título el enunciado «la historia» (es mucho más prudente enunciar «una historia», lo sé por experiencia), siempre habrá decenas, cientos, quizá miles de quejas acerca de lo incluido y lo excluido. Que si faltan estos, que si sobran los otros, que si el espacio dedicado a unos es injustamente breve o el encomendado a aquellos otros es de una desproporcionada sobrevaloración… en tiempos de redes sociales, todos somos seleccionadores nacionales. Y estamos muy contentos de que se nos note. Qué menos.
La serie producida por Gustavo Santaolalla y dirigida por Picky Talarico tenía todos los números para levantar suspicacias en varios países.
La serie documental que estrenó hace unas semanas Netflix, producida por el músico Gustavo Santaolalla y dirigida por Picky Talarico (ambos argentinos), tenía todos los números para levantar todas las suspicacias posibles y alguna más. A sus responsables les han dado cera hasta en el carnet de identidad. Y cuesta creer que ellos mismos no se lo esperasen. En primer lugar, por enhebrar – y muy bien, por cierto, hay un enorme trabajo de entrevistas y búsqueda de imágenes detrás – un relato que se erige como la historia del rock latinoamericano pero arrincona los hallazgos ocurridos en países como Venezuela, Perú, Ecuador o las islas del Caribe a mera anécdota. Algo más de protagonismo recaba Colombia, eso sí. Pese a las críticas.
Se puede entender que sean Mexico DF y Buenos Aires quienes lleven la voz cantante, por algo son las dos grandes urbes del género desde la frontera con EE.UU. al estrecho de Magallanes. Incluso que apenas ni se mencione a Brasil, por aquello de que su idioma no es el castellano y musicalmente es como un continente en sí mismo, que requeriría solo para sí otra serie documental aparte (samba, tropicalismo, bossa nova, favela funk, etc).
Se puede entender que sean Mexico DF o Buenos Aires quienes lleven la voz cantante, o que Brasil, cuyas músicas darían de sí para otra serie documental, quede al margen.
Pero era bastante evidente que a Santaolalla le zumbarían los oídos por el supuesto favoritismo mostrado hacia aquellos proyectos en los que se vio alguna vez implicado (Maldita Vecindad, Café Tacuba, Juanes, Los Prisioneros), en detrimento de fenómenos que pueden parecer más underground o menos exportables internacionalmente pero tuvieron su importancia histórica: uno piensa, por ejemplo, en la cumbia rock, la chicha peruana de finales de los sesenta, tan colorista y avanzada a su tiempo. Y tres cuartos de lo mismo puede decirse de su plasmación de la aportación femenina, resuelta de forma global con apenas un par de pinceladas en el último capítulo, aunque bien es cierto que los testimonios de Andrea Echeverri, Mon Laferte o Julieta Venegas, entre otras, goza de buena cuota.
Dicho todo esto, y sin pretender dar una de cal ni otra de arena, ni incurrir en esa equidistancia que tan pecaminosa nos parece en estos tiempos de impulsivos posicionamientos binarios a golpe de tecla, Rompan todo es una espléndida forma de adentrarse en el devenir de una música que lucha (y solo por eso ya ofrece motivos para profesar a la serie buenas dosis de empatía) contra una doble dificultad: la que depara una lectura en clave de presente, según la cual el género estaría ya obsoleto, superado por el tiempo y los estilos urbanos – con lo que conlleva de reivindicación de un estilo de vida – y la que depara una lectura en clave de pasado, la de los muchísimos obstáculos que el rock se encontró para progresar en países que sufrieron cruentas dictaduras o regímenes seudo autoritarios, ya fuera en Chile, en Argentina o incluso en el México priista.
Por no hablar de la violencia en la Colombia de las guerrillas y el narcotráfico. El rock fermentó en toda Latinoamérica a pesar de sus gobernantes, y nunca gracias a ellos. Fue casi siempre un acto de resistencia. Y de puesta al día de sus legados musicales. Y la serie documental lo muestra con una espléndida factura.
Pese a sus ausencias y lagunas, «Rompan todo» es una espléndida forma de adentrarse en la historia de un género que fermentó a pesar de los gobernantes y las dictaduras de los estados latinoamericanos, y no gracias a ellos.
Bueno es, en cualquier caso, que la serie haya incentivado el debate, que haya propiciado un enriquecedor contraste de opiniones y que haya copado gran parte de la atención de los medios en las últimas semanas. Cualquier crítica que podamos hacer desde este lado del charco podría verse cuestionada, y con razón, por un panorama audiovisual – el nuestro – en el que apenas prestamos atención a nuestro legado más que para trocearlo caprichosamente y hacernos unas sonoras risas a costa de sus aspectos más superficiales para pasar nocheviejas ante la tele.
Aunque se consoliden (ya era hora) otros espacios que aúnan divulgación y entretenimiento, ese matrimonio que no ha de ser siempre imposible. ¿Veremos algún día una historia del rock español? Desde luego, por falta de archivo no será.