
En poco más de un lustro, el género etiquetado como “urbano” ha marcado una divisoria generacional en España, con estrellas como C. Tangana, Rosalía, Bejo, Nathy Peluso, Yung Beef, La Zowi o Don Patricio.
Como ocurre con la mayoría de estilos musicales, el hábito no hace al monje. Es decir, que muchas veces la denominación de algunos estilos es tan engañosa que obliga a preguntarse dónde se ubican sus límites. Los contornos son tan porosos en el ámbito de la denominada música urbana que a veces cuesta especificar si estamos hablando de hip hop, de trap, de reggaeton o de cualquier híbrido entre ellos.
Si trasladamos esa controversia a España, la confusión es aún mayor porque aquí todo nos llega de segunda mano, como una versión (muchas veces desvirtuada, aunque en otras con un componente autóctono que lo hace singular y proteico) local de esos géneros que tienen origen en el ámbito anglosajón o incluso caribeño.
“Los contornos de música urbana son tan porosos que no es siempre fácil aclarar si estamos hablando de hip hop, de trap o de reggaeton“.
Se habla mucho de música urbana en España, pero lo que no todo el mundo sabe es que esa denominación tiene su origen en los EEUU a finales de la década de los noventa, cuando bajo el término “urban” se agrupó toda una serie de discos que apelaban al público negro de las grandes ciudades.
No exento de cierta controversia, el término “urban” se identificaba a veces con la clientela de los guetos, de los suburbios, con esas barriadas negras de aluvión, ya que su música era un batiburrillo de hip hop, soul y r’n’b, casi todos propuestos desde el empleo del sampler y de la tecnología más avanzada.
Es por ello que se tiende a ver la música urbana como algo contrapuesto a los géneros tradicionales de guitarras: al rock, al blues y a cualquiera de los afluentes del sonido americana. Como si lo urbano supusiera estar en la onda y el rock fuera cosa de puretas. Una dicotomía algo tramposa, porque se tiende a olvidar (o a desconocer) que el hip hop nació hace más de cuarenta años, al igual que el reggaeton o el trap llevan casi dos décadas funcionando. Ni uno es de jóvenes ni el otro de viejos. No al menos necesariamente.
Un nuevo star system
El caso es que, en España, en los últimos años también se ha ido perfilando un star system de músicos que, adscritos a la dichosa etiqueta en cualquiera de sus acepciones, han logrado que incluso los grandes festivales les hayan reservado algunos de los lugares preeminentes en su cartel. Hay imágenes que no engañan, como la de la muchedumbre que reunió C. Tangana en uno de los escenarios secundarios del FIB en su última edición (la de 2019), mientras que grupos de pop y rock de guitarras tradicionalmente ligados a la historia del festival no lograban recabar ni a la cuarta parte de público que el músico madrileño.
“Los grandes festivales llevan tiempo reservando lugares de honor en su cartel a los músicos urbanos, a veces incluso por delante de rockeros cuya trayectoria ha ido muy ligada a ellos”.
Es precisamente C. Tangana uno de los nombres ineludibles de esta escena, desde que emergiera como miembro del trío trap Agorazein. Un artista arrogante pero también ambicioso, a quien mucho critican por su lenguaraz forma de glamourizar lo material (¿acaso no está siendo ese uno de los signos de nuestro tiempo?), pero a quien nadie le puede negar su habilidad para hacerse con un público cada vez más mayoritario. En su forma de fundir elementos del trap y del flamenco es inevitable mencionar a Rosalía, la artista española más internacional de la última década.
Hablamos de una escena, en todo caso, muy deslocalizada. O muy representativa de cómo está repartido el peso demográfico en nuestro país, si se quiere. Parafraseando a ese partido político que presume de ser el que más se parece a esa España plural, quizá sean nuestras músicas urbanas las que, en su reparto de papeles estelares, mejor reflejen esa diversidad.
Hay incluso un par de libros ya en castellano que dan muy buena cuenta de fenómeno: El trap. Filosofía millenial para la crisis en España (Errata Naturae, 2019) y Making Flu$. 10 años de la nueva escena musical (Plaza y Janés, 2021). Ambos muy recomendables para entender el fenómeno en toda su dimensión.
Desde todos los puntos del país
Sen Senra desde Galicia, Bejo y Don Patricio desde Canarias, la argentina (de origen) Nathy Peluso desde Madrid, Goa o Albany desde Valencia o Young Beef, La Zowi y Dellafuente desde Granada: todos ellos, con mayor o menor presencia del trap, del pop multiforme o de los sonidos caribeños, muestran puntos de colisión con otros músicos jóvenes que, desde un hip hop algo más entrado en años, también pueden ser metidos en el cajón de sastre de los sonidos urbanos, como puede ser el caso de Ayax y Prok, Natos y Waor, Jarfaiter e incluso figuras tan totémicas como la Mala Rodríguez, premio nacional de la música hace un par de años, quien lleva tiempo colaborando en sus discos con músicos de esta generación.
La escena de la música urbana en España está tremendamente deslocalizada, hasta el punto de ser un reflejo muy fiel de la demografía del país: Galicia, Granada, Sevilla, Barcelona, Canarias, Valencia…
Solo el tiempo dirá cuántos de ellos mantienen a flote una carrera estable de aquí a una década. De momento, el presente es suyo. Y ya se han ganado a pulso una ingente base de seguidores que – basta echar un vistazo a youtube y spotify – les ha convertido en estrellas, sin discusión. Porque el público es siempre soberano. ¿O no?