
El músico y escritor Ricardo Lezón (Getxo, 1969), alma mater de McEnroe, inaugura sección en ¡Mússica!, «Las voces contadas», narrando su evocador encuentro con Victor Cabezuelo, el hombre que está detrás de Rufus T. Firefly, otro de los nombres indispensables de la escena independiente estatal.
Suena Marvin Gaye, “My Love is Growing”. A Víctor le pasa con Marvin como a mí con Chet Baker: cuando están sonando la realidad es diferente; no es que tengamos la sensación de que es diferente, sino que lo es. Esa es quizá una de las cimas de quien elige dedicarse a hacer canciones, conseguir transformar la realidad de quien escucha, ayudarle a cargar con ella o simplemente acompañarla, hacer que lo cotidiano fluya de una manera particular, única.
Hay más cimas, pero esta es de las más altas. No es lo mismo fregar platos en silencio que hacerlo escuchando “Let´s Get it On” o “Blue Room”. En estos tiempos de soledades demasiado ruidosas, como titulaba Bohumil Hrabal una de sus novelas, o de ruidos en exceso solitarios o de soledad entre tanto ruido, donde el mundo está más preocupado en gritar lo que no es que en demostrar lo que es, en los que de tan efímeros nos acercamos a lo inexistente, en los que la expectativa es más importante que el suceso, da gusto, y esperanza, escuchar a Victor hablar sobre la belleza como la mayor de las revoluciones, de la música como camino hacia lo bello y amable, de colocarla en el altar de lo que nos acerca a la felicidad más sencilla e importante.

La primera vez que escuche a Rufus T Firefly fue viéndoles tocar sobre el remolque de un tractor una noche de verano en Ambrona, un pequeñísimo pueblo de la provincia de Soria a donde no llega la señal de la telefonía movil, ni la wifi. Allí se celebraba un pequeño festival llamado In Situ, en el que lo único que había era música e ilusión. Nada ni nadie más. Bajo aquel cielo estrellado disfruté como un niño de todo, de las canciones, de la emoción que ellos mismos desprendían al tocarlas y de estar allí en ese preciso momento. Después, a pesar de alojarnos muy cerca, mi pétrea timidez no me dejó acercarme y hablar con ellos, contarles lo mucho que había disfrutado y lo bonito que había sido. Hoy, charlando con él, se lo he podido decir, y toda la conversación se ha parecido bastante a aquella noche en Ambrona. Tenía muchas ganas de tener una conversación con él.
La primera vez que escuché a Rufus T Firefly fue viéndoles tocar sobre el remolque de un tractor una noche de verano en Ambrona, un pequeñísimo pueblo de la provincia de Soria.
Además de ser un músico realmente talentoso, hacedor de canciones que me transmiten belleza y, algo muy difícil de conseguir, alegría, además de eso le leo en redes sus reflexiones e inquietudes y me gusta, me parece necesario y comparto el fondo y la forma. Después de hablar con el un buen rato confirmo mis intuiciones y me encuentro con un tipo cercano, interesante y amable. Esa palabra aparece mucho en la conversación: amable. Es una de esas palabras que en su aparente fragilidad contienen toda la contundencia. He intentado envolver las partes más importantes de lo que hablamos, porque para contarlo todo hubiese necesitado demasiado espacio, más memoria y más agilidad tomando notas. Lo que aquí leéis es lo que el me contó y lo que yo entendí. De eso se trata. Eso he intentado.
Víctor estudió óptica y trabajó en ello durante años. Lo dejó porque no se sentía útil, y se me ocurren pocas razones que pesen más para dedicarte a algo. En 2017, Rufus T Firefly, publica Magnolia, y a partir de ahí esa utilidad se hace más evidente. Es cuando empieza a percibir el efecto de sus canciones en más personas, cuando comienzan a llegar mensajes de nombres desconocidos que le cuentan lo que sus canciones consiguen. El poeta polaco Adam Zagajewski escribió que solo en la belleza creada por los otros hay consuelo. Víctor dice que le resulta difícil escuchar sus canciones, y que cuando las crea tiene muy en cuenta quién las va a escuchar, y tan claro lo tiene que las hace para intentar que quien las recibe se sienta mejor. Esperanza para los demás. No quiero hacer música para mí, quiero hacer música para los demás.

Cantamos para que nos escuchen, para eso grabamos; si no, cantaríamos solos sentados en las mecedoras de nuestros porches, o en la cocina mientras vemos caer la lluvia y a la gente correr por las aceras con los paraguas doblados por el viento. Él canta para ellos. Es bonito escuchar eso para alguien como yo, que siempre he sentido que canto para mí mismo, bonito e inquietante porque entonces, ¿para qué grabo?. Coincidimos en que cantar para uno mismo es el primer paso, eso sí. Puede que alguno no demos más que un paso y que otros encuentren un camino. Puede ser. Me gusta escuchar la palabra esperanza tantas veces. También me gusta saber que mantiene la curiosidad intacta, escucharle hablar del nuevo disco de Maria Arnal y Marcel Bages, de la ilusión que le hizo descubrir a Cala Vento en un festival y después tocar con ellos.
El pasado 21 de Mayo se publicó “Torre de Marfil”, nueva canción de Rufus T Firefly. Víctor me cuenta que será la única que se publique en formato exclusivamente digital hasta que salga el nuevo disco, que habrá otro adelanto, que se llamara «Lafayette», y que ira acompañado de un video, pero no estada en plataformas, solo en youtube. Quiere cuidar el formato físico, devolverle el protagonismo que empezó a perder desde el aciago descubrimiento del compact disc (esto es mío). Le ha costado encontrarla, porque a veces las canciones te encuentran y otras veces hay que vencer el miedo a no encontrar nada y salir a buscarlas. Me habla del miedo de enseñárselo a sus compañeros de grupo y sonrío porque es un sitio en el que llevo viviendo muchos años, del miedo a repetirse, que es un miedo que hay que cuidar mucho para no perderlo nunca.
El miedo a no repetirse creativamente es algo que hay que cuidar mucho para no perderlo nunca.
Por el camino hemos hablado de que hay un tiempo para la crudeza, como aquella Dancing in The Dark (2000) de Von Trier y Bjork que tanto le impactó y que ya no volvería a ver, y que hay un tiempo para la sensibilidad. De que hay un tiempo en que hay que ser soldado y otro en el que hay que ser enfermero. De que los dos nos sentimos más útiles en las ambulancias que en los tanques. En “Torre de Marfil”, Víctor canta “Llegar a la cima no hace que me sienta mejor “. Comenzamos la conversación hablando de una cima y acabamos hablando de otra, la de poder decir, como me ha dicho él, «estoy donde quiero estar». No se me ocurre otra más alta.
Coloco la tabla de surf de mi hijo en la baca del coche, nos miramos cada uno desde un lado mientras enganchamos las gomas para sujetarla bien. Hace un día de verano en el norte, azul intenso en el cielo y verde profundo en los montes. Nos vamos a la playa. Mientras busco las gafas de sol debajo del asiento, Riki pone el cd y empieza a sonar “Tsukamori”, todo se ondula con el sintetizador, nos miramos y riéndonos clavamos el redoble en el aire. Y cae sobre nosotros la inmensidad. Como en la canción de Rufus T Firefly. Desde la voz de Víctor.