
Os recomendamos una decena de álbumes absolutamente prescritos para estos días en que el calor aprieta y disponemos de más tiempo para desconectar de todo.
Esto es un juego. Nada más que eso. Sabemos que hay decenas, cientos de discos estupendos para escuchar en verano. Miles de canciones. Pero esto no es más que un puñado de sugerencias. Una puerta de entrada. Un listado de recomendaciones.
Una invitación a descubrir o a redescubrir diez joyas de la música popular de las últimas décadas, especialmente recetadas para ser disfrutadas cuando el calor aprieta, los días alargan y tanto las horas como los minutos empiezan a desparramarse como un helado que se derrite, cambiando nuestra percepción del tiempo como si las agujas del reloje se detuvieran.
Sol, playa, montaña, deporte, largos paseos, excursiones, comer bien y beber mejor… y buena música que lo acompañe. Qué sería de nosotros sin esos días en los que aprovechamos para recargar las pilas. Aunque este tampoco vaya a ser un verano exactamente igual que los anteriores a 2020. En cualquier caso, seamos optimistas: tampoco va a ser tan anómalo como el último. Ni mucho menos.
Estos que se nos vienen encima son días propensos al hedonismo, al ocio, a la desconexión con la rutina habitual, al goce sensorial sin coartadas ni excusas. Y qué mejor forma de celebrarlo con esta lista de diez discazos absolutos, que perfectamente podría alargarse hasta los cien. Que los disfrutéis.

1 – Wave (CTI, 1967), de Antonio Carlos Jobim
Difícilmente se entendería un verano sin la cadencia suave y las voces dulces de la bossanova. Pocos estilos (quizá también el reggae) más adecuados para estos meses.
Antonio Carlos Jobim gestó una de las cumbres del género con este disco, un derroche de clase que desde Brasil tendía puentes con las tradiciones del pop y del jazz. Una fantasía hecha sonido, perfecta como acompañante en las largas tardes estivales, a ser posible mirando al mar y con un buen refresco a mano.
Su portada se convirtió en un icono cultural, emulada (por ejemplo) por el inclasificable Carlos Berlanga en su álbum Indicios (Compadres, 1994; Austrohúngaro, 2003). Una admiración que persistió en su siguiente disco, Impermeable (Elefant, 2001), en el que se marcaba su propia versión del tema titular.

2 – Forever Changes (Elektra, 1967), de Love
Más de cincuenta años después, la obra cumbre de Arthur Lee y los suyos sigue deslumbrando y reclamando su lugar junto a los discos más estivales de la historia.
El pop de la costa oeste norteamericana, el pop ácido y el sunshine pop son estilos perfectamente acordes con los meses de verano, y pocos discos sintetizan mejor el cruce de caminos entre todos ellos que esta lección magistral, en la que también había buenas dosis de psicodelia, barroquismo y, sobre todo, un puñado de melodías eternas.
Lástima que fuera también un caluroso verano, el de 2004, cuando nos visitó por última vez (antes de su muerte) para dar un decadente concierto en el Festival de Benicàssim y dejarnos con ese sabor amargo. Mejor quedarse con sus anteriores visitas.

3 – Curtis (Curtom, 1970), de Curtis Mayfield
El músico de Chicago alcanzó su cumbre con un tratado de soul abigarrado que ponía banda sonora al fin de las utopías de los sesenta. Y lo hacía postulándose como esa tercera vía que siempre se esgrime como alternativa al binomio fantástico de los setenta: el de Marvin Gaye y Stevie Wonder, las dos vacas sagradas (solistas) del género durante la época.
La psicodelia, el funk y la conciencia social permeaban ya sin remilgos en la mollera de un creador que, además, estrenaba su propio sello, Curtom, el primero creado por un artista negro. Una colección de soleadas y refulgentes melodías (pese a su sombría temática) que siempre funciona estupendamente en estos días calurosos y soleados.

4 – Ammnesia (Jack Trax, 1988), de Mr Fingers
Si hablamos de hedonismo, noches sin fin, baile hasta el amanecer y delirio psicotrópico (bueno, esto tampoco se da siempre, reconozcámoslo), no podemos olvidarnos de la música house, que tuvo una de sus tempranas cumbres en este álbum, firmado por uno de los pioneros del género, Larry Heard, al frente de su proyecto Mr. Fingers.
Sí, hay muchos otros trabajos de música house que podrían figurar en la misma casilla, pero en aquella época nadie pensaba aún que fuera un estilo capaz de generar más que un puñado de singles de impacto. Era 1988, en pleno segundo verano del amor, fiebre del acid house contagiando a medio mundo, y Mr. Fingers demostró que sí que era posible tramar un álbum house sin desperdicio.

5 – Blue Album (Geffen, 1994), de Weezer
Los palos de ciego que han ido dando Weezer en los últimos tiempos han sido épicos, pero qué bueno, qué contagiosamente radiante era su primer disco.
Derrochaban frescura, descaro, vitalidad, esa jovialidad un poco nerd que siempre les ha caracterizado, y lo plasmaban en un puñado de canciones que alegraban el día al más pintado.
Era el suyo un pop de guitarras endurecidas y sonrisas gloriosamente bobaliconas en plena era grunge. Con un par. Te montaban una fiesta junto al velatorio. Otro disco de veranos eternos.

6 – Fountains of Wayne (Atlantic, 1996), de Fountains of Wayne
Otros que también arrasaban con todo gracias a un magnífico primer disco. Chris Collingwood y el añorado Adam Schlesinger (falleció por la covid hace poco más de un año) deslumbraban con esta colección de proyectiles de pop energético, a medio camino del power pop y la revitalización de preceptos new wave que tanto sacudió la escena yanqui alternativa en los noventa.
Su álbum de debut homónimo es una soberana colección de pildorazos reconstituyentes que podía durarte los tres meses del verano y prácticamente el otoño entero. El pop con mayúsculas arañando la perfección, con la misma rotundidad que esos rayos de luz que se cuelan por la mañana a través de nuestras ventanas.

7 – Since I Left You (Modular/XL, 2001), de The Avalanches
La inclasificable comuna australiana hizo de la técnica del sampler todo un arte, en un debut que marcó historia y justo ahora se reedita por su 20 aniversario.
No era ni electrónica para las masas, ni pop lúdico, ni rock de guitarras, ni nada que pudiéramos realmente equiparar a ninguna corriente del momento, sino algo que sublimaba hasta extremos nunca vistos la técnica del sampler: sus canciones se retroalimentaban de fragmentos de otras canciones compuestas y publicadas muchos antes, ya fuera por los Jackson 5, Madonna, los Beatles o Françoise Hardy.
Calzarse este disco con unos buenos auriculares tumbado en la playa, o sentado mirando al mar, es una experiencia que al menos ha de probarse una vez en la vida. Sin dudarlo.

8 – California (Naïve, 2002), de Perry Blake
Empezó como crooner atormentado y crepuscular para convertirse, aunque solo fuera por un solo disco, en un hacedor de de canciones gozosas, inflamadas por la llama del mejor soul.
Era el elegantísimo Perry Blake y su California (Naïve, 2002), uno de sus mejores trabajos. Aquí su mullida melancolía ya no tenía poso amargo ni angustiado. Es como una oda a la gama de tonalidades que un estado tan luminoso como California puede llegar a sugerir, perfecto como compañero estival.

9 – Summer Love Songs (2009), de The Beach Boys
Obviamente, no podían faltar los Beach Boys. Si hablamos de playas, sol, surf, chicas y chicos jóvenes en bañador y tardes radiantes, no podíamos dejarles de lado. Ni en pintura.
Podríamos haber escogido Love You (Reprise, 1977), prácticamente obra en solitario de Brian Wilson, el maldito Smile (Captitol/EMI, 2011), el imperial Pet Sounds (Capitol, 1966) o los radiantes Sunflower (Brother/Reprise, 1970) y Surf’s Up (Brother/Reprise, 1971). Pero nos hemos inclinado por esta recopilación, porque aquello de apelar a un público amplio, no necesariamente iniciado.

10 – Kaputt (Merge, 2011), de Destroyer
El mejor Dan Béjar. O cómo evocar al mejor synth pop delos años ochenta sin caer en la copia ni en la mímesis, sino actualizando con muchísimo talento todo aquel legado.
Cualquiera de los tres siguientes discos de este músico canadiense es igual de recomendable, pero ninguno tan brillante, tan perfecto, tan cegador como este. Como mirar al sol de frente a las doce del mediodía sin gafas de sol. Aunque también funciona por la noche. Conviene administrarlo con mesura, porque crea adicción.