
El batería de Los Planetas y Lagartija Nick publica un segundo libro que, pese a tener forma de anecdotario de viaje, revela una veta más sentimental y emocionante aún que el anterior.
Hay músicos que son mucho más que aplicados instrumentistas. Por su forma de ser, son prácticamente instituciones. Su carisma natural y su forma de manejarse por la vida hace de ellos personajes insustituibles. De esos que, si no existieran, alguien tendría que inventárselos.
Eric Jiménez (Granada, 1967) es uno de ellos, sin duda. Empezó su carrera aporreando timbales en KGB, histórica -y popularmente minoritaria- enseña del post punk granadino, pero cuando su carrera empezó a gozar de notoriedad fuera de su ciudad fue ya en los años noventa, cuando participó en dos discos que fueron, respectivamente, dos hitos de la música popular de nuestro país, le pese a quien le pese: Omega (El Europeo, 1996) de Morente y Lagartija Nick y Una semana en el motor de un autobús (RCA, 1998) de Los Planetas.
En aquel segundo tramo de los noventa fue cuando empezó a combinar, de forma intermitente, esas dos formaciones, ambas esenciales para entender la evolución del rock independiente español en las últimas décadas. Curiosamente, a Eric nunca le ha interesado demasiado el flamenco, a diferencia de lo que les ha ocurrido en diferentes fases de su carrera a los compositores principales de sus dos bandas. Aunque su concurso a las baquetas fuera esencial.
Y sin embargo, se ha visto envuelto en algunas de las simbiosis más brillantes nunca gestadas en España entre rock de guitarras eléctricas de pedigrí anglosajón y sonidos andalusíes, ya fuera en forma de psicodelia jonda, lisergia aflamencada bajo el embrujo del espíritu de Lorca o esa readaptación de clásicos de nuestra música popular bajo un espeso manto de electricidad con duende a cargo de Fuerza Nueva, el proyecto de Los Planetas y Niño de Elche, con el que ahora mismo recorre algunas de nuestras ciudades.
Como si fuera otra de las muchas chocantes contradicciones que orbitan (nunca mejor dicho) alrededor de su perfil artístico, esa involuntaria querencia hacia los meandros del flamenco es una de las curiosidades que el batería se encarga de recalcar en Viaje al centro de mi cerebro. Las anécdotas más ácidas y salvajes del mítico batería de Lagartija Nick y Los Planetas (Penguin Libros, 2021), se segundo libro, tras la estupenda acogida que cosechó el primero, Cuatro millones de golpes. La insólita y emocionante historia del batería de Lagartija Nick y Los Planetas (Penguin Libros, 2017), que llegó incluso a ser escogido como mejor libro estatal en Mondosonoro durante aquel año.

Parecía difícil que Eric pudiera contarnos más cosas de las que ya desveló en su primer libro. O al menos, que fueran a ser igual de sustanciosas. Pero parece que la inactividad pandémica de los meses más crudos del confinamiento, los de la primavera y el verano de 2020 (sin bolos a la vista, sin poder impartir sus clases de batería y sin poder abrir el bar que regenta en Granada durante meses), fue el estímulo necesario para que tanto él como Holden Centeno, que es el escritor en la sombra, se pusieran manos a la obra. No valía la pena esperar. O más bien: no quedaba otra. Y la verdad es que todo lo que aquel primer volumen tenía de descarnada biografía, este lo tiene de descacharrante anecdotario. Había tela que cortar aún, independientemente de que su continuidad editora fuera más que recomendable para su propia liquidez económica.
El que fuera el mejor batería español para la audiencia del ya extinto programa Discogrande (Radio 3) en más de veinte ocasiones y medalla de plata al mérito cultural por el ayuntamiento de su ciudad, se destapa emocionalmente aquí con algo más de doscientas páginas que, lejos de su apariencia intrascendente o casual (son las giras con sus grupos, sus viajes, sus vivencias junto a Florent -sobre todo- y compañía la principal materia prima), logran transmitir una ternura y una emotividad aún mayores que en su antecedente.
Sería absurdo pedirle al batería que nos dejase un poso literario o siquiera periodístico a la altura del que frecuentan José Ignacio Lapido, Igor Paskual, Christina Rosenvinge, Santiago Auserón, Ricardo Vicente o Ricardo Lezón, por poner solo unos cuantos ejemplos bastante dispares. Esa no es su liga, él lo sabe perfectamente, y esa es también su principal virtud. Porque es lo que cuenta, sí. Pero también el cómo lo cuenta. Sin ambages, dobleces, subterfugios ni adornos. Entre lo cómico y lo trágico, tal y como de puñeteramente caprichosa y endiablada es esta vida.
Para quienes conocemos personalmente a Eric, aunque no tanto como nos gustaría, este es un libro que nos lo muestra en estado puro. El manual de conducta de un tipo que, más allá de ser una mina generando titulares en cualquier entrevista, no va de nada por la vida. Por mucho que su talante se sitúe en las antípodas de esa aburrida corrección política que se estila en la plana mayor de nuestra escena indie de la última década, con esa estética normcore tan de fondo de armario de Zara y esos modales tan aburridamente pulcros que les incapacitan para meterse con nadie, aunque solo sea por darnos un poco de vidilla y dársela (de paso) a ellos mismos.
Una persona que es un producto de todo lo que ha vivido, y pese a haber tenido una infancia, adolescencia y juventud complicadas, siempre ha salido a flote con la mejor de sus sonrisas, gracias también al poder redentor de la música, a su pericia y potencia ante la batería, que es al fin y al cabo la actividad que mejor se la ha dado siempre y que le ha salvado de ser un incorregible tarambana.
El batería es alguien que no se arroga ínfulas. Un hombre naturalmente generoso, curioso por todo lo que le rodea, armado con ese humor cabrón y algo faltón, recubierto de la sempiterna malafollá granaína, y a la vez tremendamente cariñoso y sentimental, fiel a aquellos y aquellas que han estado a su lado en algún momento importante de su vida, y amante, sobre todo, de las cosas claras: la honestidad, la verdad por delante, sin pamplinas, y el respeto a la libertad de los demás, a que cada cual haga de su capa un sayo sin que nadie tenga que escuchar sermones ni moralinas.
Un libro, en resumen, en el que la realidad supera con frecuencia a la ficción, y que se lee en un suspiro prácticamente igual de breve que el anterior.