El cantautor asturiano muestra las huellas de un nuevo comienzo en el reflexivo y confesional Mundos inmóviles derrumbándose
El tiempo no corre. Vuela. Parece que fue ayer, pero han pasado ya veinte años. Dos décadas desde que Nacho Vegas, acrisolado hasta entonces en el reptante e hipnótico rock mutante de los inolvidables Manta Ray (antes estuvo en Eliminator Jr), debutaba con un disco que suponía todo un reto: Actos Inexplicables (Limbo Starr, 2001) era un trabajo completamente atípico. Desde su misma portada. Canciones de cantautor en castellano en un mundo, como era el indie que venía de los noventa, en que eso era considerado un tostón. Algo propio de la generación de sus padres.
Ocurre que los referentes de Nacho Vegas no eran Silvio Rodríguez, Víctor Manuel o Serrat. Ni tampoco, evidentemente, Ismael Serrano o Pedro Guerra. Venían de otras latitudes. Eran Leonard Cohen, Townes Van Zandt, Neil Young, Bill Callahan o Nick Drake. Y de esos tótems había poco reflejo en nuestra música. Menos aún en castellano.
«El asturiano reformuló el perfil de cantautor hispano apostando por Townes Van Zandt o Leonard Cohen, cuando lo habitual era hacerlo por Serrat o Silvio Rodríguez».
El asturiano reformuló la figura del cantautor hispano, y además lo hizo desde presupuestos de un cierto posicionamiento sociopolítico, ese tabú del que casi siempre abjuró el indie de los noventa. Y lo hizo a través de una discografía que creció con el tiempo, que se procuró una sólida parroquia de seguidores y que pasó por diferentes fases creativas, incluida una de marcado acento notarial de la actualidad, aquel Resituación (Marxophone, 2014) que le granjeó división de opiniones.
Pocas canciones explican con más precisión lo que sugería el 15-M de 2011 que aquella «Cómo hacer crack», publicada aquel mismo año. Capturó un estado de opinión que sobrevolaba el ambiente. Definió una época. Fue el principio de muchas otras cosas. Mucho ha llovido ya desde entonces, claro. Y ni la situación social y política es exactamente la misma ni tampoco la carrera de Nacho Vegas necesita sangrar por la misma herida que entonces.

Pero las personas crecen, evolucionan y van atenuando o moderando, según dicte la realidad, muchas de sus convicciones. Hay excepciones, pero suele ser así. Lo mismo ocurre con los artistas. Y Nacho Vegas no es una excepción. Sus convicciones son las mismas. Su posicionamiento, igual de inequívoco. Pero la forma de modular sus canciones, tal y como se comprueba en Mundos inmóviles derrumbándose (Oso Polita, 2022), su reciente nuevo trabajo, marcado por una buena temporada en Ortiguera, un pequeño pueblo de pescadores de la costa cántabra, es distinta.
Es el fondo el que también determina la forma. Y el Nacho Vegas de ahora tiene la necesidad de ser más directamente sentimental, más confesional, más intimista, más pendiente de mirar hacia su propio interior que hacia lo que le rodea. Quizá por eso ya no graba con los integrantes de León Benavente (que ya eran su banda de directo antes de crear la suya propia, recordemos), y lo hace con Hans Laguna, Cristian Pallejà y Ferran Resines, músicos y productores más acostumbrados a labores de minuciosa artesanía pop que a potentes artefactos ideados para atronar en grandes recintos.
«El Nacho Vegas de 2022 es menos cínico, menos irónico, menos escéptico, quizá porque esas son cualidades que rebosan en las redes sociales».
El Nacho Vegas de 2022 es el de un nuevo comienzo. Hasta en las imágenes promocionales transmite otro semblante. La serenidad de quien se lo ha replanteado todo (su vida, su carrera, la sombra del bloqueo creativo incluida) y ha hecho (hasta cierto punto) un borrón y cuenta nueva. El Nacho Vegas actual es menos cínico, menos irónico, menos escéptico, quizá porque de todo eso ya hay demasiado en esas redes sociales que tanto nos mediatizan.
El Nacho Vegas de ahora mismo es un artista que apuesta por la empatía, ese bien tan escaso. Sentimentalmente más directo y musicalmente menos eléctrico. Y también más consciente de que pecar de ser algo conservador (en las costumbres, no en lo político) es una opción necesaria en unos tiempos como los que vivimos, en los que la izquierda ha caído, mayoritariamente, en la trampa de una hipercorrección política que deja en manos de la extrema derecha todo el campo de la incorrección supuestamente molona y transgresora, de los enfants terribles que vienen (teóricamente) a cuestionar el establishment.
Seguramente Mundos inmóviles derrumbándose (Oso Polita, 2022) no sea el mejor (tampoco el peor, desde luego) disco de Nacho Vegas, pero tiene algunas canciones que optan a clásicos instantáneos de su discografía: «La flor de la manzana», «Ramón In», «Esta noche no acaba» y «Big Crunch», su reconocido «villancico anticapitalista» en el que arremete contra Grande-Marlaska y los CIE, con esa letra que aborda parte de nuestra compleja y perversa actualidad sociopolítica, pero lo hace sin sermones, con desenfado y una acidez («esa canción-panfleto bomba») atenuada por el sano temperamento de quien sabe reírse hasta de sí mismo.