La artista barcelonesa cierra dos años de vértigo con un primer álbum que rescata ocho canciones ya conocidas junto a cuatro inéditas, que le dan un contrapunto sereno.
Ay, el confinamiento. ¿Lo recordáis? Parece que haya pasado una eternidad. Fue entonces cuando Rigoberta Bandini empezó a hacerse notar. Cuando su nombre se transmitía por el boca-oreja. Cuando empezaron a viralizarse sus primeros videoclips. Durante la primavera y el verano de 2020 empezó a sonar su nombre. Más de dos años después, y tras la publicación de un buen puñado de singles y la participación en un Benidorm Fest que podría haberla lleva a Eurovisión, llega su primer álbum.
Curiosamente, o quizá no, ya que vivimos en una época en la que la mayoría de la gente consume canciones sueltas a través del streaming, el álbum no es un formato que haya necesitado para llegar al gran público ni para reunir a varios miles de personas en cada uno de sus conciertos. Esos directos que, ya lo dijo hace unas semanas, ha decidido abandonar durante una larga temporada. Lógico.
Demasiado, y demasiado pronto
Todo a su alrededor ha ido demasiado rápido y en muy poco tiempo. Tanto como para que cualquier diario de tirada estatal le pregunte por el feminismo, el nacionalismo, la maternidad, la condición de clase, la educación y mil cosas más, que no tienen necesariamente relación directa con su música. O quizá sí, más de la que nos pensamos.
Ella misma ya ha reconocido que es un disco «raro». Que no es un álbum pensando como tal, sino el clásico primer primer disco compuesto de canciones de aquí y de allá, armado con toda su producción publicada hasta ahora: de los doce cortes, solo cuatro son nuevos. El resto son las archiconocidas «In Spain We Called It Soledad», «Perra», «Ay Mamá», «Así bailaba», «Too Many Drugs», etc… es una retrospectiva con algunos momentos momentos recientes (los temas inéditos) algo más íntimos y serenos, como para contrarrestar.
A Paula Ribó le ha pasado lo mismo que a cualquiera de nosotros, pero por duplicado y con un buen colchón: que necesita bajar de la rueda del hamster para parar, recapitular y poder contemplar las cosas con cierta perspectiva. Necesita tomar aire. Necesita tiempo para explorar y decidir qué va a ser lo próximo. Y ha tenido la suerte (o el talento, o la sagacidad, o el sentido de la oportunidad) de ganarse ese tiempo con lo obtenido en estos dos años de vértigo.
¿Era necesario este álbum? Quizá para gran parte de su público, no. Para ella, sí. Y eso vuelve a probar que, por mucho que los hábitos de los consumidores de música cambien, el álbum como colección de canciones sigue siendo visto como la prueba del algodón para cualquier músico.
El viejo álbum como eterna prueba del algodón.
Que les pregunten, si no, a Rosalía y C Tangana, cuyos últimos largos (por muy diversos que sean) son los que les han garantizado un marco conceptual, una imagen definida, una combinación concreta de referentes y una justificación para las dos giras más espectaculares que el pop español ha deparado en muchísimo tiempo.
«Canciones de amor a ti», «Tú y yo», «Que vivir sea un jardín» y «La emperatriz» son las cuatro canciones de La emperatriz (Live In Dallas, 2022) que hasta ahora permanecían inéditas. Ofrecen, como ella dice, un contrapunto al baile y la extroversión que le eran inherentes, dentro de ese universo en el que ABBA, Mónica Naranjo, Daft Punk, Gigi D’Agostino, Mocedades o Fangoria podrían compartir espacio. ¿Son un indicio de por dónde irá su carrera cuando termine diciembre, acabe su gira y se encierre a componer de nuevo? El tiempo lo dirá.