El quinteto valenciano confirma la valía de su vibrante post punk en un segundo álbum más maduro y versátil.
El sonido del bajo marcando con autoridad su relieve. Las guitarras tan afiladas que cortan. Los teclados evocadores, que transportan al oyente a otras dimensiones, a veces soñadas y a veces solo imaginadas como en desvelos de nostalgia por lo no vivido.
Es la llama eterna del post punk que no se agota, y que incluso en tiempos de predominio del trap, el hip hop o los ritmos caribeños, sigue imponiendo su ley a través de discos de músicos que aún no alcanzan la treintena.
Los valencianos La Plata son un exponente meridiano de esas señas, y abanderan ese ya venerable pero (a la vez) renovado sonido con el mismo arrojo que Margarita Quebrada, Mausoleo o Semana Santa (sin salir de su ciudad, particularmente propensa a la exhumación de estos claroscuros), pero con mucho más aplomo porque cuentan con el bagaje que da una carrera que ya sobrepasa el lustro y certifica dos álbumes y un puñado de singles y EPs.
Dejaron de ser una promesa. Son una firme realidad. Y conectan con una nueva sensibilidad con armas que no son precisamente nuevas.
Versatilidad y madurez
Decimos esto con rotundidad, porque este segundo álbum es justo lo que uno esperaba de ellos. Desorden (Sonido Muchacho, 2018) era un estupendo debut, repleto de perdigonazos directos al entrecejo, canciones fibrosas, nervudas y veloces, que lo tenían todo para anidar en la memoria de una generación, pero parecían cortadas por un patrón muy similar.
A excepción, claro está, de la planetaria “Me voy”. Era un manojo de himnos, pero apenas había resquicio para tomar aire. Todo era frenesí. Excitación. Pálpito acelerado.

Este Acción Directa (Sonido Muchacho, 2022) es, en ese sentido, mucho más versátil. Más maduro. Más polivalente. Más álbum-álbum, a la antigua usanza, y no simplemente una colección de canciones rutilantes. Y también la paleta sonora es más diversa, aunque resulte imposible confundirlos con nadie.
Sigue predominando esa angustia existencial que en textos y estética recuerda tanto a la influencia del futurismo de Marinetti en la primera generación post punk británica (en los New Order de Movement – 1981 – , sin ir más lejos), con las alusiones al movimiento, a la idea de novedad y a las metáforas marciales, pero las líneas de sintetizador pasan a primer plano en detrimento de las guitarras, y el dispendio de medios tiempos matiza mucho su mensaje. Y para bien.
Influencias diversas
“Victoria”, “Movimiento infinito” y “Volver para verte” tienen el marchamo de hits indiscutibles, cualquiera de ellos podría haber formado parte de su álbum de debut, pero son los otros siete cortes los que abren nuevas vías de expresión: las dos partes de “Sigue caminando” oxigenan; “Arderemos” es tan cruda que recuerda a Parálisis Permanente y “Hacia el vacío” puede remitir a Golpes Bajos. Hay dinámicas cambiantes, texturas mudables y apertura de miras, y en pocas canciones se aprecia mejor que en “Entre esta luz”, con la voz de la teclista Patricia Ferragud tomando el mando en el lugar de Diego Escriche, dándole a la música de La Plata otra connotación.
¿Disco de confirmación? Sin duda. Y de los que abren el apetito de cara a sus próximos conciertos, tras un par de años en los que su progresión sobre los escenarios quedó cortocircuitado por los confinamientos.