El séptimo disco de la artista norteamericana plantea un diálogo entre pasado y presente que va mucho más allá de la nostalgia por la música disco.
Se ha dicho que es un trabajo de música disco. Que es un álbum pensado para bailar. Que sus cortes están enlazados como si fuera una sesión de DJ. Que se trata de un disco hedonista, sin complicaciones, lúdico y cimbreante. Y aunque algo de todo eso hay, lo cierto es que hay bastante más. Quedarse solo con esas tres o cuatro pinceladas es perder la perspectiva del cuadro completo.
Y lo que es más importante aún: no es una colección de canciones puramente retro. Rebusca en los arcones de la música disco que reinó en medio mundo desde finales de los años setenta, pero no se acomoda en el guiño nostálgico, pese a que dos de sus canciones más reproducidas puedan dar esa impresión: el fusilamiento del tardo deep house noventero de “Show Me Love” de Robin S en “Break My Soul” o el enésimo saqueo del patrón de “I Feel Love” de Donna Summer en “Summer Renaissance”. Como ocurre con lo último de Rosalía, la elección de su(s) singles es más que discutible, por cuanto no representan la caleidoscópica riqueza de unos álbumes que demandan ser escuchados al completo y en su intencionada secuencia.
Por ambición, voracidad estilística y multiplicidad de referencias culturales, este Renaissance (2002) de Beyoncé está mucho más cerca del Confessions On A Dancefloor (2005) de Madonna (su último gran disco) o del reciente Mr. Morale & The Big Steppers (2022) de Kendrick Lamar (su última obra maestra) que de cualquiera de los oxigenantes artefactos dance que nos alegraron el primer verano pandémico: aquellos últimos discos de Dua Lipa, Kylie Minogue o Jessie Ware, que nos invitaban a bailar cuando apenas podíamos salir de casa.
“Este disco está más cerca del “Confessions On A Dancefloor” (2005) de Madonna o del “Mr. Morale & The Big Steppers” (2022) de Kendrick Lamar que de los últimos discos de Dua Lipa, Kylie Minogue o Jessie Ware”.
Entrando en harina: “I’m That Girl” aúna reggaeton y house; “Cozy” vira hacia Jamaica sin dejar de remitir a la oscura sensualidad del”Erotica” de Madonna; “Alien Superstar” orienta su radar a África y a la cultura del ballroom (la que Madonna- sí, otra vez ella -acercó al mainstream en “Vogue” hace 33 años) mientras su letra guiña un ojo a Right Said Fred; “Energy” se mueve entre el dancehall y el Hi NRG mientras remite a aquellas producciones tribales de Timbaland y saluda a Teena Marie y The Fugees (“Ooh La La La”); “Church Girl” funde gospel con twerking, espiritualidad con lubricidad, el sur norteamericano con el Caribe (¿alguien da más en menos tiempo?); “Move” se permite el lujo de contar con Grace Jones (y Tems) en un corte mutante, que evoca el bounce de Nueva Orleans y el kuduro angoleño de artistas como Pongo; “All Up In Your Mind” se dota de recursos hyperpop que difícilmente se hubieran entendido hace diez años y “America Has A Problem” remite al electro primigenio, el de principios de los ochenta. Solo “Cuff It” y “Virgo’s Groove” repiten la concurridísima plantilla disco a lo Chic.
Hay un diálogo entre pasado y presente, aunque quizá no se ofrezcan muchas pistas para el futuro. Hay un flujo argumental que conecta el movimiento por los derechos civiles de los setenta con el Black Lives Matter. La liberación disco bajo la bola de espejos con el repunte del house, el posterior vogueing, la popularización del género nacido en Chicago como nuevo lenguaje universal (con su consiguiente devaluación por uso y abuso) y las nuevas realidades: la ansiada normalización de lo queer y de los colectivos LGTBI+, con la música como palanca. Es un empeño omnívoro y de vocación integradora, casi panteísta, aunque le sobren (como a casi todo disco de 16 pistas y una hora de duración) dos o tres canciones que apenas aportan nada.
Está lejos del edulcoramiento r’n’b de algunos de sus trabajos más mainstream, pero también ligeramente por debajo de sus dos últimas entregas: Beyoncé (2013) y Lemonade (2016) habían puesto un listón demasiado alto. Es, en cualquier caso, mucho más que el capricho retro que podría deducirse de una lectura apresurada. Y es solo el primero de los tres capítulos de una trilogía que promete.