
El círculo con los tres colores de la bandera británica es desde hace décadas un flexible símbolo de enorme significación cultural, pero nació con un propósito muy distinto hace casi un siglo.
¿Quién no se ha topado con ella alguna vez? Es uno de los grandes iconos de la cultura popular del siglo XX, y aún proyecta su sombra sobre las nuevas generaciones, que lo han adoptado con entusiasmo. Pero no mucha gente sabe cuál es el origen real de esa diana con los tres colores de la bandera británica, que es desde los años sesenta un símbolo de la cultura mod y de una forma de entender la música, las artes y la vida en general.
Pese a que lleva décadas ligada a un uso relacionado con la cultura, el origen de la diana mod es bélico. Tal cual. Empezó a utilizarla la RAF, las fuerzas aéreas británicas, como un logo impreso en el costado de sus aviones durante la Segunda Guerra Mundial. ¿El motivo? Que la Union Jack (que en realidad es la cruz de San Jorge inserta junto a los colores azul y blanco) no se viera confundida con la simbología empleada por la aviación nazi. Y para ello, lo que hicieron fue copiar la diana que llevaban sus aliados franceses en sus aviones, pero con el orden de los colores invertido, para así diferenciarse.


Así fue como, imitando a los franceses, los británicos se dotaron de una enseña de la que nunca pensaron que llegaría a prosperar como un icono de la moda y de la música. Eso fue ya a partir de los años sesenta. La década prodigiosa. La era del boom de la beatlemania. La explosión de la música pop como fuerza cultural de primer orden. La invasión británica, protagonizada por bandas como The Who, The Kinks, Rolling Stones, Yardbirds, Gerry & The Pacemakers y demás conquistadores ingleses de las listas norteamericanas. La época del swinging London, el free cinema y la Inglaterra campeona del mundo de fútbol por primera (y única) vez, jugando en casa. Y el momento también, cómo no, de la eclosión de la cultura mod, que sería la que acabaría abrazando el logo como algo propio.
A esta confluencia entre diseño, cultura y arte pop, contribuyó el pintor, escultor y artista gráfico Jasper Johns (Augusta, Georgia, 1930) con la exposición Target With Four Faces, que desarrolló en el MOMA neoyorquino en 1955. Considerado uno de los padres del pop art, el minimalismo y el neodadaísmo, junto a Robert Rauschenberg, Johns ya se había valido de la bandera norteamericana, utilizando la técnica encáustica, en una célebre muestra en 1954.
Tan solo un año más tarde probó a hacer algo similar en una muestra que rescataba la vieja diana utilizada por la aviación británica. Era el arte como mercancía y la mercancía como arte. Su ejemplo fue clave para que, unos años después, y ya en el Reino Unido, el círculo tricolor se convirtiera en todo un icono pop.

Ya en la década de los sesenta, la primera vez que apareció la diana al servicio de la música pop fue para anunciar una serie de conciertos que The Who en 1964, la formación integrada capitaneada por Pete Townshend y formada solo dos años antes, iba a ofrecer en la sala Marquee de Londres.
La idea fue del diseñador Brian Pike, quien customizó el redondel añadiéndole el nombre del grupo y una flecha negra partiendo desde la letra «o» y apuntando hacia arriba. También la tipografía de las letras «h» del artículo «The» y del sustantivo «Who» aparecen unidas por una línea recta, subrayando así la idea de unidad. Acabó siendo un logo tan indisociable del grupo como la famosa lengua para los Rolling Stones.
Mucho se ha hablado desde entonces acerca del significado real de la flecha, que coincide con el símbolo de la masculinidad. ¿Era una afirmación de esa masculinidad? ¿Una llamada a la acción directa? ¿O quizá ambas cosas, teniendo en cuenta que la presencia de la mujer era muy reducida (al menos en las bandas, aunque no como solistas, que ya ahí estaban Dusty Springfield, Lulu, Petula Clark o Sandie Shaw) y que la escena pop y rock era aún muy incipiente?

Fue a partir de entonces cuando la cultura mod, que ya empezaba a tener en los Who a uno de sus grandes emblemas, adoptó con entusiasmo el símbolo tricolor, que se convirtió en un popular objeto pop con la misma celeridad con la que la propia Union Jack empezó a serlo, plasmada en vestidos, camisetas, gorros y toda clase de merchandising.
Los adeptos de lo mod, generalmente de clase obrera, hacían gala de su buen vestir (polos Fred Perry o Ben Sherman, elegantes parkas), su pasión por las motos Lambretta, su amor por los sonidos negros del soul y del rhythm and blues y su sintonía (al menos, parcial) con las extenuantes sesiones de northern soul que se organizaban en las macrodiscotecas del norte inglés entre finales de los sesenta y principios de los setenta. El propio logotipo del northern soul también adoptó la estructura de círculo concéntrico de la diana mod.

La diana mod ha llegado hasta nuestros días en perfecto estado de salud. Principalmente, porque la cultura mod ha ido regenerándose con sucesivas hornadas de músicos y de fans. Además de que los propios Who siguen en activo, publicando discos dignos y embarcándose en nuevas giras multitudinarias.
El primer revival llegó a finales de los setenta, con los Jam de Paul Weller como abanderados, y otras bandas como los Merton Parkas, The Lambrettas e incluso los skatalíticos The Specials, en paralelo a películas como Quadrophenia (Franc Roddam, 1979), basada en la ópera rock de 1973.
El segundo fue durante los noventa, cuando la marea brit pop, de la que Paul Weller fue uno de sus padrinos con sus espléndidos discos en solitario de la época, generó grupos como Ocean Colour Scene o los Blur del segundo disco, que compartían gran parte del sonido y, sobre todo, de la estética mod. Una oleada que en España ya habían encarnado, desde mediados delos ochenta, Los Flechazos, Canguros, Los Scooters o Brighton 64.


Hoy en día, lo mod como subcultura sigue gozando de una salud de hierro entre generaciones que ni siquiera habían nacido (no estaban ni en proyecto, vaya) cuando la diana tricolor empezó a ser un icono de la cultura popular, una coartada más para el consumismo, pero también una imagen repleta de historia y significado. Una historia que la aviación militar británica no podía ni imaginar, hace casi un siglo, que sería tan larga y fructífera.