Echamos la vista atrás para recordar diez grandes trabajos que este año cumplirán tres décadas, y envejecen como el buen vino.
En 1992 no sabíamos aún lo que era una pandemia. Apena quedaba nadie vivo que recordara la anterior. Tampoco sabíamos lo que era una crisis económica de caballo. Ni las hipotecas subprime. Ni la corrupción sistémica. No sabíamos aún lo que sería internet. Ni los teléfonos móviles.
Aún comprábamos discos en masa. Vinilos y CDs. A millones. Apenas teníamos cinco canales de televisión disponibles. Utilizábamos el video doméstico. Y vivíamos razonablemente felices, pensando que el fin de la Guerra Fría y, sobre todo, las Olimpiadas de Barcelona, la Expo de Sevilla y la capitalidad cultural europea de Madrid nos iban a poner en el lugar que nos correspondía como país. Por fin con un papel protagonista.
Poco sabíamos todo lo que nos ocurriría años más tarde. Pero 1992 se presentaba como un año pleno de optimismo en el futuro. Incluso en el mundo de la música, en el que parecía que cualquier puñado de jóvenes con talento surgidos del más puro underground, como Nirvana, podían destronar a Michael Jackson de las listas de éxitos e imponer un nuevo paradigma comercial.
En este artículo echamos la vista atrás y recuperamos la memoria de diez discos que entonces nos fascinaron, y aún conservan su poder de atracción. Algunos nos hablaban sobre la muerte, otros celebraban la vida como si no hubiera un mañana. Algunos confirmaron el talento de sus autores, otros fueron como una bocanada de aire fresco que nos puso sobre aviso de que algo grande se estaba gestando.
Son, en cualquier caso, diez discazos que durante este 2022 cumplen sus tres décadas. Treinta años, nada menos. Y que siguen sonando igual de bien.
1 – R.E.M. – Automatic For The People (Warner)
La muerte, los amigos perdidos en el camino, el crepúsculo de la vida. No eran temáticas que nadie esperase de parte de una banda que estaba en la cima del mundo, vendiendo millones de discos. Pero Michael Stipe, Bill Berry, Mike Mills y Peter Buck se marcaron el disco más sombrío e imperial de su carrera justo cuando nadie lo esperaba.
Una obra maestra del rock de principios de los noventa, con aquella críptica portada y con clásicos como “Man On The Moon”, “Nighswimming”, “Everbody Hurts” o “Monty Got a Raw Deal”, que probó que era posible sonar personales, arriesgados y afiladamente intransferibles desde un ámbito multinacional.
2 – Kiko Veneno – Échate un cantecito (BMG)
Fue el final de la travesía del desierto para José María López Sanfeliu, tras años de bregar sin que el reconocimiento popular la sonriera. Por algo “Lobo López”, “Echo de menos”, “Superhéroes de barrio”, “Joselito” o “En un Mercedes blanco” son clásicos que casi nunca fallan en sus conciertos, treinta años después.
Por algo medios como Efe Eme, Rockdelux y la edición española de Rolling Stone lo consideran uno de los mejores cuarenta discos españoles de la historia. La producción de Joe Dworniak y un cancionero en estado de gracia, mezcla de rumba, pop, folk y sabiduría popular, muy de la calle, tuvieron la culpa.
3 – Neneh Cherry – Homebrew (Circa)
Su debut, Raw Like Sushi (1989), que ahora mismo está de reedición deluxe, impactó más, por lo que tenía de novedad: asaltaba las listas de éxitos una joven mestiza, atractiva, lenguaraz, con talento para componer, cantar, rapear e idear sus propios videoclips, con canciones pegajosas y con mensaje social y de género, y con una idea muy clara de qué imagen quería proyectar.
Pero este segundo álbum era mucho más completo, más maduro, más poliédrico también. Una combinación de pop, jazz, funk y trip hop (nunca se la incluye en la santísima trinidad de Bristol, la de Massive Attack, Portishead o Tricky, aunque este disco tiene mucho de ellos, e incluso anticipa a los dos últimos: ahí estaba Cameron McVey), con colaboraciones estelares de Michael Stipe, el propio Geoff Barrow y Gang Starr.
4 – Albert Pla – No solo de rumba vive el hombre (BMG/Ariola)
Imaginación desbordante, irreverencia, provocación, eclecticismo y un surrealismo rayano en lo infantil apuntalan la carrera de inclasificable Albert Pla, quien gozó de su temprana obra cumbre con este No solo de rumba vive el hombre (1992), una auténtica revelación en la España de los fastos del 92. Totalmente a la contra.
“Joaquín el necio”, “Carta al Rey Melchor”, “La dama de la guadaña” o “El bar de la esquina” son historia viva y palpitante de nuestra música popular. El fruto de la mente de un creador febril e insobornable, dotado como pocos para reflejar los claroscuros de nuestra personalidad como pueblo en canciones que nadie más podría idear.
5 – Lou Reed – Magic and Loss (Sire)
“Hay un poco de magia en todas las cosas, y también un poco de perdida para equilibrar”. Esta fue la declaración de intenciones y la filosofía que resumía a la perfección uno de los mejores discos de Lou Reed. Y eso que el listón estaba alto: veía de los magistrales New York (Sire, 1989) y Songs For Drella (Sire, 1990). Forma junto a ellos una espléndida trilogía.
La sombra de la guadaña, la espada de Damocles, como él mismo titula una de las canciones, sobrevuela estas catorce señoriales composiciones. Una de las primeras grandes obras de rock en torno a un género que hasta entonces, atrapado en sus estereotipos juveniles, parecía alérgico al reflejo de la muerte.
6 – Sonic Youth – Dirty (Geffen)
Los monarcas del noise rock, el arte de extraer toda la belleza posible del ruido de las guitarras eléctricas, dieron la versión más asequible y “comercial” de sí mismos con este álbum doble. ¿Significa eso que sonaron domesticados? En absoluto.
Dirty (1992) es un disco inspiradísimo, afilado, versátil, tenaz, de una belleza casi oceánica. Otra forma de hacer lo que les daba la real gana en un ámbito internacional, como ocurría también con R.E.M., sin sentirse en absoluto acomplejados o condicionados por el fenómeno Nirvana, con quienes compartían sello y a quienes recomendaron fichar. Uno de sus mejores trabajos.
7 – Arrested Development – 3 Years, 5 Months and 2 Days in the Life Of… (Chrysalis/EMI)
De La Soul o A Tribe Called Quest ya habían demostrado que el hip hop podía ser un estilo colorista, fraternal, ecologista y muy imaginativo, lejos de la acritud de las calles de urbes como Nueva York o Los Angeles y los discos del incipiente gangsta rap. Pero este colectivo de Atlanta lo llevó, literalmente, a otra dimensión.
Mostró que el sur, en el ámbito del rap, tambien existía. Reventó las listas de éxitos con su mensaje repleto de vibraciones positivas y se convirtió en una influencia decisiva para proyectos posteriores, como Outkast, gracias a canciones como “People Everyday”, “Mr. Wendal” o “Tennessee”.
8 – Surfin’ Bichos – Hermanos carnales (RCA)
Lo tenían todo para comerse el mundo. Al menos, para convencer al gran público de nuestro país. Grandes canciones, textos afiladísimos, electricidad desbocada y un universo y una lírica propios. Pero no lograron telonear a Nirvana, pese a que su nombre figuraba en algunos carteles de la gira española de Kurt Cobain y los suyos, ni tampoco este gran trabajo vendió lo que se le presuponía.
Lo recuperaron en una gira en 2017 con ocasión de su 25 aniversario, haciendo justicia (poética) a canciones como “Viaje de redención”, “Efervescente”, “Hey, Lázaro”, “Fuerte”, “Abrazo en un terremoto” o “En otoño”, en grandes festivales y ante miles personas, las grandes audiencias que se les negaron en su día. No merecía menos.
9 – Sugar – Copper Blue (Creation)
El talento de Bob Mould para patentar la fórmula de ruido+melodía ya había dado imponentes frutos cuando estaba al frente de Hüsker Dü, una de las bandas clave del rock independiente norteamericano de los ochenta. Pero su forma de acercarlo a un público más amplio en este primer discos de su siguiente proyecto, Sugar, fue para quitarse el sombrero.
Electricidad, frenesí, estribillos inapelables y una montaña rusa de sensaciones en una secuencia que contaba, además, con una de las mejores triadas iniciales de canciones de las últimas décadas: la que formaban “The Act We Act”, “A Good Idea y “Changes”. Una locura.
10 – Los Sencillos – Encasadenadie (Ariola)
En el año del “Amigos para siempre” de Los Manolos y su romería rumbera en las Olimpiadas, otro grupo procedente de Barcelona (que no tenía nada que ver con aquello) publicaba uno de los mejores trabajos en castellano de los primeros noventa.
Aunque casi todo el mundo les recuerde por su gran hit, la bailable “Bonito es”, el segundo álbum de Miqui Puig y los suyos era un trabajo de impulso conceptual con muchísima miga. Vida (muy) inteligente entre el ocaso de los totems de la Movida de los ochenta y el brote de bandas indies de los noventa que cantaban en inglés.