Nuestra música, literatura y cine recientes llevan tiempo proponiendo una revisión crítica sobre una década que explica muchas de las cosas que ahora vivimos en este país.
Todo en la vida es cíclico. O eso dicen. No lo parecía últimamente, si tenemos en cuenta que el remember por los años ochenta – en todos y cada uno de sus aspectos – lleva prolongándose más del doble de lo que duró la propia década. Pero todo llega. Hasta la revisión de los años noventa. Quién nos lo iba a decir.
En los últimos dos o tres años, son la música, la literatura, la ficción cinematográfica y el género documental quienes se están encargando de ofrecer esa mirada sobre los noventa – españoles – cuya ecuanimidad solo nos la puede proporcionar el paso del tiempo. Al fin y al cabo, el calibre que nos permite objetivar una mirada que casi siempre se filtra a través de una morriña que no va mucho más allá del regodeo nostálgico, como ocurre en esos grupos del palo de Yo fui a EGB, que celebran algo tan obvio como que en los ochenta todos éramos entre treinta y cuarenta años más jóvenes. Sin más. Como si cualquier tiempo pasado tuviera que ser necesariamente mejor. Por decreto.
La reciente mirada sobre los noventa va más allá del regodeo nostálgico o del «cualquier tiempo pasado fue mejor».
El éxito de películas como Las Niñas (2020), debut cinematográfico de Pilar Palomero, una peli que se mueve al ritmo de la música de Niños del Brasil, Héroes del Silencio o Chimo Bayo, y del documental El año del descubrimiento (2020), de Luis López Carrasco, que rescató un suceso tan oscurecido por los fastos del 92 como fue el asalto al parlamento murciano por parte de un grupo de trabajadores laboralmente desahuciados, no han hecho más que respaldar la mirada retrospectiva a una década, la de los noventa, a la que ahora (desde nuestro presente pandémico) corremos el riesgo de añorar. Y quizá haya menos motivos de los que pensamos. Ahora nos parece un tiempo plácido, sin grandes conflictos, de relativa prosperidad económica y cierta inocencia. Posiblemente la última con unos referentes comunes y compartidos de forma generacional, antes de que internet lo atomizara todo. ¿Fue realmente así?
Ambos films se sumaron a otras obras relativamente recientes, con las que compartían el vívido realismo y la fidelidad con las que nos transportan a esa época en la que España parecía un infinito abanico de posibilidades de futuro, un país que abrazaba la opulencia tras décadas de gris autarquía y creía arañar la modernidad mostrándose al mundo con la Expo y las Olimpiadas: El caso Alcàsser (2019), de León Siminiani, y El pionero (2019), la serie de Enric Bach sobre Jesús Gil, emitidas – respectivamente – en Netflix y HBO, como si fueran el reflejo especular de aquella dualidad Antena 3/Tele 5, ya avanzaban la tendencia.
El interés por el fenómeno sociológico de la Ruta del Bakalao y las extenuantes sesiones de música electrónica que plagaban la carretera al sur de la ciudad de València, muy candente durante el último lustro, sería otro vértice. De hecho, también tiene su serie de ficción, dirigida por la productora de Rodrigo Sorogoyen y aún en fase de producción. La estupenda acogida de todos estos proyectos por parte de público y crítica refuerza la tesis: los noventa están de vuelta. Y no precisamente para hacerles la ola, sin más.
Películas como «Las niñas» o «El año del descubrimiento» se suman al interés por los años noventa despertado por las series sobre el caso Alcàsser, Jesús Gil o la Ruta del bakalao.
Por suerte, hay un factor común a todas estas miradas sobre nuestro pasado: todas rezuman ecuanimidad, realismo, son una disección crítica que no se recrea en la complacencia nostálgica por el simple hecho de que sus autores fueran jóvenes o adolescentes durante aquel tiempo. Son conscientes de los lodos que emanaron de aquellos polvos. De lo modernos que nos creímos cuando, en realidad, se fraguaba la eterna semilla picaresca que acabaría poniéndonos en nuestro sitio una vez más, aunque fuera en versión 2.0. No hay fasto que pueda borrar algunas inercias históricas que aún arrastramos.
Pasaba lo mismo, por cierto, en Verónica (2017), de Paco Plaza, aquella recreación de un luctuoso suceso que tuvo lugar en el seno de una familia de Vallecas a principios de los noventa, en la que las canciones de Héroes del Silencio (ellos otra vez, qué se la va a hacer) añadían un extra de truculencia y mal rollo a la trama, y en la que casi se podía oler ese ambiente de tardes de walkman, chándales de combinaciones de colores imposibles, pelis de Canal Plus, partidos del Rayo en primera división y un sensacionalismo mediático que empezaba a enseñar los dientes. Todo lo que ocurrió entre la generación del blanco y negro y la que se crió con internet, vaya.
Incluso el disco del que todo el mundo ha hablado este año, El madrileño (2021) de C. Tangana, muestra sin disimulo sus guiños al «Corazón partío» (1997) de Alejandro Sanz o al «Cómo quieres que te quiera» (2001) de Rosario Flores, como remitiéndose al último periodo en el que el pop español mainstream conjugaba sus balances contables en millones y vendía discos como rosquillas. Por no hablar de un panorama literario que cada vez presta más atención a aquella década, aunque solo sea porque el relevo generacional ahora lo escriben los millenials.
Incluso el nuevo disco de C. Tangana rinde su tributo particular a los éxitos de Alejandro Sanz o Rosario Flores a finales de los noventa.
Alguien le dijo a Bill Clinton, allá por 1992, que donde se dirimía el partido para poder ganar una elecciones era en la economía. El famoso «¡Es la economía, estúpido!». Y está claro que ahora es en la revisión de los noventa donde se juegan las castañas de parte de la mejor ficción, de la reconstrucción histórica e incluso de nuestra música (¿de dónde proviene, sino, la música de Hinds, Yawners o Cala Vento?).
Más aún sabiendo, como sabemos a estas alturas, que todo lo que ocurrió en España durante aquel tiempo liminal (el fin de la historia según Fukuyama: entre 1989 y 2001, esa época bisagra en la que parecía no pasar nada) explica muchas de las cosas que vivimos ahora mismo. Ya lo predijeron los madrileños El Pardo hace ocho años, a ritmo de punk desabrido: ¡Son los noventa!