Empieza a irse ya el olor a verano en esta mañana de mediados de septiembre. Llevo un tiempo sin acercarme a estos “Escritos al oído”, no se me da bien la multitarea, y otros menesteres me han mantenido alejado de los análisis de canciones que tanto disfruto. Aprovecho la inspiración que brindan las mañanas melancólicas de comienzo de un nuevo curso para asomarme a mi estantería de discos y rescatar un clásico, el primer disco de The Smiths, homónimo, que el próximo año cumplirá cuatro décadas de vida.
Heredé este CD de mi hermano mayor, aunque creo que él nunca le prestó demasiada atención. Al sacarlo de la estantería veo cómo el lomo ha ido perdiendo su color burdeos original para transformarse en un gris en el que prácticamente no se lee el nombre del grupo. El sol, el paso del tiempo, mi poco cuidado con los objetos, han ido haciendo su labor de desgaste. Coloco el CD en el reproductor, algunas canciones se quedan en bucle entre un segundo y otro, en ese sonido característico del CD rayado, ese loop digital tan distinto del clásico disco (vinilo) rayado.
The Smiths es uno de los grupos que nunca he dejado de escuchar. No hay nadie que me recuerde a ellos y, por tanto, tan solo escuchándolos puedo sentir determinadas emociones. Su música ya creaba imágenes en mi cerebro mucho antes de prestar atención a las letras de sus canciones, de alguna manera me transformaban, cantándolas me sentía otra persona. Claro, con veinte años, era mucho más influenciable, o quizá, como dicen algunas estrofas de la canción de la que voy a hablar, las emociones de los viejos tiempos se viven de manera diferente en el presente. “Ya no podemos aferrarnos a los viejos sueños”.
Esta es tan solo una de las lecturas que ofrece Still Ill, el séptimo corte del disco y nuestra canción elegida en el día de hoy. De mis preferidas de toda su discografía, ya no solo de este disco, y a la postre una canción emblemática de la banda de Manchester, que tanto Johnny Marr como Morrisey han incorporado en sus sets lists después de romper peras y acabar tan mal como el peor de los clichés de luchas de egos en grupos de éxito. Una composición corta, directa, compleja en armonía y rebosante de emoción que, por suerte, sigue intacta en mi CD.
Comienza con un truco de producción donde se escucha la batería con un efecto reverse aplicado a la reverberación de la caja. También se escucha un rasgueo de guitarra que da paso al resto de instrumentos y a la dramática voz de Morrisey. La guitarra de Johnny Marr y la línea de bajo de Andy Rourke van tejiendo un juego armónico y rítmico que define muchas de las canciones de The Smiths y que en esta Still Ill no da tregua hasta el final.
La estructura de la canción no es la habitual en un tema pop. De hecho, es difícil saber si estás escuchando una estrofa, un estribillo o un puente y tampoco es la típica canción río. Según contaba el propio Morrisey, muchas de las canciones de The Smiths se compusieron cortando y pegando él mismo en un radiocasete de doble pletina las guitarras que Marr había grabado previamente e improvisando melodías encima de esas grabaciones. Quizá de ahí provenga esta estructura en la que los versos se van mezclando, repitiendo y dando forma al conjunto.
Still ill se compuso en plena era Thatcher y tiene mucho de lamento y crítica de clase obrera, algo que a Morrisey parece que se le ha ido olvidando durante los tiempos presentes. Digamos que es un personaje de extremos. Ya con este primer disco rompió moldes y clichés que el rock parecía que había asumido de forma permanente. No era solo su forma de cantar, su look, su posicionamiento político o su ambigüedad sexual.
Morrisey era uno de los mejores letristas de su generación. Era provocador y poético, a veces cínico e ingenioso, gran conocedor tanto de la mejor tradición literaria inglesa como del lenguaje del pueblo.
De hecho, los versos: “Bajo el puente de hierro nos besamos / Y aunque acabé con los labios doloridos / ya no era como en los viejos tiempos” provienen de la autobiografía de Vivian Nicholson, una mujer que decidió dilapidar la fortuna que su marido había ganado en la lotería y a la que los tabloides sensacionalistas británicos dedicaron páginas y páginas en aquellos comienzos de los ochenta.
No recuerdo a quién he oído recientemente decir que las peores canciones son aquellas escritas con versos que parecen eslóganes. Bien, puede ser cierto, pero este no es el caso. Frases como “Inglaterra es mía y me debe una vida” o “¿Es el cuerpo quien gobierna la mente o es la mente quien gobierna al cuerpo?” retumban en Still ill y, si bien podrían ir impresas en una camiseta o tatuadas en el cuerpo de algún fan, suenan certeras y brillantes en la voz de Morrisey.
Poco más de tres minutos de duración para este corte que tiene otra versión en las sesiones John Peel (con Marr tocando la armónica) y una más recogida en el directo Rank, mucho más aguerrida y rabiosa que la original. He de reconocer que no me gustan demasiado los regresos a lo grande de bandas que en algún momento decidieron desintegrarse, pero habría hecho lo imposible por ver a The Smiths en directo alguna vez en mi vida. Si eso parecía improbable tras años de broncas entre sus miembros, con la reciente muerte de Rourke será ya imposible.
Conozco gente que asistió a la famosa actuación del grupo en el Paseo de Camoes de Madrid por las fiestas de San Isidro en 1985, un concierto mítico que se retransmitió dentro del programa La Edad de Oro, cuando a la televisión pública le interesaba la música en directo lejos del formato Talent show. Gracias a Paloma Chamorro y su equipo hoy podemos viajar en el tiempo y volver a aquellos días en los que la pública emitía en prime time contenidos musicales de calidad. ¿Para cuándo una nueva Edad de Oro en la tele pública? España es nuestra y nos lo debe.