Canciones como esta de los Tindersticks, a quienes vi hace unos días en Logroño, me siguen emocionando y acompañan a la perfección la sensación embriagadora de unas cuantas copas de vino.
Me gusta beber vino. No me considero un entendido, ni mucho menos, pero a lo largo de los años he ido conociendo cada vez más de todo el mundo que rodea a la bebida en cuestión. Nunca he hecho un curso de cata. Hay algunas uvas y ciertas denominaciones de origen que se han convertido en mis preferidas. Intento, siempre, dejarme recomendar por la gente que realmente sabe de esto y que, posiblemente, tenga el sentido del gusto menos machacado que el mío.
Por mucho que lo intente, me resulta imposible reconocer los matices de cereza, flores, frutas del bosque y demás. Me gustan los vinos tintos ásperos y con mucho cuerpo. Normalmente esto significa más gradación alcohólica, son vinos peligrosos. Los vinos blancos me gustan muy secos y cuanto más oscuros, entre oro y naranja, mejor. Dentro de estas preferencias existe toda una variedad que no podría beberme en tres vidas.
Hace escasos días estuve en Logroño, actuando. Aproveché el viaje y llegué un día antes para ver el concierto de Tindersticks, que esta vez iban acompañados por una sección de cuerda de la Filarmónica de Logroño. Que yo recuerde, era la quinta vez que los veía. A pesar de los cambios de formación, el nombre del grupo de Nottingham sigue siendo el mismo, y su esencia, tras treinta años de trayectoria, tampoco ha cambiado.
«El concierto de Tindersticks en Logroño fue emocionante, me conectó con otras épocas de mi vida y me dio la idea para escribir este artículo».
Fue un concierto emocionante, me conectó con otras épocas de mi vida y me dio la idea para escribir este artículo. Tindersticks han sobrevivido ya a unas cuantas batallas libradas en la industria del disco (de la música). También han sabido mantenerse impertérritos ante las modas y el devenir de las formas musicales de las últimas tres décadas. Y no es que la música haya cambiado poco, precisamente. Sus evocadoras composiciones ya estaban ahí en los comienzos del grunge, y lo siguen estando en la era de Motomami. Lo dicho, supervivientes.
«City Sickness» es uno de sus clásicos, una de esas canciones en las que el público aplaude en cuanto suenan los primeros acordes de guitarra. Es una canción medianamente alegre dentro del repertorio tirando a sombrío y lúgubre que suele manejar la banda. Lo que no falta es la elegancia que les caracteriza, la mezcla entre la voz de barítono estilo crooner de Stuart Staples y una instrumentación que juega con el rock y los arreglos orquestales.
La canción forma parte del primer disco de los británicos, publicado en el lejano año 1993 del siglo pasado, y adquirido por mí en alguna tienda de la cadena Tower Records en un viaje a Londres pocos años después. A día de hoy tan solo queda en pie una tienda de la cadena en todo el mundo, en Tokio. El resto del entramado empresarial fue cayendo poco a poco con la primera crisis de ventas del sector. Las dos tiendas de Londres cerraron definitivamente sus puertas en 2006.
Abro el CD con esa portada ya icónica de la bailarina flamenca. El libreto no contiene información, tan solo la imagen de un cuadro de la banda dentro de un marco dorado colgando de una pared con ornamentos barrocos, flanqueado por un par de ramos de flores. La música de Tindersticks tiene algo de eso, de estar suspendida en el tiempo, de decoración clásica en una estancia moderna, pop rock de cámara. En la época pre internet esta información era valiosa, dotaba a la banda de un misterio que le venía de perlas a su discurso musical.
Tras los primeros acordes de guitarra, que recuerdan un poco al desaliño de Pavement, entra toda la carga instrumental: una batería lejana, un bajo, un piano que repite la misma melodía durante toda la estrofa, la dramática voz de Stuart Staples, afectada al modo en que lo pueden ser las de Lee Hazlewood o Scott Walker, y una sección de cuerda que todavía en esta época estaba lejos de la opulencia orquestal que caracterizó sus dos siguientes trabajos.
Después un puente clásico, cambio de armonía y suena un nuevo timbre: en esta ocasión un vibráfono. La instrumentación del grupo resultaba rica y novedosa para la época. Tanto que la primera vez que fui a verles en directo (a finales de los noventa, en la ya desaparecida sala Caracol en Madrid) no me podía imaginar cómo iban a hacer que sonase todo lo que se escucha en sus canciones. Al final, entre los seis componentes se apañaban para hacer que no echases en falta ningún matiz de la grabación.
«No son Tindersticks un grupo de estribillos coreables, pero el de «City Sickness» es una excepción».
No son Tindersticks un grupo de estribillos coreables, pero el de «City Sickness» es una excepción, aunque quizá más que la voz lo que sobresale es el arreglo de cuerda con el que se desarrolla en la segunda vuelta. Una especie de solo de violines que la gente coreaba en el concierto en el que asistí hace unos días.
La verdad es que la melodía es hermosa y pegadiza. Un arrastre de órgano Hammond da paso a la parte C de la canción, que utiliza la misma estructura que las estrofas con una pequeña variación en la melodía de Staples, para volver a caer en un nuevo estribillo tras un break que, por los gestos que pude ver, también conocía todo el público. La canción termina, cómo no, utilizando la preciosa melodía de violines que habíamos escuchado antes.
Nada de estructuras farragosas ni de oscuridad, en esta canción Tindersticks van al grano. Supongo que por eso sigue formando parte de su repertorio en directo treinta años después. La ausencia de letras en el libreto, unida a la estudiada desgana con la que canta Staples, hacían muy difícil entender partes de la letra. Ahora la puedo encontrar en el móvil en un segundo. Parece ser que Staples echa de menos la ciudad, aunque diga que en ella no hay lugar para el amor.
«Quien haya vivido en una gran ciudad unos años y la haya dejado para irse a un pueblo puede entender el significado de ese «mal de ciudad» del que habla la canción».
Es el tema principal en las canciones de Tindersticks, el amor, más o menos correspondido, más o menos sórdido, siempre romántico. Quien haya vivido en una gran ciudad unos años y la haya dejado para irse a un pueblo puede entender perfectamente el significado de ese «mal de la ciudad», algo que hace que añores no sabes exactamente qué de la urbe.
En cuanto al mal de amores, seguro que a la mayoría os resultará fácil empatizar con alguno de los versos. Tindersticks llevan décadas colaborando con la directora de cine francesa Claire Denis, poniendo banda sonora a muchas de sus películas. No fue ella quien dirigió el videoclip oficial de la canción, de bajo presupuesto y estética marcadamente indie de los noventa. Podéis buscarlo si tenéis curiosidad, pero creo que mejor os dejo por aquí cómo sonó «City Sickness» el otro día.
Al terminar el concierto, la niebla invadía la ciudad y hacía un frío terrible. Nos refugiamos en un restaurante que nos había recomendado una amiga enóloga. Obviamente fue ella quien eligió los vinos para esa cena. La primera botella era un Ribeiro tinto, de esos que llaman ahora tintos atlánticos, que se hacen con uvas que dejaron de utilizarse hace años, y ahora vuelven con fuerza. Un vino excelente. La segunda botella, un Rioja de una nueva bodega que me gustó, pero me sorprendió menos. Demasiado ácido y suave para mi gusto.
Inevitablemente tracé un paralelismo entre las viejas canciones de Tindersticks rescatadas para este concierto y sus composiciones recientes, bellas pero de algún modo menos especiales que las de antaño. Justo cuando estaba pensando en el tópico de que algunas cosas en la vida, como el buen vino, mejoran con los años, a punto de aplicarlo al concierto que habíamos visto esa noche, mi amiga echó por tierra esa teoría. Un vino de hace cuatro años ya le parecía viejo.
Me decía que la mayoría de vinos, con el paso del tiempo, acaban perdiendo matices. Ella prefiere tirar de caldos que no lleven demasiado tiempo encerrados en el vidrio. El caso es que al final bebí y disfruté de ambas botellas, sin pensar demasiado en el inevitable paso del tiempo, brindando por una noche redonda en la que volví a sumergirme en la música de Tindersticks como lo hacía hace años, canciones con poso que me siguen emocionando y acompañan a la perfección la sensación embriagadora de unas cuantas copas de vino.
Foto de portada: Julien Bourgeois