Voy por la calle, 34 grados, la música retumba en mis tímpanos, otra vez ese mensaje en el móvil: Deberías bajar el volumen. Según el uso que has hecho de los auriculares en los últimos siete días, has superado el límite de exposición de audio recomendado… Ay, deberíamos hacer tantas cosas que no hacemos… hacemos tantas cosas que no deberíamos…
Menudo calor. Coches, personas, asfalto, ruido visual, pero en mi mente mi cuerpo se desliza de mí. Comienza a dar volteretas, me visualizo haciendo el pino, soy capaz de hacerlo, disfruto de la belleza de la estética al hacerlo justo en el paso de cebra, no me duele nada… En la vida real la lumbalgia hace tiempo que me priva de ciertos movimientos.
En todas estas no se me ocurre nada más que pararme a escribir estas letras, a pleno sol, en mitad de un puente, esto de escribir es lo que tiene, que te pilla a mitad de cualquier otra cosa. Ahora mismo me siento un cubito de hielo con extremidades y sabor menta, vello erizado incluido. Qué fantasía. La responsable es un clásico. El Running Up That Hill de Kate Bush, un clásico olvidado, desconocido hasta hace poco para los más tiernos, que se desempolvó gracias a Stranger Things. Lo álgido se halla tan solo en unas décimas de tiempo de la canción.
Me pasa con otros muchos temas, está el tema completo y luego esa mínima parte que lo excita todo, que te hace volar.
En esas aldeas diminutas que cada cual halla en sus canciones, la fantasía fluye, esas aldeas te salvan de la realidad. En cualquier lugar, en cualquier momento.
Mi aldea en el tema de Kate Bush comienza en el minuto 2:48, con ese Come on baby / Come on, Come on Darling / Let me steal this moment from you now / Come on Angel. Y en este mismo instante es magia lo que siento, como si la propia fantasía se dirigiese a mí para animarme a que me deje abandonar por ella… Me dejo, me dejo… Maravillas de esas que tiene la vida y son gratuitas.
El mundo está lleno de realidades que duelen, que aplastan. Se encuentran en todo aquello que a veces no podemos cambiar, aunque lo estemos deseando…
Y ahí está la fantasía, esa maravillosa habilidad que tiene nuestra mente para poder evadirse y fabricar un sinfín de mundos asombrosos en los que podemos imaginar, sentir y ser, sin miedos, en libertad, con placidez.
En una de las presentaciones que utilizo en el trabajo cuando tengo que hablar en público suelo proyectar un conocido frame de American Beauty que relata la sensibilidad ante la percepción de la belleza. El diálogo comparte una frase: «Hay tanta belleza en el mundo que siento que no lo aguanto». Por fortuna, gran parte del mundo se halla inmerso en la belleza, en esa que está en los detalles livianos y que, a poco que cuentes con algo de cordura (o de locura), pueden sumergirte en ella varias veces al día. Pero es cierto que a veces pienso en aquello de la alteridad y desde otra perspectiva convierto la frase en «Hay tanta realidad en el mundo que siento que no lo aguanto…»
Porque no nos engañemos, aunque hayamos perfeccionado la mirada en virar hacia otros lados… La vida, el mundo, está repleto de realidades hostiles que superan la ficción, y lo peor de todo es que somos la propia raza humana quienes las provocamos. Esas realidades se hallan adheridas a lo minúsculo y a lo mayúsculo, a lo íntimo y a lo colectivo, a aquello que sufren las pieles ajenas y las propias. Y en todas esas formas se alojan momentos que perforan el alma. Las injusticias, lo aterrador, los egoísmos, lo atroz, lo incomprensible, lo inhumano, los vacíos, las soledades…
Domingo tarde. Llueve. Estoy viendo una película. Una escena, un diálogo, unos acordes. Estímulos. Viajo. A un lugar en el que estuve, a uno donde quiero estar, a un lugar donde quizá nunca he estado, me pierdo… Tengo que darle al rewind, no sé cuánto rato me he escapado… Me ocurre entre las páginas de un libro, al salir del teatro u observando una obra de arte.
La fantasía es ese mundo que no nos debemos negar. La fantasía salva de las realidades y ayuda a construir mundos, supongo que por eso es importante entrenarla, para no olvidar que la llevamos de serie y la cultivamos en nuestra niñez, aunque luego se nos olvida, aunque supongo que también tenemos que aprender a administrarla en las dosis adecuadas para que no acabe por fagocitar nuestra realidad, que existen realidades que bien construidas son preciosas.
En eso de la fantasía a veces pienso que la cultura es la gran aliada, la que agita, construye y define.
La cultura abraza, pule, impulsa y está al alcance de cualquiera, y como muchas otras cosas que están a mano, es algo que a menudo no se aprecia y se descuida porque siempre hay muchas cosas importantes que hacer. Cosas que hacen que con el tiempo se nos haya olvidado cómo empaparnos de ella. Artificios, convenciones y cosas que parece que llenan, pero que cuantas más cosas son, más capaces son de vaciarnos por completo.
Últimamente se me eriza a menudo el vello, esto ya me sucede en la vida real. Me ocurre cada vez que escucho o leo la palabra censura relacionada con la cultura, porque yo pienso que la cultura debe ser rotunda, sonora y libre. Jamás deberíamos permitir que sea silenciada, porque sin ella no somos nada…. Porque yo pienso como Almudena Grandes, que la cultura es felicidad.