
Hace un tiempo que ando pensando en el mapa de voces que habitamos, de manera íntima y colectiva. Siento que cada voz concreta una memoria que es capaz de despertar sensaciones y legar huellas, de fabricar bandas sonoras recurrentes que no dejan de acompañarnos en nuestra existencia.
Me pregunto si en cada uno de nosotros la misma voz puede causar el mismo efecto. Llego a la conclusión de que no. Que cada uno percibe y siente de una manera diferente. Quizá es lo que nos distingue. Tan iguales y a la vez tan distintos.
Los ruidos del reír que esconden las voces también me resultan curiosos. Cómo son capaces de generar sonidos ajenos a la propia voz. He escuchado risas que se fugan de su propia voz, risas que suenan como si se estuviesen riendo en otra voz. Me suelo reír poco, y a destiempo, sintiendo a menudo el pudor de reír cuando nadie ríe y admiro profundamente a los que se ríen mucho y bien. A veces me pregunto si ello implicará también sentirse más feliz o esas risas son tan solo algo momentáneo que luego se olvida.
En esto de pensar en el sonido de las voces, a veces, también me pregunto cuánto hay de genética. Tengo una amiga que cada vez que su madre contesta al teléfono la confundo con ella. No he podido evitar husmear la cuestión y parece que alguien más también lo ha pensado recientemente (como casi todo en la vida) y existe un estudio que dice que sí, que hay genética en la voz, pero que también influye el entorno, la cultura y las costumbres, incluso chuparse el dedo en la infancia influye en la voz. Si tenéis curiosidad podéis ver más información aquí… un mundo.
«Hay voces inconfundibles que puedes reconocer entre cualquier bambalina de acordes, como las de Bowie, Janis Joplin, Iván Ferreiro, C Tangana, Rosalía o Antony Hegarty».
También pienso en como las voces se deslizan por el transcurso del tiempo, en que cada generación va acompañada de un mapa social de voces diferentes, aunque quizá, algunas sean similares por imitación.
Hay voces inconfundibles que puedes reconocer entre cualquier bambalina de acordes. Me vienen varias a la mente: Bowie, Janis Joplin, Iván Ferreiro, C Tangana, Rosalía o Antony Hegarty, que no es lo mismo escuchar el «Hope There’s Someone» en la voz de Antony Hegarty que en otra. Me quedo con la de Antony, que si hay vivencia y desgarro que sea real.
O esas voces del cine como la que tenía Lola Flores, Gracita Morales o la Forqué. Me pregunto cómo será vivir con una voz de esas peculiares cargadas de identidad. Yo creo que esas voces adelantan sin querer una personalidad, insinúan, invitan al que escucha a inventarse algo. Aunque sabes que es mentira, que lo que somos se lleva dentro y que por mucho que puedas imaginar de una voz, detrás siempre se esconde mucho más, tanto que a veces nosotros mismos ni siquiera llegamos a descubrirlo.
También me suelo recrear en esas voces ajenas, esas voces maravillosas nacidas para la radio, la gran pantalla y lo de narrar la vida. Voces que no conoces personalmente, pero de alguna manera acaban resultando familia.
Por ejemplo, a mí la voz de Gabilondo me hace querer ser más lista, adquirir conocimientos, siendo consciente de que la vida no me va a dar para tanto y de que no creo que a los 80 esté tan estupenda como él. La de Évole me recuerda que tenemos que atrevernos. Y algunas voces del panorama político me suenan a voces fabricadas, como si hubiesen coincidido en el mismo curso de hablar en público y hubiesen perdido su propia voz y eso me pone un poco triste, como si ahí estuviesen los pioneros de la inteligencia artificial que decidieron pagar ese curso para disimular que son humanos.
Existen voces que tienen oficio y se levantan cada mañana para, a través de su voz, ser la voz de otro.
Desde hace décadas veo las películas y series en versión original subtitulada. Comencé a verlas por aquello de la conquista del inglés, aunque no estoy segura de sí ayuda, porque acabas concentrándote en la lectura del subtitulo, más si es en tu idioma, eso sí, ayuda a familiarizarte con la sonoridad del otro idioma. Lo malo es que ahora activo los subtítulos para todo, me gusta leer y me he acostumbrado a leerlo todo, hasta lo que se puede escuchar, y tengo la sospecha de que eso no será demasiado bueno para el sistema auditivo.
«La voz de Gabilondo me hace querer ser más lista; la de Évole me recuerda que tenemos que atrevernos, y algunas voces del panorama político me suenan a voces fabricadas que hubiesen perdido su propia voz».
Sin querer creo que estoy criando a un tímpano perezoso tirando a vago. Cuando comencé con la versión original, fui consciente de que, antes de eso, al escuchar la voz doblada no estaba escuchando la verdadera voz de los actores con lo que por muy buen doblaje te perdías esencia, que ya sé que en el cine es todo ficción. Pero para algo que es de verdad….
Aun así, algunas películas de cine clásico reconozco que me gusta escucharlas dobladas, supongo que tendrá algún componente de nostalgia. Y si topo con una película de Bruce Willis, a mí lo que me gusta es escucharlo en español, que yo a Bruce Willis lo descubrí en Luz de Luna con la voz de Ramón Langa. Ver una película de Bruce Willis es como estar en casa, con ese sonido de fondo familiar, al margen de si la película es buena o no, al margen de si ya te la sabes. Por cierto, he leído que Ramón Langa, anda disgustado ya que no podrá doblar más a Bruce debido a su reciente enfermedad. Aunque parece que sigue trabajando en muchas cosas lo comprendo e imagino que para Ramón será como que una parte de él también deja la profesión.


Hay voces que abrigan y voces que hielan. Las voces avisan. Tan solo un sutil tintineo puede preceder la dicha o el desastre de lo que anuncia una voz.
El sonido de una voz puede hablar con sílabas diminutas, un simple hola a través del teléfono puede traer pistas del ánimo cuando conoces bien una voz. A veces estoy en el sofá y me encuentro con una voz que me eleva, que narra imágenes y me hace querer viajar. Su melodía es capaz de desplazarme a lugares que seguramente nunca visitaré. Luego están esas voces de los anuncios que intentan venderte algo y que muchas parece que suenan todas igual. Y las que viajan contigo en el coche para que no te pierdas, aunque a veces sean las que hacen que te pierdas aún más. O esas de Siri o Alexa que desde hace relativamente poco se han convertido en compañía de soledades.
Existen voces casa, sin importar demasiado las palabras ya que tienen la habilidad de abrazarte sin darse cuenta … Y otras que exasperan.
Y luego están esas voces, las que son capaces de hacer magia, las del mapa íntimo. Voces que un día fueron susurro, que se te clavan en el alma y no dejan de endulzar los días buenos y algunos malos, donde el corazón anda como reloj de arena pisado con ahínco por unas Vans.
Y esas de las ya no están, pero son capaces de radiografiar las palabras como si aún permaneciesen aquí, de esas voces aún puedes escuchar la música al decir de tu nombre como si permaneciesen aquí.
«Existen voces casa, sin importar demasiado las palabras ya que tienen la habilidad de abrazarte sin darse cuenta … y otras que exasperan».
Hay ecos de voz que son mejor que una almohada y te pueden arropar en Morfeo con más garantías de éxito que la melatonina. Esas voces han nacido para el amor y la radio, suelen ser mullidas como el algodón blanco que envuelve los edredones que encuentras en algunos hoteles. A menudo, también escucho palabras en voces que me enervan, en esos casos, no puedo evitar desconectarme y pensar cómo serían esas palabras envueltas en otra voz. Y esas voces miméticas. Yo una vez conocí a alguien que mecía las palabras hasta convertir su voz en una peculiar sonoridad, mordía el final de las vocales en un tarareo que contagiaba, cualquiera que pasaba un tiempo a su lado acababa entonando las frases de manera similar, lo que me da que pensar en lo vulnerable de la personalidad cuando somos capaces de prestarla sin más…
Y luego está lo de escucharte a ti misma, yo con eso ya no puedo y siempre me pregunto si los demás me escucharán como yo me escucho. Parece que se puede hacer, hay tutoriales en youtube y todo, pero yo creo que no quiero saberlo… Qué cansancio escucharte a ti misma una y otra vez…
