Una cita médica. Una máquina. Una hora por delante. La posibilidad del tiempo, del tiempo sin poder hacer absolutamente nada. La quietud. La soledad. La ausencia de la movilidad. Un cerebro como abastecimiento de cualquier posible actividad, idéntico a lo que sucede fuera.

Como única distracción, el sonido. Y en ese sonido, hallar la música… Cuando estás ahí tan sólo puedes hacer dos cosas, vencerte al sueño o soñar.
En esa prueba, llamada resonancia magnética, la única compañía que puedes encontrar es la de una sintonía metálica, ruda, asincrónica y estruendosa.
En esa tesitura, en la que andas cual figura creada para lo inerte y en la que no sabes si sentirte como queso fundido del sándwich a punto de derramar o el relleno de un canelón, elijo soñar (despierta) y en esos sonidos la mente se traslada a una mixtura de aquellos primeros álbumes de Kraftwerk en los 70, que con sonidos extraños anunciaban la influencia en la electrónica y al hardcore que sonaba en las salas de los inicios de los 90… Arriban las ganas de bailar.
Como la pausa se impone me da por pensar. La realidad es que, hoy por hoy, la máquina en sí conlleva una partitura propia que no se puede eludir. Pienso en el gran matiz que la música podría significar en esos momentos, claro que quizá luego vendría aquello de los gustos, oiga que, si usted me puede poner esto o aquello, que ya sabemos que somos expertos en declarar las inconveniencias….

Me da por pensar en DJs, grupos y en todos esos grandes compositores de bandas sonoras, en las delicias que podrían crear para el momento en caso de alineación de los astros, recursos y almas de fabricantes de esas máquinas que hoy por hoy gruñen en feo.
En esas, me viene Ennio Morricone que compuso música para más de 500 películas y el cómo cambian las escenas de vida cuando se acierta con la banda sonora adecuada. Esa que eleva la simple acción cotidiana a vivencia de paraíso, esa que traza dimensión en la memoria y ejerce lo imposible de desunir la música de los momentos vividos. Instantes de esos que marcan las vidas, carreteras, paisajes, lluvias, aromas, esperas, pistas de baile, tertulias y pieles…
Como dispongo de tiempo, recuerdo que en épocas de cables tenía una pequeña radio en el baño que entre pereza y rutina terminó formando parte de todas las escenas que allí sucedían. La radio tenía fijado el dial en RNE Clásica y tenía la peculiaridad de estar conectada al interruptor de la luz, de modo que al acceder al baño y encender la luz su escucha sorprendía. Las pausas suelen formar parte de esa música, con lo que era habitual comenzar las rutinas de aseo en silencio y que un do de pecho te provocase un brinco de corazón y extremidades, recuerdo que un amigo que venía a casa a menudo comentaba que jamás se había sentido tan importante miccionando en un baño. La música lo puede cambiar todo.
Regresando a Morricone, en eso de poner sonido a la escena, le pasó un poco parecido con La Misión cuando le llamó Roland Joffé para proponerle que compusiese la música de su película. Su primera respuesta fue “No necesitas música para esta película, no puedo escribir música para esto”, él en ese momento había decidido dejar la música en el cine… Pero acabó destinando un año de su vida a componer una de sus más relevantes obras. Prueba de que la música, una buena música, todo lo puede mejorar y de lo difícil que es evitar sentir lo que se lleva dentro y lo bien que pueden salir las cosas cuando se hace lo que realmente se quiere hacer… Por suerte para todos Morricone finalmente claudicó a ello y emocionó a medio mundo con aquella escena con su Gabriel´s Oboe. Por cierto, que tiene un maravilloso documental (https://mussica.info/cultura/cine/el-genio-de-morricone-en-dos-horas-y-media-para-el-recuerdo ) de esos que reconcilian con la vida y fascinan en la observación de pasiones.
Estando ahí, no dejé de pensar durante un buen rato en cómo será ese maravilloso oficio de crear las mejores atmosferas para escenas de ficción, en todas esas mentes privilegiadas que se dedican a ello y que a menudo no son muy reconocidas, aunque a veces por suerte sí.
Desde Henry Mancini a Shigeru Umebayasi a aquellos que dejaron una gran huella en el cine de la Nouvelle Vague como Francis Lai, Georges Delerue, Michel Legrand. Lo de Vangelis, Nino Rota, Alberto Iglesias, Hans Zimmer, Alexander Desplant o como aderezaron Air Las Virgenes Suicidas de Sofia Coppola.
Y pensé en todo lo que podría hacer la música en el campo de la medicina y en cómo la ciencia ha demostrado una y mil veces su importancia, como con aquel vídeo que se hizo viral despertando ternuras en el que Marta Cinta, bailarina del Ballet de Nueva York viajaba de su Alzheimer a los días en que su cuerpo bailaba con los cisnes…. …y luego recordé que mucha inteligencia artificial y mucha cosa y en algunas cosas aún estamos por hacer. En breve regresaré de nuevo a la máquina y espero seguir escuchando las músicas sin fin…