La increíble historia del músico Juan Jiménez, víctima de plagio a manos de un exitoso concurso de televisión, ha sido hecha novela por su propio hijo, Daniel Jiménez. Un libro que, más que una revancha, es redención y desahogo.
Juan Jiménez tiene setenta y cuatro años, está jubilado y cobra la pensión mínima. Durante mucho tiempo fue miembro del mítico grupo Los Pekenikes. También fue compositor, productor y programador de espectáculos entre otras profesiones. A principios de los años noventa, ideó un formato para un programa de televisión al que llamó Parquelandia. En él, los concursantes vestían de colores y se movían por las casillas de un tablero gigante después de tirar un dado electrónico. Realizaban todo tipo de pruebas según la casilla en la que caían. Los concursantes eran niños.
Presentó el proyecto y le convencieron para grabar un programa piloto. Jiménez sabía que aquella idea podría cambiar para siempre su vida y la de su familia. Para poder realizarlo, gastó todos sus ahorros, hipotecó su casa, vendió un pub que tenía y contrajo deudas millonarias. Llevó la idea a Televisión Española, donde entregó el material a tres directivos con los que llegó a acuerdos y firmó contratos. Entonces le tocó esperar. Mientras, los tres directivos se marcharon a otra cadena de televisión.
Al poco tiempo se estrenó El gran juego de la oca, un programa-concurso de televisión presentado por Emilio Aragón y Lydia Bosch, que tuvo un éxito mundial. Lo emitían cada sábado con impresionantes récords de audiencia, inimaginables en la actualidad. Aún hoy sigue siendo uno de los programas más lucrativos de la historia de la televisión en España. Yo, como casi cualquier niño de mi generación, lo veía y lo esperaba cada semana con ansiedad. Recuerdo que en una de las casillas había un peluquero malísimo al que llamaban «El Flequi». Al concursante que caía en ella le hacían tres preguntas que debía contestar en menos de cinco segundos. Si fallaba alguna de las tres -todos fallaban- le daban a elegir entre perder todo el dinero que había ganado o que «El Flequi» le cortase el pelo al cero -todos se rapaban-.
«Juan Jiménez se hipotecó su casa, vendió un pub y contrajo deudas millonarias, pero los tres directivos de TVE se marcharon con la idea a otra televisión».
En El gran juego de la oca los concursantes vestían de colores y se movían por las casillas de un tablero gigante después de tirar un dado electrónico. También realizaban todo tipo de pruebas según la casilla en la que caían. En esta versión, sin embargo, los concursantes eran adultos.
Juan Jiménez, ajeno al alborozo de medio país con el nuevo programa y aprendiendo a lidiar con su propio bullicio interno, interpuso una demanda por plagio. El proceso se alargó durante años; años en los que el programa siguió generando enormes beneficios para la cadena y sus supuestos creadores. Después, la jueza que llevaba el caso, dictaminó que no había plagio porque el programa ideado por Juan Jiménez estaba protagonizado por niños. Cabe preguntarse si Masterchef o La voz no son los mismos programas, independientemente de que los concursantes sean niños o adultos.
El abogado de Juan Jiménez le había aconsejado excluir de la demanda a los tres directivos y había cometido algunas anomalías durante el proceso, como no entregar a tiempo un informe pericial que declaraba que el plagio era manifiesto. Jiménez fue a hablar con él con una grabadora en el bolsillo. Según su versión, éste le confesó haber sido sobornado por la parte contraria y le ofreció 300.000 euros como compensación. Juan Jiménez rechazó el dinero y llevó al abogado a los tribunales. Este caso aún no se ha resuelto, lo que enturbia la historia con algo poderosísimo y medio envenenado: la esperanza. «¡Qué difícil es vencer la esperanza, qué tenaz y astuta es!», escribió Michel Houellebecq.
Juan Jiménez acabó en la ruina y el dinero se convirtió en un gran problema para él y para su familia: su mujer y sus cinco hijos. El más pequeño, Daniel, cuenta que desde entonces dejó de recibir regalos por su cumpleaños y por Reyes. «Mi padre nos daba una hoja en la que ponía: Vale por un regalo cuando me devuelvan el dinero del plagio». Daniel Jiménez creció con esa sensación de resentimiento y odio acumulado y se convirtió en escritor. Publicó libros durísimos como Cocaína (2013) o Las dos muertes de Ray Loriga (2017). Ahora ha escrito El plagio (publicado por la editorial Pepitas de Calabaza este mismo año), un libro delicadísimo sobre su padre y los efectos salvajes que este suceso tuvo en su familia. Un libro que habla también sobre la espera de su primer hijo.
La trama, tan inverosímil que solo puede tener lugar en la realidad, daría de sobra para un thriller. En cambio, Daniel Jiménez ha escrito una crónica autobiográfica y sentimental sobre lo sucedido. Es más que una historia real: es una historia verdadera. Una carta de amor a su padre. A un padre vulnerable, con miserias y torpezas, pero también instalado en la resistencia y la dignidad. Una reflexión sobre la importancia del dinero para quien no lo tiene. Una mirada tierna e inteligente sobre lo que heredamos de nuestros padres y lo que legamos a nuestros hijos.
«La trama, de tan inverosímil, daría para un thriller, pero Daniel Jiménez ha escrito una crónica autobiográfica y sentimental, una carta de amor a su padre».
Se lo dice su madre al autor en un pasaje hermoso del libro: «Tu padre piensa que la vida es una estafa, esa es su conclusión, y tú no le puedes hacer cambiar de idea (…). Que escribas sobre él no significa que debas plegarte a sus fantasías. Piensa en tu hijo, que va a nacer en cinco meses y se merece venir al mundo libre de cargas. No le transmitas la decepción que arrastramos. Transmítele alegrías, ilusiones, amor. Transmítele luz».
«Soy un quijote», le dice Juan Jiménez a su hijo. «Lo dice por lo quijotesco que es defender una causa justa aunque ello implique jugarse la vida», reflexiona el autor. «Al decirlo no piensa que don Quijote volvió a casa derrotado, que en su agonía le venció la pesadumbre, y que su idealismo delirante, despojado de todo simbolismo, hoy sería descrito como una psicosis reactiva». Pero donde la mayoría decimos «mejor déjalo estar», alguien tiene que plantarse y enfrentar las consecuencias para que el mundo avance.
A veces escribir permite ganar donde en su momento se ha perdido. No tanto a modo de revancha, que también, como de redención o desahogo. Pero este libro no es una victoria o una remontada. Ni siquiera establece un empate. La familia Jiménez sigue perdiendo y luchando como esos equipos acostumbrados a perder y a no darse por vencidos. Pero yo sí lo leo como un tiro al palo en el minuto 80 que cambia el ritmo del partido y el estado de ánimo de los jugadores y el público: como cuando el miedo cambia de bando. No sé si algún día lograrán forzar la prórroga, o si encontrarán al menos una cierta reparación, pero es bonito imaginar que un libro lleno de amor pueda conseguir algo parecido.
Foto de portada: EFE.