
Estamos de enhorabuena. El escritor Xacobe Pato (Ourense, 1987) estrena sección en ¡Mússica!. Se llama No disparen al librero, y será una visión muy personal del mundo de las letras. En esta primera entrega nos habla de la escritora británica revelación de los últimos tiempos.
Hace unos días, a media mañana, estaba yo en la cocina de mi casa tomando un café cuando escuché a un vecino silbando La Internacional a través de la ventana. Creo que él estaba fregando los platos, o así, feliz de la vida, porque si hay que tener un día optimista para romper a silbar, no digamos ya si lo que se silba es La internacional. Yo estaba leyendo la última novela de Sally Rooney, Dónde estás, mundo bello, concretamente un pasaje en el que Alice, una de las protagonistas -una escritora famosa cansada de recibir premios y elogios que algún mal pensado podría comparar con la propia Sally Rooney-, dice que, pese a que la civilización humana está abocándose al colapso, va a seguir escribiendo sobre las trivialidades del sexo, del amor y de la amistad. Me quedé pensando en eso, con el café en la mano, la novela abierta encima de la mesa y La Internacional sonando de fondo. “¿Hay algo más por lo que vivir?”, se pregunta Alice, y, aún peor, me empecé a preguntar yo.
Un poco de contexto. Sally Rooney es una escritora irlandesa superventas a la que le han asignado todas las etiquetas del mundo: cronista millennial, voz de su generación, Jane Austen del precariado. Son etiquetas que cuesta ganarse, seguro, y de las que conviene desprenderse en cuanto se conquistan. En estas parece estar, soltando lastre: Sally Rooney dice no querer relevancia, pero los medios y sus lectores no le damos otra cosa. Cada vez que publica un libro, la red se llena de artículos, reseñas, columnas, podcasts y miles de opiniones sobre sus novelas y sobre ella misma. Ella rechaza la relevancia y su popularidad, pero sería legítimo imaginar que no preferiría su reverso: la indiferencia de los lectores, la irrelevancia, o sea. Esto lo explicó muy bien Leiva en Breaking Bad: “Fue una rara pérdida el anonimato, ya sé que no es para tanto”.

Sally Rooney tiene millones de lectores, sí, pero cada uno de los lectores de Sally Rooney lo es a su manera (¡o eso nos creemos!). Más que lectores, tiene fans y detractores, como una estrella del pop. Lo cual es muy saludable para la literatura, no sé si tanto para ella. Sus libros, de los que se han vendido millones de ejemplares, han sido traducidos a medio centenar de idiomas, y una de sus novelas, Gente Normal, también fue adaptada a una serie de la BBC, lo que contribuyó a disparar aún más su popularidad. Pero a Sally Rooney no solo se la etiqueta, también se la ha acusado de todos los grandes males literarios, el más repetido, quizás, es el de ser una autora sobrevalorada. Antes de Gente Normal, escribió Conversaciones entre amigos. Ahora acaba de publicar su tercera novela, Dónde estás, mundo bello, y el debate está servido, humeante, casi en llamas.
Y es que Sally Rooney es mucho más que una escritora: es una conversación. Es un tema, una experiencia, un fenómeno. Es su propio género (hay novelas tipo Sally Rooney, autores del estilo de Sally Rooney) y es casi una identidad: como si pasear por la calle con sus novelas o fotografiarse con ellas para subir un post a Instagram dijera más cosas de nosotros que de sus libros. Sally Rooney es la opinión que tenemos los lectores sobre Sally Rooney. Los lectores que esperamos sus novelas, que las compramos, que las leemos. Que participamos del hype, que discutimos sobre ellas con pasión, que las recomendamos y volvemos a empezar: esperando la siguiente. La vida es lo que pasa entre novela y novela de Sally Rooney, de la misma forma que es lo que pasa entre peli y peli de Woody Allen, o entre disco y disco de Bob Dylan. A veces, y en algún punto es triste, uno no sabe si opina sobre Sally Rooney porque la ha leído o la ha leído para poder opinar.
“A veces uno no sabe si opina sobre Sally Rooney porque la ha leído o la ha leído para poder opinar”.
Es cierto que en sus novelas hay referencias generacionales, como el uso de aplicaciones de mensajería o de citas. Pero sus temas son universales: hay amor y desamor, sexo y amistad, problemas de comunicación y muchas copas de vino. Las grandes pasiones de siempre, lo que de verdad nos importa. Leyendo sobre sus personajes uno se siente personalmente atacado, y quizás ahí resida una de las claves de la conexión que establecemos tantos lectores con ella.
En el siglo XIX la novela como género alcanzó una popularidad tremenda hablando sobre los miedos, los anhelos y los fracasos de la gente, por sencillos que fueran (¿se casarán al final?). En la cocina, a media mañana, con mi café, mi novela y las notas silbadas de La Internacional entrando por la ventana, leo: “A fin de cuentas, cuando la gente está ya en su lecho de muerte, ¿no empieza siempre a hablar de sus parejas e hijos? Y ¿no es la muerte el Apocalipsis en primera persona? Así que, por ese lado, no hay nada más importante que lo que resumes con sorna como “si rompen o siguen juntos” (¡!), porque al final de nuestras vidas, cuando ya no nos queda nada por delante, eso sigue siendo lo único de lo que queremos hablar”.

Otras claves de esa conexión: son novelas que se leen muy rápido, con historias muy elementales, pero también con diferentes capas de lectura. Son novelas que podrían considerarse juveniles, o incluso chick lit, y que a la vez no lo son ni por asomo. Y está el silencio: la importancia que tiene para sus personajes a la hora de comunicarse o de no comunicarse. En la vida, las conversaciones más importantes están plagadas de silencios que revelan más información que cualquier palabra. Y es impresionante cómo Sally Rooney traslada esos silencios a sus novelas para llegar al núcleo de las cosas.
Pero ¿de qué hablan las novelas de Sally Rooney? De personas que son mejores con las preguntas que con las respuestas. De tener una cita y sentirse mal, al final, sin entender muy bien por qué. De deseos absurdos pero tan potentes que hacen que siempre andemos con la intención de arruinar nuestras relaciones, de sabotear nuestras carreras, es decir: de dinamitar nuestras vidas. De chicos problemáticos que se enamoran de chicas que les piden que les abran un tarro de mermelada. De chicas problemáticas que se preguntan si han hecho algo mal. De gente que intenta hacer las cosas bien, pero que saben que no es tan fácil. De gente que vive una vida que no había imaginado. De personas vulnerables que no quieren sufrir por ello. De personas que, cuando las cosas van bien, se descubren pensando: “¿cuánto tardarán en torcerse?”. Y “¿de qué van tus libros? Pues, no lo sé”, respondió ella. “De gente”.
“¿De qué van tus libros?”, le preguntaron: “pues no lo sé, de gente”, respondió ella.
En su libro Fragmentos del discurso amoroso, Roland Barthes dice: “Por una parte es no decir nada y por la otra es decir demasiado: imposible el ajuste”. Porque Barthes tenía calados a los personajes de Sally Rooney mucho antes de que existiesen: y es que de eso van sus novelas, y quizás nuestras vidas, de la incomunicación con los demás, de los ajustes imposibles, de no saber cuánto es suficiente hasta que ya es demasiado.