El dúo formado por Manolo Martínez y Genís Segarra concretó en Gran Fuerza (2001) su trabajo más sólido y cohesionado, aunque toda su discografía fue pródiga en momentos memorables.
Alguien dijo de ellos que podrían llegar a ser tan populares como Mecano. Ojalá. Por temazos no fue, desde luego. Aunque difícilmente hubieran podido llegar a eso.
Pocos grupos mostraban, eso sí, tal promedio de potenciales hitazos por metro de disco. Eran chispeantes, ingeniosos, irónicos, cultos sin llegar a ser pedantes. Y tenían una habilidad pasmosa para las melodías pop. Se les caían de los bolsillos. O eso parecía.
Un pop que entendían como un producto especialmente indicado para aunar la alta y la baja cultura. Lo sublime y lo ridículo. Lo hondo y lo frívolo. Lo trascendental y lo banal. Como los Pet Shop Boys, Sparks o ABBA. Como Family, Carlos Berlanga o Parade.
Colección de dianas irrebatibles
Hace algo más de un año que se cumplió la friolera de dos décadas desde que publicaron su obra más redonda: fue Gran Fuerza (Virgin/Austrohúngaro/Chewaka, 2001), aunque en cualquiera de sus demás discos nunca faltaron dianas irrebatibles.
Fue el caso de «Hay un hombre en España», «Cambio de idea», «El vertedero de Sao Paulo», «Todo nos parece una mierda», «Esto debería acabarse aquí» o su versión del «Bailando» de Paradisio. Pero quienes tenemos el formato álbum todavía en gran estima nos quedamos con su disco de 2001 como el más sólido y completo.
Algo cambió, decían Pulp en una de sus mejores canciones. Y algo cambió en la vida de Manolo Martínez y Genís Segarra desde que se conocieron precisamente en un concierto de Pulp en su ciudad, Barcelona, en 1995. De hecho, ellos también grabaron su versión particular del hit de Jarvis Cocker y compañía. Mostraban un ácido sentido del humor respecto a la modernidad del momento: quién sabe lo que podrían haber escrito en estos tiempos de ególatra pavoneo en las redes sociales.
Astrud eran irreverentes, cachondos sin incurrir en la desfachatez, aunque en alguna ocasión la rozaran con presentaciones en directo que desmerecían la calidad de sus discos, al menos en grandes espacios. Pero hasta en eso eran, en cierto modo, coherentes. Les gustaba ir a la contra (montar el Sonajero para tocar la moral al Sónar, crear su propio sello como caballo de Troya en la gran industria, autoproducirse), y todo eso formaba parte del pack. Su visión de la cultura pop siempre fue de tomarla o dejarla. Sin medias tintas.
Pop electrónico deshuesado y adictivo
Lo que no admite mucha discusión es su pericia para expedir apetitosas rodajas de pop electrónico deshuesado y casi siempre adictivo. Lenguaraz y pegadizo. En Gran Fuerza (Virgin/Austrohúngaro/Chewaka, 2001) no sobra prácticamente nada: «La culpa», «Riqueza mental», «Somos el uno para el otro», «La culpa», «Mentalismo» o esas dos canciones que, en un mundo perfecto, habrían reventado las listas de éxitos o bien se hubieran presentado a Eurovisión y lo hubieran ganado (lo avisamos: conviven lo sublime y lo ridículo): «La boda» y «Europa».
Aquel fue el segundo de los cinco discos de una carrera que terminó en 2011. Manolo Martínez hizo las Américas y se dejó la música, mientras Genís Segarra se centró en Hidrogenesse junto a Carlos Ballesteros, con una carrera notable que llega hasta ahora mismo. Tú lo llamarás cursilería, ellos lo llamaron mentalismo, y yo simplemente lo llamo el mejor surtidor de hits del pop español en nuestro cambio de siglo, y algo más allá. Y empezar rescatándoles por este álbum es una apuesta segura.