La artista neoyorquina afincada en Austin publica The Art Of Forgetting, uno de los mejores trabajos de lo que llevamos de año.
Las canciones y los discos de ruptura sentimental son todo un clásico. La mayoría de ellos reflejan el malestar (aunque también la liberación) tras una relación de pareja fallida. Suelen acumular señales de despecho. De ira o de desdén. A veces también acompañados (o sucedidos) de un buen arreón de autoestima tras el sinsabor del rechazo. Pero suelen quedarse ahí. No van más allá.
Algunos de ellos pueden ser grandes discos (el Rumours de Fleetwood Mac o el Body Talk, de Robyn, por poner dos ejemplos distantes en el tiempo), pero rara vez trascienden en temática el momento en el que fueron concebidos. Me explico: su música puede llegar a ser inmortal, eterna, y su temática suele ser adaptable y susceptible de ser aprehendida por cualquiera que haya pasado un trance similar (la práctica totalidad de la humanidad adulta, vaya), pero ni suelen explicar las diferentes fases del duelo sentimental, ni aportan gran luz al hondo proceso de crecimiento personal de quien los supera ni tampoco ponen en negro sobre blanco cómo la memoria puede distorsionar el recuerdo de un amor que se truncó. Cómo los recuerdos tejen una compleja malla de equilibrios y desequilibrios emocionales a los que podemos abrazar o bien renunciar. Ambas opciones sin válidas como herramientas de supervivencia.
“Se ha hecho acreedora de que los nombres de Angel Olsen, Björk, Kate Bush, Feist o Tori Amos afloren entre sus influencias recientes sin que nadie deba tirarse de los pelos”.
Son asuntos para los que quizá hace falta un mayor tiempo de cocción. Adoptar una cierta distancia, que casi siempre excede los plazos de la industria del disco. Pues bien, el nuevo trabajo de Caroline Rose (Long Island, Nueva York, 1989) los aborda. Todos ellos. Y además lo hace exhibiendo un crecimiento artístico que es aún mayor que el viraje personal que plasman sus textos. Si hasta ahora se había ganado que pudieran compararla con Lydia Loveless, Soccer Mommy, Julien Baker o Miya Folick -aunque desde su tercer disco ya empezó a apuntar más alto que cualquiera de ellas- , ahora se ha hecho acreedora a que los nombres de Angel Olsen, Björk, Kate Bush, Feist o Tori Amos afloren entre sus influencias recientes sin que nadie deba tirarse de los pelos.

La culpa la tiene The Art Of Forgetting (2023), un magistral quinto disco que es justo esa obra grande que quienes la seguimos desde Loner (2018) llevábamos esperando con la fe de devoto (casi) incondicional. Catorce cortes de pop intrincado, complejo, imaginativo, que se distancian de cualquier cosa que haya hecho antes (country, folk, pop destartalado, resabios del indie pop yanqui, synth pop contagioso) para indagar en texturas que juegan entre lo orgánico y lo electrónico al servicio de una historia, la suya durante los últimos tres años, desde que el notable Superstar (2020) quedó aparcado en ese limbo de los discos publicados unos días antes del confinamiento (como si nunca hubieran existido), que ella cuenta (y canta) con una transparencia, una honestidad y una entrega emocional tan devastadoras para quien las vierte como subyugantes para quien las escucha. Es difícil no caer rendido a sus pies desde el mismo momento en que su voz se desgarra al grito de “You’ve gotta get through this life somehow” (“Has de sobreponerte de alguna forma en esta vida”) en la sensacional “Miami”, uno de sus adelantos.
“Este es un disco que conjura magistralmente una ruptura sentimental y el olvido al que quedó condenado su anterior disco, desgraciadamente publicado con los primeros confinamientos”.
Dice Caroline Rose que ha aprendido a explorar todos los registros de su garganta tras bucear en la música de voces tan peculiares como Yma Sumac, Sheila Chandra, Le Mystére des Voix Bulgares o los sonidos de los Balcanes. También se ha instruido junto a Nick Sanborn (Sylvan Esoo) en los teclados modulares y en programaciones de microelectrónica burbujeante. Su abuela, aquejada de alzheimer, le enviaba mensajes de voz al teléfono móvil durante estos últimos tiempos que han sido incluidos como tres interludios en el disco: una prueba de que a veces quien empieza a perder la memoria puede al mismo tiempo recordarte con más fuerza que nadie quién eres y para qué estás aquí. Hay vínculos que trascienden lo racional.
Escuchar The Art Of Forgetting (2023) es una experiencia que logra que añores y al mismo tiempo aborrezcas la sola idea de volver a tener entre veintimuchos y treintaypocos años, esa edad en la que la inestabilidad emocional puede hacer de tu vida una continua montaña rusa de emociones encontradas, una espiral de altibajos. Caroline Rose ha extraído auténtico oro de esa sensación, y se ha confirmado (por si aún hacía falta; a tenor de su relevancia mediática y popular, diría que sí) como una de las grandes artistas del pop norteamericano actual.