
La alianza entre las caras visibles de Savages y Primal Scream proclama la validez de un rock sereno y adulto, con hechuras de country atemperado y soul cinemático.
¿Cómo escribir sobre las complejas relaciones de pareja recién rebasada la mediana edad cuando toda tu vida has proyectado la imagen de un entrañable tarambana? ¿Es posible gestar discos maduros y adultos (una palabra esta última que, en el mundo del rock, siempre genera cierto repelús) que apelen a la serenidad de quien peina canas cuando te has pasado la vida interpretando el rol de incombustible rock star pasada de rosca?
Son preguntas más que razonables cuando estamos hablando de un tipo como Bobby Gillespie, y todas se resuelven de forma moderadamente afirmativa después de escuchar este disco. Y eso no deja de tener su mérito. Miénteme mientras tu patraña sea tan bonita que me tenga que rendir a ella, sería otra legítima respuesta de cualquier oyente o fan ante un trabajo como este, que juega a la coartada de la ficción: tanto Bobby como Jehnny Beth, la voz y estampa de Savages, dicen que la trama que enhebra argumentalmente estas nueve canciones es ficticia. No hay poso autobiográfico en la pareja en ruinas que retratan. El arte siempre puede recurrir a ese subterfugio. Teatro, lo tuyo es puro teatro, que decía aquella. Estudiado simulacro. Pero qué bien te queda el papel.
La trama de la pareja en ruinas que escenifican Beth y Gillespie no tiene nada de autobiográfica, si hay que creerles.
Utopian Ashes (Sony, 2021) es un trabajo de impecable factura. Irreprochable. Vaya por delante. Una alianza entre el frontman de Primal Scream y la frontwoman de Savages, que se inscribe en esa tradición de duetos mixtos que suele reproducir el típico y también algo tópico reparto de roles entre la bella y la bestia: Mark Lanegan con Isobel Campbell, Mick Harvey con Anita Lane, Serge Gainsbourg con Jane Birkin o Nacho Vegas con Christina Rosenvinge. Clásico contraste de la vieja liturgia rock, que en este caso no es exactamente así.
Porque aquí los papeles llegaban ya nivelados, ya que la fiereza de Jehnny Beth se ve atemperada al tiempo que la animosidad de Bobby Gillespie se filtra goteando ese destilado de country rock y soul sureño que tan bien podría mezclar con los momentos más serenos de aquel Give Out But Don’t Give Up (Creation, 1994).
El fiel de la balanza se inclina más por el lado de Primal Scream que por el de Savages: este disco sería mejor apéndice de la discografía de los primeros que de los segundos, para entendernos. También se entiende mirando los créditos: el guitarrista Andrew Innes, el pianista Martin Duffy y el batería Darrin Mooney, engrosando cuota escocesa, y el bajista Johnny Hostile cubriendo la londinense. Cuatro a dos. Jehnny y Bobby se conocieron en 2015. Él tiene 58 años. Ella, 36.

Atronan las guitarras wah wah, los exuberantes arreglos de cuerda y el teclado wurlitzer en la brillante “Chase It Down”, su pieza inaugural, y es inevitable no acordarse de Greg Dulli y los momentos más sedantes de Afghan Whigs. Aquellos a quienes se les ponía cara de Barry White en la película Beautiful Girls (Ted Demme, 1996). Ese es el ambiente. Ese es el pulso. Texturas cinemáticas, nocturnas, analgésicas, con querencia por la balada crepuscular (“You Don’t Know What Love Is”, “You Can Trust Me Now”) y por la letanía de barra de bar, cintura de vals y piano bebido -a lo Tom Waits- bordeando la hora del cierre (“English Town”), en la franja de las lamentaciones, los losers vocacionales y el fatalismo del clásico cine negro.
Una matriz sonora en clave noir que se mece entre el country y el southern soul, a veces con una fijación setentera que ronda el ejercicio de estilo en una onda similar a lo último de St. Vincent (el inicio de “Stones of Silence”, que igual recuerda a la tradición de Muscle Shoals que al “Do It Again” de Steely Dan), y que solo rebaja su exigencia cualitativa con la falta de fuelle de sus dos últimos cortes, “Living a Lie” y “Sunk in Reverie”. Un final destensado que impide que el asunto rebase el notable bajo. Lo cual tampoco está nada mal, la verdad.