El trío norteamericano demuestra ser, una vez más, un inimitable foco de perenne excelencia en el rock de las últimas décadas.
Siempre lo mismo, pero siempre bien. Sin deslices. Sin batacazos. Sin sorpresas. Convenciendo. Así es la carrera de Yo La Tengo, ese trío neoyorquino (bueno, de Hoboken, como Sinatra: carácter propio) que se bautizó hace casi cuarenta años con tan chocante nombre para los castellanoparlantes porque Elio Chacón, jugador venezolano de beisbol de los New York Mets, le pegó ese grito a un compañero. Él la tenía (la pelota, claro), y ellos la siguen teniendo 39 años después: la regla del juego, la sartén por el mango, la pulsión recreativa, el ansia de experimentar, la suprema inspiración. Todos los topicazos que podamos imaginar para hacer justicia a un trayecto tan inusualmente inoxidable como es el suyo.
Lo nuevo de Ira Kaplan, Georgia Hubley y James McNew se llama This Stupid World (2023) y es otras de esas maravillas que parecen no serlo a fuerza de convertirse en rutina. La excelencia no reviste oropel cuando deja de ser noticia. Pero cualquier disco de Yo La Tengo es tan vigente y válido como el día que vio la luz. Hay una canción suya para cada estado de ánimo. Una textura, una melodía, un giro vocal, un teclado o una línea de guitarra perfectamente diseñada para cada momento del día.
«Hay una canción de Yo La Tengo para cada estado de ánimo y para cada momento del día».
Su música no solo es atemporal, también es extremadamente funcional. Te arrulla o te sacude. Te seda o te enardece. Te tranquiliza o te inquieta. Te templa o te desconcierta. Te ancla al suelo o te hace volar. Te sirve para alumbrar una aurora, acompañar un mediodía, mecer una tarde, velar un ocaso o teñir de misterio una noche.
Son diecisiete álbumes propios y unos cinco o seis más en colaboración con otros artistas. Más de doscientas canciones distintas en unas veinticuatro horas de música. Si Yo La Tengo fueran una emisora de radio, podrían estar sonando un día entero sin que el listón de calidad se resintiera ni repitiera esquemas como para que el personal se aburra. Son mucho más que eso tan tópico que se suele decir de los músicos de largo recorrido y estrecho vínculo emocional con su audiencia: la banda sonora de sus vidas.
No, ellos podrían ser mucho más. El hilo musical, directamente, de tantas vidas. Un susurro que explica cinco décadas de música rock independiente acercándola a un público más amplio de lo que parecía su clientela natural. Un continuum que brota en The Velvet Underground y llega hasta Real Estate, pasando -por ejemplo- por Television, R.E.M., Beat Happening, The Clean, Sonic Youth, My Bloody Valentine, Lou Anne, Polar, Cómo Vivir en el Campo, Windsor For The Derby o Low, los únicos que se les pueden comparar: el inimitable fluido creativo que manaba entre Mimi Parker y Alan Sparhawk (ambos también pareja, repitiendo el esquema de batería/vocalista y guitarra/vocalista, como Georgia e Ira) era de una naturaleza muy similar. Y se regeneraba con la misma milagrosa frecuencia.
Preguntarse qué tiene el agua en Hoboken se ha convertido en un socorrido lugar común para escribir sobre ellos. Qué tienen las fuentes de esa ciudad para que el trío siempre suene como si cada disco fuera el primero. Con la misma frescura. Es un interrogante de primero de yolatengología, esa asignatura periodística que apenas sirve para explicar su grandeza. Su nuevo disco renueva la capacidad del trío para chorrear gotones de emoción exprimiendo mantras eléctricos. Para domar borrascas de alta gradación voltaica. También para hipnotizar con esos teclados que parecen de juguete. Para seducir con percusiones tan secas como el esparto.
Y para hacernos soñar sin apenas pretenderlo, con voces y melodías tan dulcemente levitantes como esa «Miles Away» que cierra el disco (parece mentira que sea la que menos reproducciones tiene en Spotify) y nos invita a dejarnos llevar, abandonar todo lo que tengamos a nuestro alrededor y olvidarnos por un buen rato de este mundo y de todas aquellas molestias que ellos mismos identifican sabiamente como inoportunas estupideces.