Charlamos con el músico granadino sobre su nuevo proyecto, un disco libro que une música, poesía y ciencia, basado en los textos del astronauta Alfred Worden, quien orbitó alrededor de la Luna hace ahora cincuenta años.
Es el explorador incansable del rock español. En la obra de Antonio Arias (Granada, 1965), ya sea en solitario o al frente de Lagartija Nick, hay un permanente deseo de investigación. De trazar puentes entre poesía y rock. Ha sido así desde antes incluso de los tiempos de Omega (1996), aquella histórica cumbre que escaló junto a Enrique Morente.
Su última pirueta sin red es un disco libro, Hola Tierra (Chesapik, 2021), que pone música a la aventura que vivió el astronauta norteamericano Alfred Worden (1932-2020) a bordo del Apolo 15 en 1971, en base a los textos poéticos que este escribió a su vuelta. A veces conviene ver el mundo de nuevo como si fuera la primera vez, a miles de kilómetros de distancia, para volver a nacer, como le ocurrió a Worden. Por eso este disco, producido por el británico Youth (Killing Joke), grabado en inglés y tambien en castellano y con colaboraciones como la de Anni B Sweet, es tan absolutamente singular.
En breve lo continuará presentando en directo por todo el país. De momento, nosotros hablamos con él por teléfono. Sobre el disco y sobre más asuntos.
¿Porque esta serie de discos, los llamados Multiverso, los editas siempre a tu nombre y no junto a Lagartija Nick?
Supongo que por las características del proyecto. Cualquier motivo en la música que sea demasiado conceptual, hay que tomarlo como un riesgo. Este es un proyecto cuya evolución es más personal que de banda. Es una búsqueda distinta a la inercia del grupo. Esto es un compendio de poesía astronómica, y gira sobre eso. La trayectoria de Lagartija Nick es otra.
¿Cuándo descubriste los textos del astronauta Alfred Worden?
Fue a través de un libro que se llama Lunáticos (Editorial Berenice, 2009), por ahí lo tengo que tener. En él, diferentes astronautas contaban sus experiencias, sus viajes a la Luna, tanto los que la pisaron como los que se quedaron orbitando. Algunos de ellos, como Michael Collins, escribieron sus memorias, su experiencia narrativa. Otros pintaron, como Alan Bean. Otros, como Edgar Mitchell, crearon una religión de extraterrestres. Todos venían con un deseo, el de dar a conocer esa experiencia humana a través de una experiencia artística. Uno de los comentarios en aquel libro era sobre que Alfred Worden, otro de los astronautas, había escrito un libro. Eso despertó mi curiosidad.
“Los textos de Alfred Worden tienen una potencia tremenda, como si Ulises hubiera escrito un libro sobre sus viajes”.
Tardé varios años en conseguirlo, porque es complicado dar con una edición original. Llegó a mis manos en 2016 o 2017, y ahí fue cuando vi que tenía una potencia tremenda. Tampoco es que yo esperase algo lunático o excesivamente naïf o infantil, pero sí me sorprendió muchísimo porque tras haber conocido biografías de otros astronautas, esta era otra manera de meterte en el viaje: como si Ulises hubiese escrito un libro de poesía sobre sus viajes. Todo lo que refleja su poesía habla muchísimo de su época, de su experiencia y de cómo le afecta al ser humano haber tenido ese momento de epifanía.
¿Te atraía también la idea del hombre que contempla la Tierra a miles de kilómetros de distancia, como si fuera un extraterrestre que aterriza aquí por primera vez para comprobar el sinsentido en el que estamos convirtiendo nuestro propio planeta?
Esa es la visión que tiene Alfred Worden desde el inicio del poemario, él sale y al mismo tiempo que está en la misión de la búsqueda de nuevas fronteras y nuevos hogares… solo con la perspectiva de ver la Tierra desde su distancia, desde su perspectiva, hace que su discurso se convierta en humanista. Es curioso que, en un momento en el que ni se hablaba de cambio climático, él apunte en ciertos poemas la necesidad de cuidar la Tierra en ese aspecto. Es curiosísimo cuando, como hemos comentado, me interesa la poesía astronómica de varios autores, como Carlos Marzal, y esperando tener otra visión de ese mismo espacio te topas con esta visión, no solo de añoranza de la Tierra sino de asombro, porque sobre lo que más quiere llamar Alfred Worden la atención es sobre el cuidado de la Tierra.

Supongo que el hecho de que su viaje espacial tuviera lugar en 1971, también condiciona la música del disco, que tiene algo de la temprana psicodelia de aquellos años.
Cuando lees sus poemas, ves que tiene una estructura pop, muy fácilmente adaptables. Como que llaman, como una invocación a ser cantados, a la vez que son capaces de reflejar su tiempo. Si son un poco pop en su estructura y los escribe un astronauta que es un héroe americano, pues ya lo tienes. Era la excusa para regresar a esos discos tan fantásticos que rodean esa época, y que forman parte de nuestra herencia musical. Y está bien poder hacerlo con tanto sentido, con un poemario que se puede musicar.
Hablé con su hija, Alison, quien me contó que Alfred Worden tocaba el piano, había sido amante de los Beatles, aunque yo pensaba que le gustaría más la música norteamericana y no, era más de la británica. Sobre todo, de los Beatles. No es que el disco tenga momentos que suenen a los Beatles porque sí. Es que a él le gustaban. Y de alguna forma, eso trasciende en algunos poemas. El poemario sugiere muchísimo, y eso le da valor no solo a la hora de cantarlo sino que también se presta a que investigues. Y que algunas canciones sean más largas y psicodélicas.
“A Worden le gustaban mucho los Beatles, por eso están ahí, la gustaba más la música británica que la norteamericana”.
¿Él había escrito alguna vez antes de su aventura espacial?
No, su hija, Alison, vino hace poco a Granada y pudimos conocernos, y nos confesó que nunca le vio como un lector apasionado por la poesía. Pero lo hace muy bien, supongo que porque tiene un deseo dentro que le sale a borbotones. En internet hay una serie de grabaciones suyas, recitando sus poemas, y lo hace realmente bien. Curiosamente, no era un tipo que se centrara mucho en la lectura poética. Y eso también sorprende.
Te he leído decir en una entrevista que en el disco hay influencias de The Dark Side Of The Moon (Harvest, 1973), de Pink Floyd, y del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (EMI, 1967), de The Beatles. Sin embargo, no hay de Bowie, alegas que su figura es demasiado inabarcable, cuando en realidad su “Space Oddity” (1969) quizá sea la canción que más conecta por temática con lo que describe Alfred Worden.
Claro, además Bowie hubiera sido más complejo, quizá en los acordes menores de “Hola, Tierra” hay cierto eco subconsciente. Obviamente, Bowie está en el principio de lo que es el acercamiento musical al espacio, dejando fuera todo lo que se dijera en las piezas de los vanguardistas musicales de los años cincuenta o sesenta y los poemas sinfónicos dedicados a la Luna.
Es verdad, ahora que lo dices, que la experiencia del Major Tom es la misma, pero la visión que queríamos potenciar en cuanto entramos en el estudio con Youth, el productor, bajista de Killing Joke, que tiene un estudio aquí en Granada, era inspirarnos en canciones para reflejar similitudes, como el reprise final del disco, que está inspirado en el de The Dark Side Of The Moon de Pink Floyd. O las risas de su canción “Brain Damage”, que también están en nuestra “Apolo Perdido”. Más que una influencia general, hablamos de motivos concretos. O sonidos concretos alrededor de canciones de ese disco de Pink Floyd, que eran a veces sugerencias de Youth. Son detalles. Pero es verdad que sacamos de la ecuación a Bowie, que en ese asunto fue una influencia total.

¿Cómo surge la colaboración con Anni B Sweet?
Durante estos últimos años, cuando grabábamos, siempre tenía por costumbre invitar a Ale (Núñez) y a Noni (López), de Lori Meyers, y Ana ha sido hasta hace poco la pareja de Noni, y yo sabía de su predisposición a colaborar, eso era una garantía. Pero más que contar con unos coros suyos, me apetecía contar con ella en algún proyecto, y cuando apareció esto, ya que el disco se había grabado en inglés, y yo no tenía los permisos en un principio, aunque confiaba en tenerlos, porque ni siquiera tenía pensada la versión en castellano, como Anni controla mucho el inglés, su presencia servía para dignificar esta colaboración en ambos sentidos y para poder usar todo lo que conocía. Era una manera de unirnos, y se nota que ahí da un impulso muy potente al proyecto. Es algo que teníamos pendiente desde hace mucho tiempo.
Aunque tu disco tiene un poso conceptual muy trabajado, creo que las metáforas espaciales han sufrido un uso y abuso por parte de muchos otros grupos indies españoles, sobre todo desde que Los Planetas empezaron a gozar de repercusión. ¿Lo ves así?
Eso también tiene un punto más estético que ético. Y en este caso, el discurso de Al Worden es ético desde su propia terminología. Sería la diferencia entre hablar de oídas y hablar desde dentro del traje. Sí, está muy usado eso de que alguien salga vestido de astronauta, siempre buscando el punto estético más que la ética del proceso. Como bien dices, eso es algo que tenemos todos en cuenta, pero esta era una excusa absolutamente distinta para volver a hablar de lo mismo.
En cierto modo, esas alusiones a las escafandras, los viajes siderales, los agujeros de gusano y todo eso, me recuerda a la muletilla del inglés de hace treinta años, cuando muchos grupos lo empleaban para tapar su nula experiencia a la hora de escribir buenos textos en castellano.
Exactamente. Curiosamente, Al Worden lo que hace es impulsar los otros multiversos, va en un concepto mucho más abstracto, porque en realidad está intentando explicar su gran momento, su epifanía, su soledad en el espacio. Cuando lo imaginado y lo lejano viene de posturas estéticas, se usa para modernizar un poco las letras, para vestirlas así, pero sin nada que se asemeje a la experiencia real. Hay una verdad aquí que es distinta a todas esas propuestas. Además, a través de la poesía de Al Worden, no conocemos al mito del astronauta, conocemos la gloria y la caída. A él lo echan de la NASA por un asunto de unas postales y unos sellos en la Luna, y habla de las miserias de la NASA. Es el único astronauta que nos muestra esa parte humana y esa parte dela NASA, no muy agradable.
“A través de la poesía de Al Worden no conocemos a mito del astronauta, conocemos la gloria, la caída y las miserias de la NASA”.
¿Has sido siempre aficionado a la ciencia ficción?
Sí, desde niño. La generación de mi adolescencia, allá por 1973 y 1974, la teníamos muy presente. La de la serie Espace: 1999 (1975-1977) es de las primeras bandas sonoras que me compré. También se unía el hecho de que oía una música muy incidental, muy lejos de las estructuras pop, y eso te alimentaba en muchos sentidos. No era solo el aspecto evocador del gran viaje como motivo del arte, sino también una experiencia musical muy tremenda. Luego ya profundicé en esto. Había también muchas novelas de ciencia ficción en los kioscos. Y luego a través de amigos astrofísicos, te vas formando mucho más. Pero los despertares suelen ser bastante sencillos e inocentes.
¿Has visto alguna película de ciencia ficción reciente que te haya gustado?
Me gustó La llegada (Denis Villeneuve, 2016), estaba bien. La serie de Espace: 1999 (1975-1977) era muy heredera de 2001. A Space Oddity (Stanley Kubrick, 1968), con acontecimientos muy fuera del ser humano, pero es una ciencia ficción mucho más cerebral, distinta. Nos lleva a mundos desconocidos, mundos paralelos. Las de Ridley Scott, como Prometheus (2012), que no está mal, también tienen un poco de eso. Fui a ver con mi hermano al cine 2001. A Space Oddity, y aquel impacto fue muy potente. Stanley Kubrick crea una imaginería difícilmente superable, en la que el mensaje de Arthur C. Clarke también es tremendo. De ese tipo de ciencia ficción, se hace ya poco.
¿Has visto la nueva de Dune (Denis Villeneuve, 2021)?
La original me gustó mucho, igual que el libro de Frank Herbert, pero la última no la he visto. Me la han aconsejado, todos los que me conocen me dicen que es un rollo pero me va a encantar. Me gusta el concepto de la novela, el de que hay otros mundos muy cercanos, aunque como bien dice mi amigo Dani Guirado, la Tierra sí existe en el universo, pero como son como destellos aleatorios, es difícil que a dos destellos les pille juntos y puedan comunicarse.

La última vez que hablamos fue a principios de 2020, en plena gira del disco Los cielos cabizbajos (2019), con Lagartija Nick, y me comentabas que Enrique Morente siempre te decía “Antoñico, nuestros discos son para diez años después”. Como si no pudieran ser bien entendidos hasta un tiempo después. Como ocurrió con Omega (1996). ¿Tienes la misma sensación con este?
Eso ya lo tenemos asumido. También decía que sacamos discos continuamente y nadie se acordaba de ellos de un año para otro. Luego me decía que el de Omega (1996) “parece que les gusta”. En el mundo tan independiente en el que siempre nos hemos movido, tienes que dejar que las cosas entren de otra forma. Ya que conocemos también el otro funcionamiento, el de las grandes compañías, esta es nuestra manera de trabajar. A nuestra manera, de forma independiente, te cuesta todo mil años más. O diez. Pero hay muchos mundos.
Y es muy interesante meterte allí donde no controlas tanto, porque luego consigues una serie de beneficios, tanto artísticos como personales… hemos tocado en observatorios, hemos dado charlas educativas, hemos hecho conciertos de rock, hemos ido a ámbitos donde nadie nos conocía y el recibimiento es muy de colaboración. Gracias al Instituto de Astrofísica hemos podido publicar el disco libro. Gracias también al CSIC. Son mundos que viven muy lejos del conocimiento pop o rock de la escena nacional, pero te hace muy feliz estar en ellos. Es verdad que un disco como este no genera ese impacto en el otro mundo, pero tampoco lo pide, porque se trata de buscarte en experiencias artísticas que no tengas tan dominadas.
“Esto se trata de buscarte en experiencias creativas que no tengas dominadas, aunque todo te cueste mil años más”.
Quería preguntarte por la escena musical de Granada, que siempre ha sido muy colaborativa, con músicos de diferentes generaciones trabajando entre sí, y con mucho respeto entre todos ellos, sin las rencillas y el concepto de competitividad insana que anida en otras ciudades.
Quizá haya un pacto no escrito que nos mueve. Es una ciudad pequeña, y eso es bueno para que los músicos se vean y se conozcan. Por poner un ejemplo, Zaragoza, con un millón de habitantes, la gente vive en barrios alejados entre sí. Pero en Granada te encuentras con la gente, y vivimos el éxito de los demás como propio. Como una marca. También tenemos la ventaja del flamenco, que ha hecho tanto. Y gente de la música clásica, profesores. Hay intercambio no solo entre distintas generaciones, sino tambien entre disciplinas distintas. Hay una visión lúdica y generosa del éxito de los demás. Tampoco ha habido costumbre de matar a padre. Desde Miguel Ríos o Los Ángeles, todo lo que hay siempre ha venido aportando.
Y hay mucho turismo. Con quedarnos sentados en Plaza Nueva, vemos pasar el mundo entero. Estuvo Joe Strummer, sigue aquí Richard Dudanski, que fue batería del The 101ers, el grupo previo de The Clash, y nos ayudó con la versión inglesa del álbum. No es un panorama único, hay mucho a donde agarrarse. Y el Albaicín sigue siendo un pulmón cultural. Aquí la música es parte de la calle, forma parte del ruido de la ciudad, y gracias al flamenco tenemos una ciudad viva, que no solo se nutre de los grupos. La ciudad vibra en esa frecuencia, en esa temperatura de creación, que diría Val del Omar.