
El periodista Fernando Navarro publica Todo lo que importa sucede en las canciones, una absorbente novela centrada en la encrucijada vital de un periodista musical en permanente crisis.
La música y la vida. La vida y la música. Tenemos la tentación de vivir la una a través de la otra, y quizá no siempre sea lo más recomendable, aunque sí (a veces) lo más intenso. Sobre todo, cuando nos aferramos a ella como una tabla de salvación. A la música, queremos decir.
Eso es lo que le ocurre al protagonista de Todo lo que importa sucede en las canciones (Pepitas de Calabaza, 2022), la última novela del periodista musical Fernando Navarro (Madrid, 1981), cuya acreditada firma es habitual en El País desde 2007, ahora más fácil de leer en El País Semanal, al margen de sus puntuales colaboraciones en medios como Ruta 66.
El protagonista del libro es precisamente un periodista musical que no sabe si está arrastrando la crisis de los 30 o anticipándose a la de los 40. Alguien fascinado por Bob Dylan, Patti Smith, Bruce Springsteen, Lucinda Williams, Elvis Presley, Neil Young o Tom Petty. Alguien que, si no es el propio Fernando (aquello del test del pato: si anda como un pato, tiene pico de pato, plumas de pato… ), se le parece bastante, aunque él prefiera echar balones fuera y decir que hay una importante parte de ficción que no se corresponde con él. De hecho, ya se le parecía el personaje central de Martha. Música para el recuerdo (2015), su primera novela. Aunque no tanto.
Al fin y al cabo, es el mismo subterfugio que emplea cualquier músico para que su personalidad se disuelva en el éter de cualquiera de sus canciones. Si es lícito para ellos, ¿por qué no iba a serlo para un escritor? Él mismo nos lo cuenta. Y el libro, por supuesto, os lo recomendamos sin reservas, como la absorbente lectura que es.
¿Cómo nace este libro?
Lo empecé a escribir bastante antes de la pandemia. Durante un mes de excedencia, en 2019, traté de avanzar en él y llegar a tiempo para publicarlo en la primavera de 2020. Pero llegó la pandemia, me lo tomé con más calma y se retrasó porque Belén Bermejo, a quien dedico el libro, y que era quien iba a ser su editora en Planeta, falleció de un cáncer en junio de 2020. Ella fue su mentora. Ahí decidí que saliera en otra editorial, y el libro estuvo un año dando vueltas hasta que salió en Pepitas de Calabaza, que es una de mis editoriales independientes favoritas
¿Tuviste que depurarlo mucho? ¿Eliminar cosas?
Al principio no tenía claro qué tipo de libro quería hacer. Había una parte de mí por la que siempre me sale la vena de crítico musical, pero Belén (Bermejo) valoraba más aquellos pasajes del libro que trataban sobre cosas personales, que no todas tienen que ser verdad. Ahí me di cuenta de que quería hacer algo ficcionado y novelado, en donde aunque haya cosas mías, no tenga que ser mi vida. Tuve tres crisis. En una de ellas, lo reescribí y empecé a quitar cosas de música, sobre todo datos, y a meter más ficción, para que los personajes tuviesen más vida.
Pero todo el mundo va a pensar que estás hablando exactamente de ti.
Lo sé, lo sé. Estuve a punto de poner como protagonista a un músico. Pero eso requería mayor esfuerzo, y además, como estoy todo el día escuchando hablar a músicos, por mi profesión, me atraía la idea de explicar la trastienda de todo lo que recibo desde una perspectiva emocional, que es algo que no puedo hacer habitualmente en mis artículos periodísticos. Qué mejor que un tío que no para de escuchar a gente hablando de música. Puedo ser yo, claro, pero también los músicos componen canciones que no necesariamente tratan sobre su vida. Como dice Bob Dylan, “solo llevo la máscara de Bob Dylan cuando tengo que llevarla”. Pues esto es igual. Llevo la máscara de Fernando Navarro cuando tengo que llevarla. Yo sé cómo es mi vida, igual que la gente más cercana, y luego ya el resto de la gente, que piense lo que quiera. Lo pensarían igual si el protagonista fuera un músico.
“Decía Bob Dylan que solo lleva la máscara de Bob Dylan cuando tiene que llevarla, pues esto es igual”.
Lo más complicado debe ser equilibrar el relato personal con el estrictamente musical. Es decir, que no se aburra ni el melómano ni quien no lo sea. Que ambos se enganchen al libro.
Esa es la clave. Es lo más difícil. Como cuando un músico consigue que una canción guste a los puristas y a quienes no consumen música con tanta frecuencia. Es el equilibrio que más me ha costado y obsesionado. Por ahí iban las partes que iba añadiendo. Una persona que decide separarse de su mujer, irse a vivir solo, rodeado de discos y de todo lo que estos le han alimentado. Y que todo se construyera en torno a eso y a las canciones de los músicos.
¿Son las canciones las que se acoplaron a la historia personal del protagonista o fue al revés?
Mitad y mitad. Algunas canciones tenían una historia muy potente, pero si no concordaba con la historia del protagonista, no tenía sentido. Y a veces pasaba al revés, que sabía que el protagonista tenía que contar el desenamoramiento con su pareja y había que buscar una canción que reflexionase sobre eso e hiciera de hilo conductor. Eso sí, tenía claro que tenían que ser canciones en las que yo creyese como oyente. Y en las que el protagonista pudiese creer. No tenía sentido poner una de C. Tangana o de Rosalía, por muy buenos que puedan ser, porque el protagonista es un personaje casi de otra época, que se está extinguiendo, que es la del rock and roll, la filosofía contracultural a través de la música con una serie de héroes que van desapareciendo, y él es casi un vestigio de ese pasado. La novela también es un canto al rock and roll como una filosofía vital que permitió crear la cultura juvenil y ser un lugar que nos proyectaba a otros mundos posibles. De Bob Dylan a Neil Young, pasando por The Beatles, tenían un poder de transformación. El protagonista intenta transformarse en algo mejor, eso que dice Paul McCartney cuando le graba “Hey Jude” al hijo de John Lennon, intentando transformar aquella tristeza por la separación de sus padres en algo mejor. Convertir la tristeza en algo mejor, a través de las canciones, ese es su propósito.

La psicóloga le dice al protagonista que tanta música le está perjudicando porque no le ofrece un marco de realidad: la vida es la vida, y no se puede solucionar todo a través de las canciones.
Sí, es una idealización que no le deja avanzar en su vida cotidiana. Yo no me quiero ver como protagonista: cuando él está con la psicóloga, le dice que tiene el pelo rizado y los ojos marrones, y yo los tengo verdes (risas). Solo por eso ya no tendría por qué serlo. Pero sí que es cierto que, como escritor del libro, era importante verme a mí y a todos los que hemos vivido la música tan apasionadamente, que nos hemos proyectado al futuro a través de las canciones que tanto nos ayudaron en la adolescencia, pero como una caricatura. Hay una parte de caricatura en todo esto. Y me gustaría que el lector viera la reflexión final de que el protagonista está rechazando la salud mental que le ofrece la terapia porque está demasiado encerrado en agarrarse a la música de una manera… una cosa es agarrarse a la música y otra cosa es vivir, y esas herramientas de la vida cotidiana son las que no nos son dadas, pero él está convencido de que lo va a resolver. Si yo fuera el protagonista, me gustaría saber que al final sí que he podido superar todos sus duelos, el de la madre que muere, el del desamor y el de la culpabilidad como padre ausente, yendo a terapia. Creo que la salud mental es importantísima, y al final una cosa es vivir en las canciones y otra en la vida cotidiana, en lo práctico. Decía Bob Dylan que los poetas se ahogan en los lagos, y yo también lo creo. Se puede ser poeta pero otra cosa es nadar y tener las herramientas para hacerlo y no morir ahogado.
Es que siempre tengo la sensación de que corremos el riesgo de quedarnos en el eterno síndrome de Peter Pan del melómano, el recurrente estereotipo del protagonista de Alta Fidelidad (Nick Hornby, 1995), incapaz de asumir los compromisos de la vida adulta.
Es así. El libro tiene esa lectura, que para mí es fundamental. Para empezar, el personaje principal está rodeado de personajes que son mejores que él. Él intenta adaptarse al mundo. Por eso se cita a Bruce Springsteen diciendo que las canciones son bellas mentiras al servicio de la verdad y Bob Dylan diciendo que una canción es algo que camina por sí mismo. Se intuye en el libro que las personas que le han rodeado, casi todas mujeres, son mejores personas que él. Una madre que ha sido como una heroína cotidiana, educándole en libertad para seguir sus pasiones, una mujer que ha sido cuidadora y que está más a la altura que él acerca de lo que supone tener hijos y una familia, y una amiga con la que termina teniendo una relación muy íntima, aunque los dos están confundidos, hasta que es ella la que pone tierra de por medio porque se da cuenta de cómo hay que hacer las cosas correctas. Esa falta de madurez del protagonista está ahí, y hay esa lectura crítica que forma parte de la caricatura y de lo que tú decías. El protagonista se da cuenta de que alrededor suyo, todo lo que le ha rodeado, está dentro de la realidad, mientras que él está viviendo en las canciones. Él sabe que tiene que ir por el camino de la realidad pero todavía se permite llegar borracho a casa por la noche y poner la música muy alta. Porque la vida no es conclusiva y el final es abierto.
“El libro tiene esa lectura de caricatura, de la falta de madurez del protagonista, que está rodeado de personas que son mejores que él”.
¿Se te pasa por la cabeza escribir una novela en la que la música no sea su muleta?
Sí, y ya me daba miedo con esta que todo se centrara en la música. Que me vuelvan a preguntar qué pienso de Rosalía. El otro día me hicieron una entrevista en la radio y acabé hablando de Quevedo. El músico. Para mí fue como un fracaso absoluto (risas). Yo vengo a hablar de mi libro, como Umbral, pero sobre todo de cosas como las emociones que la música genera, que es de lo que va el libro. Tampoco creo que nunca pueda escribir nada en lo que la música no se cuele en algún momento. Pero tengo claro que si en un futuro escribo otra novela, que es mi ilusión, no quiero que la música sea tan protagonista. Quiero que no todo gire en torno a ella. También es verdad que al hablar de la música, hablas de la vida. En las canciones está sucediendo la vida, para mí. Como decía Godard sobre el cine, que lo entendía como un acontecimiento al encuentro de la vida. Pues igual con la música. Pero sí me gustaría desligarme de la necesidad de justificar todo e torno a la música, y que esta forme parte del paisaje, como fondo, no en primer plano visual. Es un reto, no es nada fácil.
Yo lo que veo más complicado es dominar la estructura narrativa de una novela, ya no los recursos, sino el engranaje interno. Y que no tiene nada que ver con escribir un ensayo.
Nada, ni siquiera con el periodismo. Yo con este libro quería quitarme todo ese automatismo que tenemos los periodistas musicales, de contar las cosas dando demasiados datos, explicándolo todo al detalle porque quien te va a leer no tiene por qué saber algunas cosas: estamos obligados en la prensa generalista incluso a explicar quién es Bob Dylan o quiénes son los cuatro Rolling Stones, porque el lector siempre es un ente que no sabes cómo lo va a recibir. Cuesta saltarte todo eso. Y cuesta también dominar la arquitectura de esa novela para que quede bien sustentada, y por mucho que tú le quieras poner embellecimiento, unas grandes cristaleras, si esa catedral no tiene buenos cimientos, se cae. Porque es otro oficio, del que hay que aprender muchísimo. He leído mucha literatura española en los últimos tres o cuatro años, y la leo estudiándola un poco, fijándome en que hay mecanismos narrativos que, por muy libres o experimentales que puedan parecer, es como cuando ves una película o escuchas una canción, que si prestas una atención diferente o una escucha o un visionado activos, puedes aprender cosas. Y me doy cuenta de que hay mucho que aprender todavía. Y cuesta.
