Hablamos con el músico almeriense, autor de un segundo disco en solitario que está entre lo mejor que se ha publicado en nuestro país en los últimos tiempos.
Arrecife (Buenaventura, 2023) es el segundo álbum a nombre de Fino Oyonarte (Almería, 1964). Un disco íntimo, hondo pero no apesadumbrado, grave pero luminoso, certero e inspirado de principio a fin, con el que el bajista de Los Enemigos y productor de Los Planetas, Lagartija Nick o Mercromina (también formó Clovis o Los Eterno) se confirma como uno de los autores de canciones más brillantes y maduros del pop español en la actualidad. Hablamos con él por teléfono.
El disco proviene de un lugar oscuro: la pandemia y el fallecimiento de tus padres. Sin embargo, no suena en absoluto apesadumbrado, aunque las letras tratan temas graves. De hecho, resulta más luminoso que tu anterior disco, Sueños y tormentas (Buenaventura, 2018). ¿Fue algo intencionado?
No era exactamente esa la intención. Me está sorprendiendo la reacción de la gente, porque cuando haces canciones no piensas en que vayan a ser tristes o alegres. Vas haciendo y te sale una entonación. He sido muy sensible a la melancolía, por el tipo de música que me gusta. Pero también a la energía, lógicamente, por el rock con Los Enemigos. Tengo mi parte más visceral y mi parte más sensible, que es la que más aplico en mi proyecto personal. Pero la mitad del disco, las que posiblemente sean más luminosas, eran canciones que ya estaban medio en maqueta antes del confinamiento. Bocetos que vas decorando. Continuaba la introspección, ese tipo de canciones de redención, porque aunque no quiera estar todo el rato hablando sobre lo que me pasa, estoy encontrando una forma de escribir que es como exorcizar una serie de cosas. Me daba pudor, pero al fin y al cabo estás hablando de cosas que le pueden suceder a mucha gente. Somos humanos, somos sensibles, trabajamos con emociones. Nos dan miedo cosas similares.
Somos más parecidos de lo que aparentamos…
Sí. Durante el confinamiento escribí poemas, dibujé… necesitaba tener alguna expresión creativa, pero escribir canciones no me salía. Falleció mi madre. A raíz de eso escribí párrafos, sensaciones muy personales, para mí. Y tenía una canción acústica de hacía un año y medio para la que di con una letra que encajaba perfectamente. Ahí me animé. Porque me recordaba a mi madre, aunque tenía esa sensación de no saber si debía hacer esto. Pero me dije “¿por qué no?”. Si al final la música es una forma de expresión, pues también lo puedo exteriorizar y no quedármelo para mí solo. Son cosas muy delicadas. Pero todos perdemos a familiares. Incluso siendo muy jóvenes. Yo he tenido la suerte de que mis padres fueran longevos. Y es ley de vida. Se van yendo como nos iremos todos. Fue como una chispa que detonó. Luego hice otras dos canciones. Ahora veo “A tu lado” y “Avanzar”, las dos que abren el disco, como más luminosas de lo que me parecían. Más esperanzadoras. Estábamos saliendo del pozo, de una situación que no habíamos vivido antes. Ahora veo aquello desde fuera. Y hay una cosa que no he dicho todavía en ninguna entrevista, y es que el disco empieza con una frase de mi padre y acaba con otra frase suya. Lo pensé hace poco, porque no fue intencionado. Me di cuenta cuando ya había salido el disco. Antes de fallecer mi padre, su cuidador me mandó un audio en el que se escuchaba un piano, porque todas mis hermanas sin pianistas, aunque se dedican más a la enseñanza, y se oía a mi padre canturreando la siguiente frase: “todo lo bueno”. Me dio mucha alegría. Y decidí hacer una canción a partir de esa frase.
“Nunca lo he dicho, pero el disco empieza con una frase de mi padre y acaba con otra frase suya”.
¿Esa frase de tu padre fue el inicio?
Sí, luego la compuse con una cadencia muy Beatle, en semitonos y demás, un poco happy y tal. Pero cuando me llegó ese audio, tuve claro que quería empezar una canción con esa frase. Y ahora alucino, porque me doy cuenta de que cierro el círculo al acabar el disco: me empeñé en sacar una canción sobre mi madre, estuve tres meses buscando la forma de hacerlo, en plan muy cabezón, que soy Tauro, y al final me relajé tras ese tiempo forzando la máquina y cuando Cris (Plaza) entró en casa y escuchó lo que estaba haciendo, me dijo que eso ya era. Nació básicamente de dos o tres imágenes de salir con mi padre a pasear, lo que hacía cuando iba a verle a Almería durante sus dos o tres últimos años. Mi madre tenía Parkinson y llevaba años en silla de ruedas, no hablaba. Cuando una pareja lleva tanto tiempo junta, unos setenta años, en el momento en el que unos de los dos se va… yo creo que mi madre aguantó mucho hasta que mi padre empezó a estar más delicado de salud, quería acompañarle en vida. Entonces, yo le hacía entrevistas a mi padre cuando iba a verle. “Venga, cuéntame qué hacías de pequeño, cuéntame qué hacíais los chavales cuando os ibais de vinos y tal”, le decía. Tenía escritas un montón de cosas. A los dos meses de fallecer mi madre, que era algo sobre lo que él no quería hablar, le pregunté qué recuerdos tenía de ella. Y en un momento de lucidez me dijo: “mira, he tenido en mi vida una suerte increíble de estar setenta años queriendo a otra persona con quien vives, me he sentido muy afortunado, la vida para mí ha sido un sueño”. Y cuando leí eso, me dije “aquí está la canción”. Su filosofía de vida. Me parecía una frase preciosa. Pero esto que te digo de que la conexión entre “todo lo bueno” y “la vida es un sueño”, que son las frases que abren y cierran el disco, es algo en lo que no había pensado hasta hace poco. El duelo está ahí, pero no deja de ser un disco luminoso en ese sentido. Y agradecido por todo los que nos dieron mis padres. Un agradecimiento en forma de canciones. Con imágenes duras, como el hecho de no poder despedirme de mi madre en plena pandemia, más allá de entrar al tanatorio para conversar ya con su féretro, una imagen que tengo ahí grabada, pero tratando de quitarle peso. Lo necesitaba.

Es curioso lo que dices, porque me estaba acordando de “Océano”, la canción que firmaste para el último disco de Los Enemigos, que también es muy pop pero desde un enfoque más enérgico, y te iba a resaltar sus diferencias con el pop mucho más delicado de este disco, pero me doy cuenta ahora de que el título de “Océano” enlaza por temática con canciones como “Naufragar” o “Embarcadero” y con el del propio disco, Arrecife: títulos muy marinos todos.
Sí, el oleaje, el mar, están ahí en imágenes (risas). Quizá en “Océano”, con Los Enemigos, tuviera un significado diferente, ahí me ayudó Josele (Santiago) con la letra, que la retocó un poco. Pero sí es verdad que el componente del mar y de la naturaleza está ahí. El arrecife es un sitio donde también hay cierta poesía con las olas, un lugar muy agreste donde también puede haber vida. Tiene muchos componentes simbólicos. También porque de joven yo iba allí con los amigos, al Arrecife de las Sirenas, en el Cabo de Gata. Un sitio mágico. Y al embarcadero de Agua Amarga. Significa también introspección, soledad, ver lo que sientes. Hablo de los pasillos del laberinto, de que no quiero estar encerrado, de que quiero buscar la luz. Hay una frase de Leonard Cohen que me gusta mucho, que decía que no quería vivir adentro, algo así. “Embarcadero” es más onírica, tiene como más imágenes, también por el piano que ha metido Joaquín Pascual. Otro componente que tiene el disco es el de la idea de arrecife como algo que tienes muy cerca y no ves. Lo que te pasa cuando intentas acabar una canción y no te das cuenta de que la solución la tenías justo delante. O muy cerca. Yo tengo un cuadro del arrecife que te comentaba delante de ordenador, que pintó mi madre, y que es lo primero que veo cuando hago relajación. Lo tengo desde el 86 o el 87. El otro día le di la vuelta y me fijé en que está firmado y dedicado por mi madre, y ni me acordaba. A veces no vemos las cosas pese a tenerla muy cerca. También es un alegato para hacer las cosas sencillas. No todo tiene que ser imágenes intensas o profundas, a veces lo importante de la vida puede ser tomarte unas cervezas con los amigos, ir al cine, ver un concierto, cosas simples. Hace poco leía un libro de Mark Twain, Pasando fatigas (1872), y definía la felicidad como un jamón, unos huevos, una pipa, el paisaje que se ve desde la diligencia y tener el corazón alegre. Para mí eso es la felicidad (risas). No nos damos cuenta de lo que significan esas cosas cotidianas.
“A veces lo importante de la vida puede ser tomarte unas cervezas con los amigos, ir al cine, ver un concierto, cosas simples: para mí eso es la felicidad”.
Te hago un resumen muy simplista de cómo veo el disco y me dices si estás más o menos de acuerdo: un primer tramo muy Beatle o muy Brian Wilson, un segundo tramo muy Elliott Smith y un tercero muy Nick Cave. Son como las tres sensibilidades, haciendo un juego de paralelismos muy barato.
Es que todos jugamos con la música que nos ha apasionado toda la vida. Yo no me corto. “A tu lado” me pedía un lado Beatle. Al principio era piano solo, luego tiene un cambio de tempo a mitad me recuerda mucho a Mercury Rev en la época de Deserter’s Songs (1998). Tiré de fiscorno, melotrón, coros, capas al estilo del Sgt. Peppers (1967)… también es verdad que Pet Sounds (1966) siempre me ha parecido una maravilla, publiqué un libro sobre él en Libros de Ruido, y de alguna manera me tenía que influir. A final estás siendo sincero y honesto. Es cuestión de jugar. Como juego ahora con el traje blanco. El otro día lo llevé en Murcia, con Joaquín Pascual. La primera vez que lo llevo, me daba una vergüenza… yo siempre he ido de negro (risas). Lennon, Elliott Smith o John Cale también lo llevaron. También me influyó en “Espejo” una canción de Chris Waitzman, un cantautor muy underground norteamericano, que no está ni en Spotify, y que me recordaba a Elliott Smith. También es verdad que Leonard Cohen está muy presente en “Entre tú y yo”, que es alguien a quien mi hermano mayor escuchaba mientras yo aún estaba con Leño, los Beatles o Lou Reed, con 16 años, una edad en la que no me llegaba con tanta intensidad, pero ahora me vinieron esos recuerdos y afloró. En sus primeros discos, Leonard Cohen hacía cosas muy atípicas a nivel instrumental, que no hacía casi nadie. Flipo que me hayas dicho lo de Nick Cave, porque en “Tan lejos” yo quería hacer un rollo más “Paris 1919” de John Cale, pero no me salía, y me salió otra cosa, y “Naufragar”, que era más Nick Cave, la hice con unos timbales y nos costaba, hasta que escuché una canción de Damien Jurado que era solo timbales y guitarra acústica, no recuerdo el nombre, y me quedé flipado. Coges de aquí y de allá. Escuché hace poco, después de muchos años, “Martha”, de Tom Waits, y tiene un aire a la canción que hice para mi padre. No sé si he hecho una especie de homenaje a la música que me apasiona. Quizá haya menos de esa parte ruidosa que exploraba en Clovis, toda la parte de The Velvet Underground, Yo La Tengo o The Feelies, pero bueno, en algún sitio están, quizá no en la estética pero sí en las melodías, por decirlo así. Me influyen todos los que has dicho y muchos más. Soy muy ecléctico en ese sentido. Tuve también la suerte de que a Phillip Peterson, autor de los arreglos de cuerda, le gustaran mucho mis canciones. Yo flipaba con los arreglos que me mandaba. Estando en El Perelló (València) me mandó por e-mail “Tempestad” y me quedé impresionado, pensando qué suerte tengo de contar con él. Él tiene un punto más Nick Drake, creo.

Produces otra vez a medias con César Verdú (León Benavente) y grabas con Xema Fuertes, Caio Bellveser (Ciudadano, Maderita, Josh Rouse) y Alfonso Luna (Tachenko, Maronda). ¿Cómo fue el trabajo?
Son músicos excepcionales. Grabé con ellos en Río Bravo (Xirivella, València), y estoy encantado. Y he contado con catorce colaboradores, pese a lo cual el disco no suena barroco, creo. He tirado de amigos. Está Nacho Olivares, con quien ya he trabajado en Los Eterno o en Clovis, que metió sintetizadores, también Raúl Bernal, que fue quien coordinó el disco de homenaje a Rafael Berrio, con cuya música aluciné desde que lo conocí en aquel homenaje a Pedro San Martín en la sala Apolo, en 2011 -creo que “Simulacro” está a la altura de “Mediterráneo” de Serrat o de “Volando voy” de Camarón- , y en el que participé. Raúl ha tocado con Lapido, con Quique González, es cantautor también y músico con muchas facetas, y metió hammond y melotrón. Con Ana Galletero (Travolta, Mercromina), también. Mi sobrinita ha tocado el cello. También ha estado mi hermana. No sé si me dejo a alguien. He tenido mucha suerte con todos.
“Me dio un infarto y me dije “¿qué quieres hacer? Pues quiero hacer un disco”; era algo que llevaba retrasando mucho tiempo”.
Tienes 59 años. ¿Crees que te has destapado demasiado tarde como autor, o estos dos últimos discos, que ya llevan tu nombre, no se entenderían sin todas las vivencias y toda la experiencia que has acumulado como músico y productor? ¿Hubiera sido posible un disco como este hace veinte o treinta años?
No lo sé, hay gente muy joven que puede hacer un disco así. Lo que pasa es que yo siempre he sido muy tímido, en cierta manera. He tenido siempre una coraza y me he dedicado a expresarme de otro modo, en proyectos grupales, como músico pero desde el punto de vista instrumental. He empezado a trabajar las letras tarde. Me dio un infarto y me dije “¿qué quieres hacer? Pues quiero hacer un disco”. Esa misma noche. Un disco de lo que tengo dentro. De lo que quiero decir. Porque era la hora. Era algo que llevaba retrasando mucho tiempo. Pero no niego la posibilidad de que haya discos así de íntimos o de viscerales por parte de gente mucho más joven. De hecho, los hay. Mira lo que hacía Elliott Smith, que era muy joven. Yo lo he hecho a una edad más tardía, y es vedad que todo el bagaje aparece por ahí.
Fotos: Ricardo Roncero