Entrevistamos al joven músico y escritor catalán, autor de Vamos a contar mentiras, una de las novelas más efervescentes y divertidas de los últimos meses.
Lejos del oropel de los best sellers y de los rimbombantes titulares de los suplementos culturales de los principales diarios, hay todo un mundo de autores emergentes que buscan su lugar y lo hacen con frescura, talento y cierta originalidad. Con buenos mimbres. Ese es el caso de Mauricio Güell (Barcelona, 1994), músico y escritor que acaba de publicar Vamos a contar mentiras (2022), una entretenidísima novela con pasajes de un humor descacharrante y algo irreverente, que cuenta la historia de Félix, un estudiante de Castelldefells, de veinte años, quien tras perder un vuelo a Tailandia acaba pasando una inenarrable y casi surrealista semana por las playas del Maresme, encontrándose con prostitutas, vagabundos y personajes de lo más diversos, manteniendo la ficción en sus redes sociales de que se encuentra ya en el país asiático, y no a tan solo unos kilómetros de su casa.
El protagonista del libro pierde un vuelo a Tailandia y mantiene la ficción de que está allí mientras se pasa una semana en el Maresme: ¿es una forma de resaltar la futilidad de las redes sociales, lo fácil que nos resulta proyectar en ellas una imagen que ni mucho menos ha de corresponderse con la realidad?
Absolutamente. Tengo una especie de cruzada contra la felicidad que se muestra en las redes sociales. Este mismo verano, en el que apenas he tenido unos pocos días de vacaciones, ha sido un no parar de ver a gente en Instagram yendo en barco y amando la vida. En ocasiones pienso que lo hacen para fastidiar, que alquilaron hace un tiempo un barco entre veinte, se llevaron varios bañadores distintos, y se hicieron cincuenta fotos a un centenar de metros de la Barceloneta. En mi cabeza las guardan en su ordenador y publican una distinta cada mes, pero en realidad tienen vidas desgraciadas y miserables. Me dan náuseas. Personalmente, cuando participo en algún buen plan, trato de asegurarme de no hacerme ninguna foto, por pudor.
“Cuando estuve en Londres, no dejé de pensar que me parecía Manresa per más grande”.
¿Es también, en cierto sentido, una forma de resaltar que a veces no es necesario viajar demasiado lejos para experimentar vivencias intensas y descubrir personas extraordinarias? ¿Es mejor el viaje mental que el que recorre kilómetros?
Entiendo que para cada persona es distinto. Aun habiendo disfrutado de algún viaje enriquecedor, no me considero demasiado viajero. Visitar capitales europeas y ver monumentos, por ejemplo, “en esta plaza, en el siglo XIV, no sé qué rey se hizo una paja, admirad la placa conmemorativa, símbolo de la ciudad y del país”… no sé, no es lo mío. Cuando estuve en Londres, no dejé de pensar en que me parecía Manresa pero más grande.
Es tu primera novela: ¿cuánto tiempo te llevó escribirla? ¿hubo mucho trabajo de reescritura o de depuración?
Es la primera ocasión, de unas veinte, en la que consigo pasar de la página número cinco. Tardé algo más de un año en hacer el primer borrador y después dediqué otro medio año para cambiar y pulir cosas. Los apuntes que hicieron tanto mi familia como un par de amigos que leyeron ese primer borrador fueron de gran valía.

Te llevas apenas unos años con el protagonista del libro, si no me equivoco. ¿Cuánto hay de tu personalidad en Félix, el protagonista del libro, si es que lo hay?
Acabaremos mucho antes diciendo las diferencias: tengo unos años más, nací otro día, crecí en el Maresme y no en Castelldefels, y estudié ingeniería informática en vez de ingeniería industrial. Sin ser una novela autobiográfica —nunca he perdido un avión, es algo que me causa pánico—, muchas escenas están basadas en vivencias propias. En algunos casos ni me he molestado en cambiarle en nombre propio a algún personaje.
El sentido del humor juega un papel esencial a lo largo de las 235 páginas. ¿Crees que es una herramienta necesaria para sobrellevar esta realidad? ¿Te fue fácil dosificarla para no pasarte de frenada?
Para mí es importantísimo. Está más que demostrado que es más difícil hacer reír que hacer llorar; para lo segundo basta con escribir algo en el que unos cuantos niños mueran, no veo necesario ni pasarle el corrector al texto. Pero sí, dosifiqué el humor, quería escribir una novela, no un recopilatorio de chistes.
“Reconozco que la extrema derecha, sin ser ni mucho menos de mi agrado, a veces me logra sacar carcajadas”.
Ese sentido del humor es especialmente ácido en el caso de la pareja de turistas extranjeros y todo lo que rodea su ascenso como influencias entre los seguidores de la derecha española, particularmente del PP. ¿Es un modo de reflejar la desorientación del partido en tiempos como estos, en los que no saben muy bien a qué carta jugar (moderación o echarse al monte) porque la extrema derecha les sopla en el cogote?
No trataba de reflejar nada de la actual situación política. Reconozco que la extrema derecha, sin ser ni mucho menos de mi agrado, a veces me logra sacar carcajadas. Revelaré algo que aún no he comentado en ningún medio: me declaro fan acérrimo de los artículos de Salvador Sostres. Con un contexto tan poco interesante como un partido de Copa del Rey entre el Barça y el Villanovense, consigue desprender unas dosis de clasismo que, pese a su incorrección, me resultan hilarantes, y mucho más entretenidas que un análisis exhaustivo del papel de quien fuera el lateral izquierdo de cualquiera de los dos equipos. De todos modos, para mí es importante la postura desde la que se escriben esta clase de cosas. Jamás escribiría algo con la intención de vejar a un colectivo o minoría, pero sí me pareció que, sobre todo en la escena del mitin del PP, y con cierto psicotrópico de por medio, podía permitirme una buena retahíla de burradas. Las frases pasadísimas de vueltas que se dan pueden ser graciosas, pero por lo absurdo de las mismas, no porque humillen a nadie.

¿Cuáles son tus referentes literarios? ¿Te influyeron a la hora de escribir este libro?
Tengo un Top 3 bien claro: Dostoyevski, Dostoyevski otra vez y un séxtuple empate entre Alexandre Dumas, Thomas Mann, Albert Camus, Milán Kundera, Víctor Hugo y Herman Hesse. Actualmente estoy devorando la obra de Dovlátov. Pronto entrará en el empate por el tercer puesto. De los escritores nacionales me quedaría con Delibes. Desde luego, Vamos a contar mentiras no tiene nada que ver, ni en el tono ni en la forma, con ninguno de ellos, lo cual no deja de resultarme curioso. Si tuviera que citar algunas influencias, serían más bien James Rhodes, John Toole o Tibor Fischer.
También eres músico, pianista. ¿En qué medida ambas actividades, la música y la escritura, se interrelacionan, si es el caso? ¿En qué crees que se parecen o que se diferencian?
Son dos medios diferentes que comparten un mismo fin: contar una historia. Incluso en el caso de obras instrumentales. Ya en siglo XIX compositores como Chopin o Brahms empezaron a usar el término «balada» para referirse a piezas pianísticas que partían de poemas, sin que el resultado final tuviera letra alguna. Las dinámicas y la estructura juegan papeles indispensables tanto en la música como en la literatura. Y eso por no hablar de artistas como Bob Dylan, Patti Smith, Leonard Cohen o Nick Cave, que creo que habrían llegado a ser considerados genios incluso si hubieran nacido sordomudos.
“Lo excepcional en mi círculo de amigos es cuando alguno ha podido escuchar más de un minuto de una sesión de Bizarrap”.
Creedence Clearwater Revival, Genesis, Rolling Stones, Keith Jarrett, Jefferson Airplane, Miles Davis… apenas Tote King es lo único que Félix (o sus amigos) escuchan de música publicada en el siglo XXI. ¿Son Félix y el resto de personajes jóvenes del libro una anomalía como consumidores de música en estos tiempos?
Tal vez no sean los gustos más comunes, pero no lo consideraría una anomalía. Al menos en mi círculo de amigos, lo excepcional es cuando alguno ha podido pasar del primer minuto de una sesión de Bizarrap. Sí recuerdo una noche, yendo en coche por el polígono, con las ventanillas bajadas, y escuchando a todo volumen un concierto de piano de Ravel, en el que nos sentimos juzgados. Pero los Rolling Stones, por ejemplo, me parece que son universales, y si pongo en casa el vinilo de Exile on Main Street (1972) hay unanimidad en que es una muy buena decisión.
¿Qué otra música te gusta o te inspira?
Me considero muy ecléctico en lo musical, y una parte significativa de mi sueldo está destinada a mi colección de vinilos. Mi tridente de rock estaría formado por King Crimson, Led Zeppelin y Radiohead; en jazz soy un obseso de Miles Davis y de Duke Ellington, y en cuanto a música clásica los que más me emocionan son Schubert y Mahler. Al igual que Félix, me reafirmo en que Tote King es la hostia. También tengo un ritmo de asistencia a conciertos que roza lo enfermizo. Barcelona tiene una escena jazzística impresionante, y lo que disfruto en directo con músicos como Marco Mezquida, Giulia Valle, Toni Saigi, Tom Amat o Juan Pablo Balcázar, por decir algunos nombres, será lo más bonito que me lleve a la tumba.
