Charlamos con la artista de Vic, quien acaba de publicar Cyclamen, un sensacional quinto álbum repleto de una sensibilidad poco común.
Puede decirse que Núria Graham (Vic, 1996) ha dado un paso de gigante con su nuevo disco, Cyclamen (Primavera Labels/Verve Forecast/New Deal/Universal, 2023). Un trabajo que moldea a su antojo un universo propio, lejos de modas de temporada, tendencias y clichés.
Un disco de madurez absoluta que ella mismo ha querido autoproducirse, para el que ha contado con la colaboración puntual de Blake Mills, y que presentará en directo durante los próximos meses en escenarios de toda Europa, con dos paradas en Primavera Sound y Vida Festival. Hablamos con ella.
¿Cómo estás encajando la acogida del disco?
Muy bien, muy bien. Son días muy bonitos. Tenía ganas de que llegase este momento. Como para quedarme tranquila. Esa sensación de “ya no va conmigo esto”. Estoy contenta y satisfecha de cómo se ha acogido.
Supongo que cuando el disco se publica tienes ya esa necesidad de distanciarte de él, como que todo el trabajo ya está hecho y la suerte echada, ¿no?
Sí, pero en realidad yo casi me he reencontrado con el disco, porque hace un año entero que está grabado, así que para mí ha sido el momento de reencontrarme con las canciones. Más que olvidarme de él, tenía ganas de volverlo a escuchar, porque llevo tanto tiempo tocándolo en directo que las canciones han cogido como un nuevo mundo, y me ha hecho ilusión recordar cómo sonaba.
Estas canciones se ajustan menos que nunca al canon habitual de canción pop de estrofa-estribillo-estrofa, y tampoco se ajustan muchas de ellas a la duración más común, porque en ocasiones ni llegan a los tres minutos. ¿Qué te llevó a eso?
No hay ninguna influencia concreta que me haya llevado a eso, yo creo que la única diferencia es que antes hacía las canciones de la misma forma pero luego, al ser producidos en compañía de otra gente, acababan en otros sitios, y en esta ocasión las canciones se han quedado en el esqueleto de lo que soy realmente. Soy una persona caótica, que tiene muchas ideas pero a veces no se desarrollan en una estructura pop, y he respetado esta energía de primera idea en este disco. Al producirme yo, no tenía miedo de que una canción pudiera durar solo un minuto o carecer de la estructura más típica. Me he respetado muchísimo en este sentido, por eso es tan diferente. A mí no me sorprende tanto porque es lo que he hecho siempre. Todas las maquetas que tengo hechas desde hace años tienen este espíritu, y en este caso el ejercicio ha sido hacerme caso, más que nada.
El disco empieza con una canción que se llama “Procida I”, y acaba con “Procida II”. Entiendo que hay ahí una valorización del álbum como viaje, como concepto, como experiencia para que el oyente se sumerja en él. ¿Es así?
Totalmente. Al final cada artista encuentra su manera de expresarse, porque tampoco niego la importancia de los singles en el mundo en el que vivimos ahora. Hay gente que encuentra así una manera de comunicarse, y lo respecto completamente. Pero en mi caso, me cuesta pensar en mis canciones como algo que no tiene contexto. Incluso para escribir. Acabo viendo que todo se junta por alguna razón. Después tú haces el trabajo de tirar de hilos y las canciones te llevan a sitios. En el caso del álbum, tampoco tengo nunca un concepto muy claro cuando me pongo a escribir. Lo que ocurre es que, cuando estás a merced de la música, es como esa sensación de estar en el asiento de detrás de un coche, y quien conduce son las canciones. Se me van presentando. “Disaster in Napoli” es una canción que tenía escrita hace siete años y de repente aparece. El álbum se concierte en algo en lo que tú participas, obviamente, pero no es todo tuyo. Por eso creo mucho en el formato de álbum. Se dice que está obsoleto, pero creo que no lo está. Yo todavía escucho álbumes. No es que sean muchísimos, pero lo que me han afectado y condicionado en mi manera de entender la música son esos que se quedan ahí, que son historias de principio a fin. A veces son viajes mentales que haces durante un tiempo en el que pasa alguna cosa. Y ese “alguna cosa” es lo que intento perseguir siempre que estoy haciendo canciones.
“Cuando estás a merced de la música, es como esa sensación de estar en el asiento de detrás de un coche, y que quien conduzca sean las canciones”.
De algún modo, las canciones tienen su propia vida, ¿no? Sabes cómo empiezan pero no cómo acaban.
Y tienen una vida muy larga, porque a veces una canción puede decirte algo ahora pero de aquí a diez años… por eso es un juego tan divertido, porque estás experimentando con algo que sale de la intuición. Y cuanto menos sepas qué estás haciendo, mejor. Porque si ya tienes claro cómo se estructura una canción, tienes como tu fórmula, y eso puede ser un peligro. El hecho de que sea un misterio está bien. Te quita responsabilidad.
Y supongo que, como sugieres, con el paso del tiempo las canciones pueden adquirir otros significados. Mencionabas “Disaster in Napoli”, en la que hablas de un desengaño sentimental que tuviste allí hace mucho tiempo, y no sé cómo se digiere eso en clave de presente.
Esa canción aparece tal y como la grabé hace siete años, y no entraba en los anteriores discos. Y a nivel temático, siempre se me quedó esa obsesión, ya no con lo que me ocurrió con el lugar en sí. Estuve también hace cinco años con mi amiga Ingrid, que es con quien hemos pintado la portada, y hay algo en su atmósfera que, aparte del desastre emocional que yo pudiera sufrir en aquel momento, que te abre la curiosidad. Hay algo en la luz, en la naturaleza de allí, en la exuberancia de un volcán tan enorme al lado de una ciudad tan caótica, con este elemento trash, tan conectado con la muerte, las esquelas… era un escenario perfecto para explicar mi sensación hacia el mundo ahora, como de caos pero al mismo tiempo de formar parte de un ciclo de la naturaleza que observas. Y no sé por qué, este sitio me ha servido para inspirarme.

Hay referencias a la naturaleza, algo muy de la pandemia y de muchos discos que se gestaron durante ella.
Al final, las cosas no nos pasan individualmente, de hecho con este disco intento no ya conectar ya no solo con la naturaleza en sí sino con nuestra propia naturaleza, el hecho de conectar con tu propio instinto y tu propio subconsciente. Y si conectas con tu propio subconsciente, conectas con el resto de la gente, porque todo es como un sueño compartido. A veces nos pensamos que no, pero estamos todos en la misma película. Claro que la pandemia nos afectó a todos. Nos ocurrió a todos a la vez, pero cada uno viviendo de un modo completamente distinto. Yo tenía necesidad muy grande de conectar con alguna cosa, incluso ahora, con todo lo que está ocurriendo en el mundo, cosas tan oscuras como una guerra, es un poco como la representación del volcán que está a punto de estallar. Está toda esta parte del ser humano, tan despreciable, pero también un intento de conectar con toda la luz que tenemos en nuestra naturaleza como seres humanos. Todo surge de estar muchas horas en casa, socializando mucho menos de lo normal y pensando en ello de manera optimista. Fíjate que hablo de una catástrofe pero de manera optimista (risas).
No sé si aprendimos algo de ello.
Bueno, como el disco es una pura observación… no sé si sabemos salir de este ciclo, ni si tenemos solución en este sentido (risas).
Es cierto eso que dices de que vivimos todos en la misma película, pero al mismo tiempo somos muy diferentes. Incluso a través de la música, porqué qué distintas son las visiones del mundo de través de ella.
Totalmente, y esto es lo mágico. Porque todo lo vemos a través de diferentes ojos y la manera de expresarlo es muy singular. Ocurre en el mundo del arte y en cualquier otra expresión humana. Aunque en todas las diferencias hay siempre un punto donde todo el mundo se encuentra, porque todos vamos hacia adelante. La idea de hacer música también mira siempre hacia adelante. Por mucho que me guste la música del pasado, que es de donde viene un gran porcentaje de mis influencias, la energía surge de esta curiosidad por ir hacia el futuro, algo que no quiero perder.
“Si conectas con tu propio subconsciente, conectas con el resto de la gente, porque todo es como un sueño compartido”.
“Poisonous Sunflower” está escrita a medias con Blake Mills. ¿Cómo entraste en contacto con él?
Este es uno de los elementos más mágicos del disco, sobre todo en momentos en los que estaba muy perdida y no sabía muy bien hacia dónde ir. Y el último disco de Blake Mills, Mutable Set (2020), me cambió mucho la vida. Y no soy muy de decir esto. Salió en un momento en el que sentía cierta presión, no sabía a dónde ir. Me abrió una puerta, no solo sonora, sino como un sitio a donde ir. Y no sabía a donde me llevaba, pero tuve claro que quería ir hacia ahí. Me inspiró su magia. Tiene algo cinematográfico: que más allá de los arreglos estás viendo los colores. Estás viendo la película. Y Blake Mills apareció en mi vida de puta casualidad, creo que de tanto escucharlo le debió llegar la vibración al otro lado del mundo (risas). Me escribió para preguntarme si algún día podíamos trabajar, sin planearlo mucho. Y yo tenía guardada una canción que había hecho inspirada en su disco. Así que la terminamos conjuntamente. Él hizo la letra. O mejor dicho, la reescribió con mejores palabras (risas). Fue un proceso muy espontáneo.
Supongo que lo de mejores palabras lo dirás porque también para él escribir en inglés será más fácil, por ser su lengua nativa. Tú lo dominas, tu padre es irlandés. ¿Pero te has planteado alguna vez cantar en otra lengua?
Sí, de hecho estoy intentando examinar por qué me sale siempre en inglés. Porque desde que empecé, muy joven, me salía así. Creo que al principio por vergüenza, que era una forma de decir todo eso que no tengo cojones de decir en mi lengua, y con el inglés me podía ocultar. No era crearme un personaje nuevo, sino como una Núria sin filtros. Y creo que he ido alimentando a esa Núria sin filtros, que tiene una perspicacia y un cierto sentido del humor que no tengo cuando escribo en castellano o en catalán. Es muy gracioso, porque cuando toco fuera la gente entiende las letras al momento y les hace gracia cómo utilizo el lenguaje. Es un fraseo distinto. Como un juego. En catalán, que es mi lengua del día a día, no soy capaz. Aunque en castellano, sí. Lo que pasa es que no me gusto cantándolo.
Igual les parece exótico fuera de aquí.
Sí, el otro día leí una crítica en la que decían eso, que les sonaba exótico, al estilo Astrud Gilberto. Una cosa que nunca hubiera imaginado. Porque soy medio irlandesa pero he vivido toda mi vida aquí. Este es mi acento, así es como hablo. Así que “let’s embrace it!”, que dicen los anglosajones.

Eres de Vic, una ciudad con una tradición musical enorme. Desde Pep Sala (Sau) o Quimi Portet (El Último dela Fila) a Ernest Crusats, pasando por Txarango, Joana Serrat, Power Burkas, Els Catarres…
Es algo verdaderamente curioso porque hay sitios mucho más grandes en los que no se genera esta comunidad. Yo empecé muy joven y tuve la suerte de sentirme arropada por esta comunidad de músicos. Estaba la Jazz Cava de Vic, que es la sala donde empecé a tocar, y esto es algo mágico, que haya un sitio donde la gente se encuentra. Está también el Mercat de la Música Viva. Hay mucha tradición. También ocurre en La Bisbal d’Empordà, que quizá por ser tan pequeño tiene tantísima tradición musical. Hay algo divertido y mágico en esto, en que nos encontremos además todos en nuestra población natal.
¿Con qué formato estás llevando el disco al directo?
Somos yo al piano, la guitarra y el bajo, Jordi Matas a la guitarra y el bajo, Malcus Codolà en la batería, Ana Godoy al arpa y Marcel·lí Baier al clarinete. Creo que hemos dado en el clavo.
Vas a actuar en recintos pequeños y en festivales como Primavera Sound o Vida Festival. ¿Tienes sensaciones distintas entre tocar en un recinto recogido o en uno muy grande?
Yo ya sabía que estaba haciendo un disco muy tranqui y que mucha gente se asustaría. Pero como llevo ya treinta conciertos desde septiembre de 2022 hasta ahora, en los que hemos tocado en distintos formatos y en sitios completamente diferentes, y nos hemos adaptado a todo… al final el hecho de que toques en un festival no quiere decir que tengas que hacer música bailable todo el rato, sino que hay varios slots para varios estilos de música, y para eso están. De hecho, el año pasado fui a ver a Arooj Aftab, que es una música que me ha influido un montón también, en un formato de festival solo con un contrabajo, un arpa y su voz, y al final te das cuenta de que la propuesta musical y las canciones están por encima del estilo. Claro que habrá gente que no va a entrar en según qué propuestas, que pueden ser aburridas para alguien, y lo puedo entender. Pero no es algo que me preocupe mucho. Porque estoy muy contenta con esta formación, y es muy adaptable.
Foto de portada: Ingride Ferrer.