
Lindsey Jordan demuestra su enorme crecimiento artístico con un segundo disco de rock alternativo maduro y abierto a sonoridades que le eran ajenas.
Cada vez que hablamos de músicos de la generación Z, aquellos que tienen ahora entre 15 y 25 años, solemos focalizar la atención en quienes hacen trap, r’n’b , reggaeton, bedroom pop o nuevos sonidos urbanos de cualquier cuño imaginable. Olvidamos con frecuencia que son cientos, seguramente miles, los postmillennials que dedican el mejor de sus empeños a componer y grabar canciones de pop, de rock y de cualquier otro estilo perfectamente homologable a aquellos que primaban antes de que internet diera la vuelta a nuestras vidas y nos convenciéramos de que al siglo XX ya toca darlo por muerto y enterrado.
Uno de esos nombres, en su facción más deudora del rock independiente y alternativo de los años noventa, es Snail Mail. El vehículo creativo de la norteamericana Lindsay Jordan, de 22 años. Forma parte de una constelación de figuras muy jóvenes que está reescribiendo, con acento inequívocamente femenino y una perspectiva muy vigente, los preceptos de aquel rock que vaticinaba un cambio de paradigma industrial, tras el boom de Nirvana, que no llegó a prosperar. O que a menos no lo hizo como muchos, ingenuamente, esperaban. Ningún drama. La historia del género es una sucesión de revoluciones inconclusas.
Pero da gusto comprobar cómo tanto ella como Caroline Rose, Jay Som, Stella Donnely, Waxahatchee, Lucy Dacus, Julien Baker o Soccer Mommy, por solo citar algunas, se han dejado empapar de la sombra razonable de Liz Phair, pionera en esa visión feminista de un rock alternativo bastante más transversal que el de las riot grrrl (no hay más que ver lo que hizo luego) como solo un punto más de partida para carreras que crecen a pasos agigantados.
“Cuando hablamos de músicos de la generación Z solemos focalizar la atención en trap, r’n’b, reggaeton o bedroom pop, olvidando que hay seguramente miles de postmillennials que se dedican al pop, al rock o a cualquier otro estilo de los que primaban antes de que internet diera la vuelta a nuestras vidas”.
El de Snail Mail en su segundo disco, Valentine (Matador/Popstock!, 2021), lo es. Un enorme salto en una carrera que ya prometía. Reconozco que, tras la reconfortante sorpresa de su primer disco, aquel prometedorLush (Matador/Popstock, 2018) de enfoque confesional, vulnerable y mayoritariamente lacerante y conmovedor, su paso por el Primavera Sound 2019 me dejó frío como un témpano. Me di de bruces con una intérprete algo anémica, verde, quizá condicionada por el gentío. Quién sabe. Me dio la sensación de que a su directo le faltaba un buen hervor.
Pero lo de sus diez nuevas canciones es otra cosa. Se aprecia ya desde la distinta expresión que transmite en sus portadas. Por madurez, por amplitud de miras, por absorción de nuevos estilos y por la forma en la que demuestra que, poco a poco, se va curando las heridas de esos batacazos sentimentales que a los veintipocos años nos parecen hecatombes nucleares. Y el paisaje que queda tras su particular devastación personal es bien hermoso. Porque todo pasa, hasta el dolor por una vida que parecía inimaginable sin ESA persona. Pero lo que quedan son las buenas (brillantes) canciones. Eso no hay quien lo borre.

Hermoso es el panorama que nos deja el tema titular (el segundo de nuestra playlist del mes), una letanía subyugante que explota a la altura de su estribillo en un enjambre de guitarras encrespadas muy a lo noventas, un patrón que se emula con igual fortuna en “Glory”. O el (visco) elástico vaivén hip hop que sirve como colchón instrumental para que “Ben Franklin” seduzca desde su primer mordisco. O la estructura mutante, dinámica, imprevisible, de “Madonna”. O el modo en que en “Forever (Sailing)” hace que nos acordemos de Sheryl Crow sin pensar en ramplonas radiofórmulas. La producción de Brad Cook (Hurray For The Riff Raff, Bon Iver, Kevin Morby) también ha debido pesar lo suyo.
Hay quienes, desde algunos medios, echan de menos la hiriente intimidad de desazón post adolescente que brotaba de los cortes de Lush (2018). Sinceramente, yo no lo veo así. No creo que se haya evaporado, aunque su música tenga una hechura más comercial. Porque si atendemos a medios tiempos como “Headlock”, baladas acústicas como “Light Blue”, muestras de introspección en carne viva como “c.et al.” o ese primoroso cierre que es la también muy desnuda (aunque con unos arreglos de cuerda imperiales) “Mia”, oigo a la misma joven frágil, honesta y de voz emocionantemente quebradiza de su debut. Más hecha y con un futuro por delante aún más ilusionante.