
Poesía, canción tradicional y pálpito digital se citan en el fascinante álbum debut “Niño reptil” de la cantante valenciana Sandra Monfort.
Empezamos con dos certezas que nadie puede rebatir: en primer lugar, que la recuperación del legado musical de todas las tierras de España, de norte a sur y de este a oeste, está viviendo una fase de esplendor desde una revisión que actualiza su herencia con texturas electrónicas, y en segundo lugar, que el papel de la mujer es absolutamente protagonista en esa forma de ver la música.
La prueba más reciente, y no será la última en este año que tan buenos discos nos está dejando desde esa óptica (Maria Arnal i Macel Bagés, Califato 3/4, Clara Peya o Los Hermanos Cubero, por solo mencionar unos cuantos), es la irrupción de una joven valenciana (28 años) que tampoco es precisamente una debutante. Se llama Sandra Monfort, nació en Pedreguer (La Marina Alta, a medio camino de València y Alicante) y formó parte de Xaluq y luego del trío Marala, junto a la balear Clara Fiol y la catalana Selma Bruna.
“Niño Reptil Ángel” es un disco que no tiene nada de ortodoxo, ni de académico, reverente o encorsetado. Abre un nuevo camino, otro más, a esa fusión de tradición y modernidad que tanto está marcando la mejor música estatal.
El año pasado editaron un disco, A trenc d’alba (U 98 Music, 2020), que tuvo la virtud de acumular nominaciones y premios en los Ovidi, los Carles Santos y los Enderrock, los principales reconocimientos en el ámbito de la música catalanoparlante. Y con todo merecimiento.
Sandra estudió en la ESMUC (Escuela Superior de Música de Catalunya), especializándose en guitarra clásica, pero el primer álbum que publica a su nombre no tiene nada de ortodoxo, ni de académico ni de reverente. No tiene nada de encorsetado. Por suerte. Vuela libre. Sin miedo al vacío.
Voces filtradas, guitarras acústicas, melodías que rezuman olor a folk ancestral, pespuntes digitales, textos de aliento poético y un notable interés por transmitir el pálpito de la naturaleza – Sandra lleva tres años viviendo de nuevo en su pueblo, tras una década formándose en Barcelona – son las claves principales que se combinan en este Niño Reptil Ángel (Hidden Track, 2021), uno de los trabajos más singulares e intrigantes de la cosecha estatal en lo que llevamos de año.
Canciones como “Ramo verde”, “Solar”, “La llebre”, “Resina” o “Nana del aceitunero” son presas de un magnetismo especial, de ese que fluye de forma natural, ni se adquiere ni se compra.
En su corta media hora hay sensibilidad, delicadeza, ingenio, perspicacia melódica, valor para servirse de un acervo al que se le abren perspectivas de futuro y, sobre todo, mucho talento. Y es de suponer que esto tan solo sea el principio. Que lo mejor esté por venir.