La joven norteamericana es una de las artistas más singulares y exitosas de los últimos tiempos. Te contamos por qué.
Billie Eilish O’Connell(Los Ángeles, EE.UU., 2001) tenía solo trece años cuando una de sus primera canciones, «Ocean Eyes», se convirtió en un fenómeno viral tras publicarse en SoundCloud en 2015 y en Youtube a través de su videoclip en 2016. Luego llegó su primer disco, el EP Don’t Smile At Me (2017), con la producción de su hermano Finneas O’Connell, quien la ha acompañado desde entonces en cada una de sus entregas discográficas y directos, y ese fue el primer paso para convertirse inopinadamente en una estrella de la noche a la mañana, en tiempo récord y sin necesidad de grandes campañas de marketing.
Sus inicios en el mundo de la música
Nacida en una familia con estrechos vínculos artísticos (su madre es actriz y su padre, músico), Billie Eilish gozó de una temprana educación musical, aprendiendo a tocar el piano y el ukelele y dando clases de canto y de técnica musical. De ascendencia escocesa e irlandesa, y aquejada desde muy joven del síndrome de Tourette, el de Billie Eilish es un estrellato de nuevo cuño, absolutamente ligado a tiempos tan inciertos, borrosos e inestables como los que vivimos. Aupada por la viralidad en internet, su imagen es lo opuesto a la hipersexualización de la vasta saga de émulas contemporáneas de Madonna.
«Aupada por la viralidad en internet, su imagen es lo opuesto a la hipersexualización de la vasta saga de émulas contemporáneas de Madonna».
Ella es más proclive a visibilizar sus demonios personales, sus obsesiones e inseguridades con la cándida transparencia de quien acaba de dejar atrás la adolescencia, impresionando al oyente mediante pequeños hitos en forma de canciones que, al menos hasta ahora, tienen mucho más que ver con la implosión que con la explosión. Hubiera sido difícil imaginarla en 2011. O en 2001. O en 1991. Es un producto genuino de finales de la segunda década del siglo XXI, sin que ello implique que no tiene capacidad de regeneración.
El éxito de su primer álbum
Todo aquello quedó plasmado en When We All Fall Asleep, Where Do We Go? (Darkroom/Interscope, 2019), un primer álbum que generó una enorme onda expansiva. Pasó de ser una perfecta desconocida a lograr que su concierto del Poble Espanyol de Barcelona de aquel año tuviera que trasladarse al Palau Sant Jordi para satisfacer la demanda de entradas, y que el Wizink Center madrileño doblase su aforo para hacer lo propio. En cuestión de unos meses. Se convirtió en un fenómeno, y se desarrollaba al margen de cualquier augurio mediático o de cualquier predicción de mercado.
El disco, que contaba con canciones como «Bad Guy», «Bury a Friend», «When The Party Is Over», «Wish You Were Gay» o «You Should See Me In a Crown», ganó el Grammy a mejor álbum del año y mejor álbum vocal de pop, y vendió más de 300.000 copias solo en su primera semana, hasta convertirse en uno de los trabajos más alabados por la crítica durante aquel año. La culpa la tuvo un sonido minimalista, oscuro pero muy seductor, a medio camino entre la electrónica de bajo presupuesto y el pop.
La confirmación de Happier Than Ever
La carga que suponen las expectativas ajenas, la llaga que puede supurar el hecho de saberse espejo de miles de jóvenes psiques atenazadas por sus trastornos psíquicos particulares o el hartazgo ante las construcciones mentales (esencialmente masculinas) que proyectan una previsible imagen de la celebridad pop femenina podrían haber sido para ella tres factores paralizantes. Pero no. Nada más lejos de la realidad. Ni rastro de miedo al vacío. Todo eso lo probó su espléndido segundo trabajo.
«Su segundo disco no solo ratificó muchas de las virtudes que hicieron de Billie Eilish la estrella más singular de la galaxia pop: también amplió el foco al que se encaminan sus potencialidades».
Happier Than Ever (Darkroom/Interscope Records, 2021) no solo ratificó muchas de las virtudes que hicieron de Billie Eilish la estrella más singular de la galaxia pop: también amplió el foco al que se encaminan sus potencialidades, recogiendo un mosaico mucho más diverso aún de sus capacidades y permitiéndose el lujo de no tener que delegar en muchos de los trucos de su debut. Ahí estaba de nuevo el fabuloso trabajo de producción de su hermano Finneas, pero las herramientas de seducción no eran exactamente las mismas.

Ya no primaban los subgraves sísmicos de su debut, ni tampoco aquellos susurros tan cavernosos que, como telerañas, ensombrecían cada esquina de aquel disco, tan aparentemente claustrofóbico. La californiana dotó a su característico minimalismo sonoro de una sensualidad y unas gotas de clasicismo (que no mimética regresión) que ampliaban su gama de tonalidades, como si se tratara de una transición entre el blanco y negro o los tonos ocres de su debut a algo parecido al cinemascope.
Todo eso se concretaba en el pulso de Billie Holiday en “Lost Cause” o el de Julie London o Peggy Lee en “Haley’s Comet”. También en la dulce cadencia de “Billie Bossa Nova” o en la luminosidad de una “my future” que empieza como una balada y deviene en medio tiempo casi de yacht rock. Es un disco con el que Billie Eilish muestras de nuevo sus fortalezas y sus vulnerabilidades, sus heridas de guerra y sus justificados reproches, pero ahora logrando que su repertorio se empape de luz, esperanza y vitalidad.
Vendió cerca de 250.000 copias en todo el mundo, a las que hay que sumar los millones de reproducciones en plataformas de streaming. Y como su primer disco, también gozó de una gira de presentación en directo. Probó, en resumen, que Billie Eilish no era flor de un día. Y que su crecimiento creativo era un hecho, consolidado en muy poco tiempo.
Las influencias de Billie Eilish
Aunque su estilo es ciertamente inimitable y ha dado con un sello propio desde muy pronto, Billie Eilish ha citado en más de una ocasión como influencias a músicos de hip hop como Tyler, The Creator o Childish Gambino, y a mujeres como Avril Lavigne, Lorde, Rihanna, Amy Winehouse o Lana Del Rey.
Si por algo se ha significado también en los últimos tiempos es por defender su derecho a lucir la imagen pública que le plaza, sin necesidad de ceñirse a los cánones heteronormativos desde los cuales tantas críticas ha recibido en las redes sociales. Tanto en lo musical como en los estrictamente ético, Billie Eilish demuestra ser una estrella plenamente autónoma, de personalidad acusada.