Bendecido por David Bowie, el quinteto canadiense es la más importante banda de rock de estadios nacida ya en el siglo XXI.
Junto con The Killers, y en menor medida Arctic Monkeys, los canadienses Arcade Fire son a buen seguro la banda de rock con mayor poder de convocatoria de entre las que han nacido en pleno siglo XXI (porque Muse, Coldplay o Kings Of Leon ya existían a finales de los noventa). Son uno de los principales reclamos del rock alternativo de las últimas dos décadas, y su presencia en cualquier gran festival es sinónimo de venta de abonos, así como sus fechas en pabellones deportivos y estadios en cada una de sus giras.
Siempre se han caracterizado por ser grandilocuentes, ambiciosos, entregados y con ese punto épico que hace que muchas de sus canciones sean perfectas para ser coreadas por multitudes de fans al unísono. El núcleo del grupo, formado en Montreal en 2001, lo integran los músicos Win Butler y Régine Chassagne, quienes también son matrimonio. A ellos se fueron sumando una nómina de instrumentistas entre quienes han destacado Will Butler (hermano de Win), Tim Kingsbury o Richard Parry.
Éxito por la vía rápida
Convencieron muy pronto a la prensa y al público con un debut fastuoso: Funeral (2004) fue su primer gran golpe de autoridad, un trabajo exultante que les reportó una popularidad súbita, en un momento en el que medios digitales como Pitchfork emergían como valores de referencia y con las ventas de discos físicos ya enfilando un sostenido declive. Fue la época en la que la revista Time les calificaba como la banda más famosa de la historia de Canadá, mientras David Bowie se deshacía en elogios hacia ellos y U2 escogían su “Wake Up” como sintonía de apertura de su gira de 2006.
La buena racha creativa de Arcade Fire continuó con Neon Bible (2007), grabado en la solemnidad de una iglesia que fue reconvertida en un improvisado estudio, y reforzado por unos espectaculares directos. Y se prolongó con el doble The Suburbs (2010), en el que abrieron su música a otras influencias y mayor diversidad de estilos, con algunos guiños a su venerado Neil Young.

Fieles a su estilo, poco comedido y casi siempre reivindicándose como una de esas bandas que solo saben hacer las cosas a lo grande, publicaron tres años más tarde el desbordante Reflektor (2013), un trabajo con importante influencia de la música electrónica, en cuya producción participó James Murphy (LCD Soundsystem), y en el que se reflejó también su particular forma de filtrar la música de Haití que Régine Chassagne, natural de aquel país centroamericano, escuchaba en su infancia. Un documental, The Reflektor Tapes (Kahlil Joseph), que fue estrenado en los festivales de cine de Sundance y Toronto, lo complementó.
Madurez dudosa, directo a prueba de bombas
Sus siguientes pasos, no obstante, fueron menos inspirados. Everything Now (2017) profundizó en los ritmos bailables de su anterior disco pero con mayor ligereza, como si quisieran perpetuar el éxito por la vía más fácil. Mejoró algo el tono con el desigual WE (2022), un disco de canciones largas, algunas pensadas como suites, al modo de las óperas rock, inspirado en la idea de fraternidad universal que derivó de los tiempos de pandemia por el Covid-19 y los confinamientos, y que fue presentado en conciertos multitudinarios a lo largo del año de su edición, y cuya asistencia no se vio afectada por las acusaciones de conducta sexual inapropiada que arreciaron a lo largo del año sobre Win Butler por parte de cuatro mujeres, presuntamente ocurridos entre 2016 y 2020. Pese a los atlibajos, siguen siendo una franquicia fiable.