Muchas de las canciones de McEnroe son lo que son gracias a Miren, de Tulsa, la mejor escritora de canciones de este país.
Conocí a Miren a comienzos de siglo, y aunque dicho así suena al comienzo de El Mundo de Ayer (1942) de Zweig, lo cierto es que me parece que fue ayer. Hace unos días, después de esta entrevista, me escribió para decirme que venía a Getxo y que me quería ver. Nos vimos, tomamos unas cervezas y después le hice un pequeño tour por las calles del pueblo, las mismas que ella recorría en aquellos tiempos, antes de instalarse en un Madrid que se convirtió en su cuartel general.
Conduje despacio por el Molino de la Galea, por los aledaños de la playa de Arrigunaga, por las entradas de Azkorri mientras ella miraba en silencio por la ventanilla con la expresión de quien ve cómo se convierten en realidad las imágenes de su memoria. Nos hicimos unas fotos en la puerta del viejo caserío en el que hace veinte años ella tambien ensayaba y nosotros lo seguimos haciendo.
En la plaza de Satistegui le dejé tomando más cervezas con varios de los clásicos que también compartieron etapa y aún siguen siendo amigos resistentes a la distancia. Gurru, quien fuese batería de Electrobikinis, el grupo en el que Miren dio sus primeros pasos fuertes, Nacho Beltrán, el fantástico batería que le acompañó en Tulsa, y Alfredo Niharra, fiel y talentoso acompañante en sus aventuras.
“Nuestra amistad tambien resiste a las distancias, las físicas y las emocionales”.
Siempre es bonito compartir tiempo con ella. Yo también vuelvo a aquellos tiempos de ilusión intacta, de una inocencia que parecía eterna, de los primeros versos, las primeras canciones y sueños. Nuestra amistad tambien resiste a las distancias, las físicas y las emocionales. Ahora, frente a frente vía zoom, hablamos como si estuviésemos sentados en una terraza de un Madrid que a mí me derriba y que ella ha conseguido domesticar.
Miren Iza. Te veo muy Jesus Quintero (risas). Es la primera perla que me suelta.
Ricardo Lezón. Será por lo viejo —contesto. Como siempre que hablamos, comenzamos haciéndolo de lo último que hemos escuchado el uno del otro. Se acaba de publicar el disco homenaje a Rafael Berrio, en el que Miren interpreta la canción “Amanece”, quizás la que más me emociona del cancionero de Rafael.
MI. Es cosa de Raúl Bernal, la canción la elegí yo, pero la producción y la base musical la hizo él. Yo solo la canté. Es una canción muy emocionante, que si te pilla con el día torcido es complicada, es como la realidad máxima.
RL. Amanece, ¿para que?, se pregunta Berrio. Es una pregunta máxima que no se oye muchas veces, ¿no?
MI. Jajaja, Va a ser así la entrevista, ¿no?. Una charla de filosofía, de altura ¿no? —Segunda perla. Nos reímos. Tiene una risa contagiosa. Estoy en una etapa en la que me cuesta un poco hablar. Es como que todo lo que puedo decir yo es una soberana tontería. Es muy tentador callarse para siempre, por eso hay que tener un cierto delirio de seguridad. Es muy cómodo por un lado, quizás algo cobarde, pero muy cómodo. Sería bonito saber decir lo justo en la vida. Es como cuando acabas un disco en el que te explayas y cuando terminas tienes miedo a no tener más que decir. Es un equilibrio complicado.

RL. Me cuesta imaginarte siendo callada, no porque hables mucho, sino porque te dedicas a hacer discos que tienen mucho de ganas de decir algo. Yo en lo personal cada vez hablo menos, o mejor dicho, hablo de menos cosas, supongo que tiene que ver con la edad.
MI. No te creo. Bueno, quizás estas haciendo una especie de retirada o buscas más economía en las palabras. Cuando las zonas nuevas ya no te interpelan mucho, lo que no se puede hacer es cerrar el grifo y quedarte fuera del mundo. Me da pereza cuando la gente se queda en las cosas de siempre, cuando dicen eso de aquí me quedo con mis discos preferidos, que son los de los sesenta.
Me parece triste cuando se jactan de ello. Pasa a veces, y tiene que ver con la edad, que es como ya está, ya he visto lo que tenía que ver, me aferro a lo que viví de joven porque esto me da un refugio, un calor eterno y todo lo que se hace ahora es una mierda, se juzga desde ahí, desde lo que no se entiende y todo es malo. Todo eso me escandaliza un poco. Voy a ponerme moderna e intento apuntarme al carro, jajaja.
“Me da pereza cuando la gente se queda en las cosas de siempre, cuando dicen eso de aquí me quedo con mis discos preferidos, que son los de los sesenta”.
RL. Siempre me has reñido por eso, pero no es lo que me pasa: no es que deje de ir a zonas nuevas, sino que muchas de las cosas que abandono son viejas. Digo que ya no voy a volver ahí porque ya se ha acabado, y no hay rastro de ese calor eterno.
MI. Centrándome en la música, te diré que me atrae mucho lo que mezcla las dos cosas. Yo escucho a Angel Olsen cantando sobre cosas actuales, sobre el mundo de ahora pero con un background muy clásico, y es lo que más me gusta”.
En eso coincidimos. De hecho, la última vez que nos vimos en Madrid fue en un concierto de Angel Olsen. Hablamos de música, pero podemos extrapolarlo a la vida real. Con la edad esquivamos lugares, sean viejos o nuevos, indistintamente, tenemos la sensación de estar aprendiendo hacia dónde ir, aunque no sea verdad.
Hace unos meses, Miren me llamó para cantar con ella en su visita a Bilbao. Quería que cantara “Matxitxako”, la canción que abre su disco Espera la Pálida (2010). No pude porque tenía un compromiso en Madrid. Me dio mucha pena, porque que Miren me pida cantar con ella es algo que me hace muchísima ilusión, y además “Martxitxako” es una canción que me llega mucho. Ver cómo la carrera musical de Miren se iba convirtiendo en la más interesante de las que hay en este país me ha producido siempre una alegría especial.

Hay un sentimiento por mi parte de camino paralelo, no en la altura, sino en el caminar, que es mucho más bonito. Gracias a ella, McEnroe acabó en Subterfuge. Ha hecho más grandes muchas de nuestras canciones, y yo le he acompañado con una emoción natural cada vez que me ha necesitado. Además de la amistad, existe una admiración sincera por sus canciones y lo que buscan. He dedicado la mañana a repasar sus discos y, como siempre que lo hago, he descubierto cosas nuevas.
Por ejemplo, la sensación de puerta que se cierra para abrir otra que desprende Ignonauta (2010).
RL. ¿Qué pasa?
MI. ¿Qué pasa en mi vida?
RL. No, musicalmente.
MI. Bueno, entra Abel Hernández. Yo buscaba una mutación, quería salir del sonido de siempre, el de bajo, guitarra y batería. No me acuerdo por qué me quería ir, solo que era una necesidad absoluta, y luego eso de la necesidad lo he ido persiguiendo cada vez , es como “vamos a ver qué necesito hacer o decir, porque si no lo encuentro, no va a haber disco”.
Ahí era una época de súper transición vital, yo estaba en Nueva York, aunque lo grabé en España, y es cuando muchas cosas se me vinieron abajo y tuve que reconstruirme en cierta manera, al menos buscar la ilusión de que puedes ser alguien diferente a quien has sido o hacer las cosas de forma diferente a como las has hecho. Entonces, en todo ese cambio es muy evidente que musicalmente era mas fácil hacerlo, convertirlo en la representación de lo que necesitas que ocurra internamente o en la esperanza de que tenga un reflejo en lo personal.
“Ahora pienso más en qué quiero hablar que en de qué necesito hablar”.
RL. Lo personal y lo musical ya se adivina inseparable en todo lo que grabas, pero es bonito escuchar la historia de cómo puedes hacerlo en la práctica: es como el reverso del eterno exorcismo del que se habla a la hora de buscar un sentido a escribir canciones, aquí buscas la esperanza.
MI. En los primeros discos, lo personal lo dominaba todo, lo musical era casi un accidente, ocurría casi sin mi intervención, pero a partir de Ignonauta (2010) y de La Calma Chicha (2015), voy siendo mucho más consciente y voy utilizando más el oficio, voy poniéndome retos, haciéndolo lúdico, pero viendo qué me apetece hacer.
Pienso más en qué quiero hablar que en de qué necesito hablar. Cada movimiento pasó a ser algo mucho más consciente, hacia las canciones, y después venía una parte de artesanía, de vestirlas conscientemente y con tiempo, con un envoltorio muy racional, con decisiones, nada accidental mas allá del misterio de las canciones.
RL. ¿Y en lo lírico? —La lírica de Miren, ese mundo tan personal que se forma y forma en sus canciones, esa firma inconfundible sobrevive, en mi opinión, a esa reconstrucción, amplía los lugares y sensaciones que describe sin cambiar el mismo idioma inquieto, curioso y feroz de sus inicios.
MI. Yo siento que sí hay un cambio. Paso de ser la protagonista a ser la narradora, y a pesar de utilizar la primera persona, estoy más distanciada. Eso me permite jugar más, cuando quiero tener más potencia emocional me meto más, porque lo estoy sintiendo más, al fin y al cabo todo esto tiene que ver con lo que está pasando en tu vida, pero también puedes dar un paso hacia atrás y meter el humor o giros hacia otros conceptos o personajes. Puedo jugar mas.
RL. ¿Y la poesía? ¿Está? ¿Importa? ¿Permanece?
MI. La poesía me parece el arte supremo. Tengo a quienes escriben poesía muy idealizados. Yo lo he intentado y no lo he conseguido, más allá de la coartada de la canción. La canción te acota y facilita, el numero de sílabas, etcétera.
RL. Yo creo que la frontera no existe, todo nace de un papel en blanco. “Autorretrato” me parece un poema precioso y preciso, encuentro la poesía en muchas de tus canciones, no solo en las palabras, sino en la intención.
MI. Pero igual sería incapaz de haberlo escrito si no hubiese sido para una canción. La poesía me parece algo de alto riesgo.
RL. ¿Y las canciones no? — Reímos. Discutimos sobre el Nobel de Dylan.
MI. La música se sirve de la literatura pero no es literatura. Contiene literatura, se sirve de ella pero no necesita sentirse literatura. En cuanto metes la música, todo cambia. De hecho, la poesía hace lo mismo con la música, busca la musicalidad. Creo que el Nobel se sirvió de la situación de Dylan. Me cuesta ver la música como poesía y la poesía como música.
Me bajo del caballo, pero no sin antes repetir que “Autorretrato” es un poema, aunque ella no quiera. Poesía involuntaria, un nuevo género.
MI. Casi todos los autorretratos son falsos, jajaja. Lo digo para curarme en salud. He de decir que la palabra “casi” es maravillosa. Puedes decir cualquier cosa si lo acompañas de “casi”. Como “sorry”.
RL. Sí, son como palabras flotador, lo dejan todo en suspenso.
Hablar de autorretratos me lleva a hablar de recuerdos, en realidad son conceptos muy cercanos, uno está hecho de recuerdos en gran parte, también de deseos y sobre todo de hechos, pero ¿los recuerdos tambien son falsos?
MI. Eso dicen, y esa idea me producía antes mucha angustia, gusta mucho decir que la memoria es un ejercicio de ficción, y eso me crea mucha angustia. El pasado es el pasado, es como si discutes con tu madre de un pequeño trauma de la infancia y tu madre te lo niega, que haces?
RL. Perder, jajaja.
MI. Sí, siempre pierdes. No hay manera de que venga un juez de la historia y dictamine que es como Miren dice. Es muy curioso lo de los recuerdos, y ahora me viene, por ejemplo, que en el confinamiento tomaron una importancia aun mayor ¿no? A falta de estímulos externos, ha habido mucha revisión, mucho apoyo en ellos.
“La música se sirve de la literatura pero no es literatura. Contiene literatura, pero no necesita sentirse literatura”.
Hablamos del confinamiento, un tiempo nebuloso que parece lejano, pero que cada vez que se aleja más, va cobrando mayor importancia. Tanto tiempo aislados era algo impensable y extraño, muchas cosas cambiaron, de algunas ni siquiera nos hemos dado cuenta aún.
MI. Creo que aún es pronto para ver cómo nos ha afectado todo esto. Aún estamos en un periodo de negación, como de que no ha pasado nada pero lo que ha pasado es algo muy grande, muy gordo. A mí me llevó a una revisión muy fuerte y obsesiva de mi vida, y he de decir que pensaba, “bueno, si me muero ahora, la verdad es que he vivido mucho”. Tambien lo pienso cuando me monto en un avión, y eso que no me da miedo volar.
RL. Pues yo, que sí tengo, nunca pienso eso, pienso que aún me quedan muchas cosas por vivir, muchas inocencias que perder. Pensar eso ayuda mucho a seguir adelante, ¿no? He perdido la inocencia ochenta mil veces, y lo bonito es creer que aún me quedan muchas que perder.
MI. Totalmente, de hecho, cuando he sentido que no tenía una inocencia renovada que perder, es cuando más me he asustado de ver en mí mucha amargura: la amargura no es tristeza, de hecho, la amargura envidia a la tristeza porque la amargura es un terreno yermo, un estado desértico, pero es muy bonito cómo se renueva. Cuando pienso en la inmortalidad, pienso que la vida no deja de sorprender, y que aunque pases por los mismos sitios, siempre lo haces siendo alguien diferente y encuentras nuevos matices muy interesantes, lecturas diferentes. Es muy bonito lo que has dicho porque la inocencia es infinita.
RL. Lo debe ser. Siempre conlleva decepción el perder la inocencia, pero la supera comprobar que nunca se pierde del todo.
MI. Yo no hago canciones para conocerme, para eso esta la terapia (risas). Yo hago canciones para ser feliz y por una razón muy hedonista, porque es un lugar donde estoy bien y me concreta. No siento que hacer canciones me haya ayudado en mi crecimiento personal, en realidad me crea más interrogantes.
RL. Bueno, quizás encontrar nuevos interrogantes sea crecer de alguna manera. Yo sí encuentro cierta terapia en hacer canciones, cierto descanso que busco cuando necesito. Seguimos charlando de música, de la sempiterna cuestión de escuchar lo ya grabado, de las sensaciones que hace revisar lo inamovible, el disco es inamovible, ya no se puede cambiar.
MI. Yo jamás los escucho, solo me ha pasado con el último, Ese Éxtasis (2021). Es el primer disco del que siento satisfacción total. Creo que mucho es porque la grabación fue muy feliz, no hubo la casi habitual desnaturalizacion que ocurre con las grabaciones, esa pérdida de esencia de la canción original, con este disco no sucedió, fue muy feliz y eso lo revivo al escucharlo.

“Feliz” es una palabra muy bonita, y que cuando se habla de Tulsa o de McEnroe no suele aparecer, esa constante compañía de la definición de música triste acaba por resbalar, pero en los comienzos sí es algo que puede pesar, y que de hecho pesa.
MI. Me da rabia que alguien me hable de ello si sé que es alguien que lo ha escuchado con atención y me dice algo constructivo pero doloroso. Sí siento un cierto encasillamiento, pero lo vivo como algo natural, todo ese rollo de cortavenas lo vivo con tranquilidad, ¿te parece cortavenas? Genial, un abrazo. Me entristecía más cuando estaba triste, eso era antes. Ahora me permito hacer una canción triste o un disco y ya no me entristece que me lo digan, porque eso no depende solo de quien te lo dice, sino de dónde estes tú.
Mientras se cuelan los ladridos de Gorri por la ventana, discutimos sobre el éxito y el no éxito, sobre aquella vez que tocó en Nashville y los americanos no dejaron ni un dólar en el sombrero, sobre los bombos a negras y los festivales, sobre C. Tangana y sobre lo divino y lo humano. Miren es una gran discutidora, un peso pesado ágil y certero. Y yo, que tengo menos reflejos que un espejo de corcho, soy fácil presa. Pero siempre es bonito hablar con ella, siempre abre nuevas ventanas y en sus argumentos la razón y las vísceras conviven en armonía.
MI. No creo que la felicidad sea solo la ausencia de infelicidad. La ausencia de infelicidad puede ser la amargura, el hartazgo o el atascamiento. Me interesa mucho la gente que ha caminado por el barro, la que ha sufrido y ha sido infeliz. No cambiaría mis momentos de puñal en el pecho, creo que te cargan de una hondura y una compasión que es muy importante para ir por la vida.
“La palabra “feliz” no suele aparecer cuando se habla de Tulsa o de McEnroe, esa constante compañía de la definición de musica triste acaba por resbalar, pero en los comienzos sí es algo que puede pesar, y que de hecho pesa”.
Miren se despide agitando la mano. Su imagen se desvanece y la pantalla es ocupada por un azul intenso. Pienso en lo que hemos hablado de los recuerdos, si son verdaderos o falsos, si un juez del tiempo debería aparecer para dictaminarlo. Los que tengo con ella creo que son compartidos, y que el juez podría quedarse en su casa o jugando al golf mientras se fuma un puro. La primera canción que grabamos juntos se llama “Las Peores Mitades”, la hicimos en el salon de Txomin con un cuatro pistas desconchado. Ella estaba nerviosa y se refugió en la cocina, pálida y agobiada.
La mejor escritora de canciones de este país grabó con voz temblorosa pero decidida una canción que había escrito yo. No daba crédito. Después vinieron más. “Otras Vidas”, “La Noche de San Juan”, “Tú Nunca Morirás” y algunas que seguro que me olvido. En la historia de McEnroe ocupa un lugar muy importante: gracias a ella entramos en Subterfuge, gracias a Tulsa tocamos por primera vez en la Sala El Sol, gracias a ella muchas de nuestras canciones son lo que son.
En lo personal, es más importante aún. Me ayudó en un momento en el que necesitaba ayuda. Lo hizo sin dudar, de corazón, y eso no lo olvidaré nunca. Doy de nuevo al play y vuelve a sonar “Amanece”, de Rafael Berrio, en la voz de Miren. Amanece, amanece, amanece. ¿Para qué?