La conversación con Jorge, vocalista de La Habitación Roja, fluye con sencillez, son cuatro horas de conversación -esta es la primera parte- sin comida delante, a miles de kilómetros de distancia, que sirven para confirmar lo que ya intuía.
Hay una edad en la que la nostalgia deja de ser una visita que, invitada o no, se presenta de vez en cuando y se toma una copa sentada en el orejero de tu salón o en el taburete de cualquier bar, y después se marcha a dormir a donde sea que duerma la nostalgia cuando no está. Ahora, porque es ahora esa edad, ya se instala en una de las habitaciones del lugar que habitas y no se marcha nunca. A veces se encierra y no hace demasiado ruido. Otras veces, sus pasos retumban por toda la casa. Yo escuchaba las canciones de Jorge cuando aún no tenía un grupo de música con el que poder tocar las mías, cuando en realidad aún ni siquiera sabía que tenía esas canciones dentro.
Subía la cuesta de Ereaga (Getxo) en mi Ford Fiesta amarillo escuchando «El hombre del espacio interior», «Ciudad dormitorio», «Eurovisión» y tantas otras encerradas en alguna cassette de aquellas que acababan enrolladas en el aparato de radio y que después, con mucho cuidado, debía volver colocar con la ayuda de un boli Bic. Quién me iba a decir a mí que tanto tiempo después íbamos a charlar a través de una pantalla de ordenador: él desde su habitación-refugio en su casa de Molde, en la Noruega profunda, desde donde la vista impresiona tanto.
«Esos picos nevados que se ven detrás tuyo son increíbles, ¿qué rayos es eso?», pregunto extasiado.
Jorge Martí: «Les llaman los Alpes de Romsdal. Si los cuentas, son 222 picos. Esta es una zona muy recóndita, para llegar hasta Oslo el viaje es tremendo, si no vas en avión: ferry, coche a través de carreteras sinuosas o tren, montañas y naturaleza salvaje… son casi siete horas, y desde allí es donde cojo los aviones que llevan a España, así que imagínate lo que es cada viaje. Es precioso vivir en un lugar así, pero tiene sus peajes. Molde es una ciudad muy pequeña en la que casi nunca pasa nada, apenas hay vida cultural y todo sigue un ritmo muy pausado. Antes vivíamos en Trondheim, que es una ciudad universitaria, tampoco muy grande pero con mucha más vida. A veces la echo de menos. Imagínate el contraste entre esta vida de silencio y sosiego y la que me encuentro cuando llego a España, que además es para viajar con el grupo, tocar en salas o en festivales en donde todo se acelera. Es un contraste enorme, que a veces descoloca».
Ricardo Lezón: Puedo acercarme, solo acercarme, a entenderlo cuando echo la vista atrás y recuerdo mi tiempo en Noviales, mi pequeña aldea soriana alejada de cualquier ruido. Pero al fin y al cabo regresaba a ella después de los conciertos. Muchas cosas quedaban intactas, pertenecían a los dos mundos, seguía hablando mi idioma, la cultura era la misma y no tenía que viajar durante miles de horas.
JM: «Aquí es todo muy distinto y la sensación de lejanía es tremenda, pero bueno, todo tiene su parte buena. A veces se me hace difícil estar aquí porque echo de menos el grupo, el sol y la comida, pero también cuando estoy allí y pienso en mi casa, mi perra, la nieve y los bosques. En fin, así es».
«Jorge es más joven que yo, solo un poco, pero también transita esta edad en la que la nostalgia y la melancolía son los síntomas mas presentes de un momento en el que, sin darte cuenta, te detienes a mirar alrededor de todo».
No solo la nostalgia camina por los pasillos, tambien la melancolía. Jorge es más joven que yo, solo un poco, pero también transita esta edad en la que la nostalgia y la melancolía son los síntomas mas presentes de un momento en el que, sin darte cuenta, te detienes a mirar alrededor de todo. Como en las cámaras de los móviles, pasamos de la opción foto, con su variable frontal o selfie, a la de panorámica. Todo se ve ahora desde un lugar diferente, como si hubiésemos coronado una pequeña colina desde la que aún se puede mirar arriba y ver tierra, pero desde la que ya se divisa y se mira todo de forma diferente.
JM: «Cuando voy a tocar, cuando grabo un disco, cuando escribo una canción, lo saboreo mucho más que antes. Tengo como una sensación de «esta puede ser la última gira, este puede ser el último concierto, este puede ser el último disco». Tengo una sensación como si la muerte estuviese rondando, aunque fuese de forma metafórica. Me han pasado de un par de sustos de salud importantes. Es un momento, una sensación extraña. Porque tengo la sensación de que estamos en un buen momento y por el otro lado creo que esto es azar y que en cualquier instante todo se viene abajo. Quiero vivir las cosas en el momento y fijarme en él… aquí la naturaleza es muy potente, cuando voy a dar un paseo, o a sacar a la perra, intento no dar por sentada la belleza del mundo, y fijar esos momentos en mi memoria».
RL: Me siento súper identificado con lo que estás diciendo. Tenemos edades parecidas y creo que estamos viviendo un momento en el que te vas desprendiendo de cosas. Creo que cuando empiezas a vivir empiezas ligero, te vas cargando de experiencias, de cosas, de problemas también, y luego empieza una bajada en la que te alejas de las cosas que no sirven. Y entonces te vas quedando con lo esencial, y allí es donde se encuentra la belleza, donde está lo realmente importante.
La conversación fluye con sencillez a pesar de que transcurra por aguas no poco profundas. Tal vez una de las cosas que vayamos dejando atrás sean las conversaciones más banales: que aparezca la muerte en una conversación era impensable hace unos años, o que la belleza esté tan presente como refugio definitivo.
JM: «Sí, hay mucha belleza en ese ir quitando. Y también todo es un estado de ánimo: un día te puede parecer una maravilla y el otro horrible, y los días pasan y son prácticamente iguales. Entonces, todo está en tu cabeza. Y yo creo que hay un componente de azar en la vida que hace que un día esté guay y el otro no. Es una sensación de que todo es temporal».
RL: Con esto que cuentas del azar, estoy de acuerdo contigo: todo es azar, pero también somos todos química, no ?
JM: «Sí. El otro día pensaba que hace poco se me cayó al agua el móvil que tenía y estaba súper triste porque había un montón de fotos de mis hijas, y conseguí rescatar la memoria, y en el ordenador me pasó lo mismo: de repente un día perdí todo, mogollón de archivos, y en ese momento sentí una zozobra grande y después pensé «uff, da igual». Y me gustaría que me pasara algo parecido con mi cerebro: un montón de cosas que no me dejan estar en paz, resetearlas. Estoy en ello, intentándolo cada día».
RL: Yo estoy aprendiendo mucho este año por cosas que me han pasado, y una de las cosas que me viene decirte con esto es que estoy intentando dejar de pelearme con cosas y también aprendiendo a permitirme cosas. Seguro que podemos ir intentando cosas, pero no hacerlo de forma forzada.
JM: «Yo tengo la sensación de que siempre estoy empezando».
RL: Hay cosas que somos y no nos damos cuenta que somos. El único espejo que tenemos son los actos.
JM: «Estas últimas semanas he hecho unas cuantas canciones, se las he mandado a los chicos y les han gustado, y me preguntaba: yo a veces sufro, ¿hará falta ser como soy para escribir canciones? ¿No podría vivir de otra forma? El otro día pensaba en la vida que ha tenido mi suegro, con su pequeño bosquecito, hacer la leña para el invierno, con su chimenea, su casa, su mono de trabajo, sus galletas con su café, y es una vida pequeña, y ahora noto que hay una parte de mí que se siente atraída por eso: yo quiero esa vida tranquila».
RL: Ellos han encontrado la armonía y la trascendencia en eso. Nosotros hacemos canciones porque es lo que sabemos hacer. Y es la forma que tenemos de sacar lo que tenemos dentro para fuera. Cada uno lo encuentra en su propio sitio y creo que no lo podemos forzar .
Es muy fácil hablar con Jorge. Ni busca ni encuentra filtros, simplemente porque no los tiene. Me gusta escucharle y me gusta contestarle.
«Creo que si tú y yo viviéramos en la misma ciudad, seríamos amigos», dice riéndose. Sé a lo que se refiere, y tambien estoy seguro de ello.
JM: «Hay gente que le busca sentido a su vida, y yo siento que es una suerte saber lo que quiero hacer con mi vida. Puedo estar diez horas metido aquí con la guitarra y de repente me vienen a buscar. Me dicen «¿no vas a comer nada? ¿no vienes?», y es como «ah, sí, vale». Ni cuenta me había dado del tiempo que había pasado. Y eso me parece maravilloso, pero por otro lado también echo de menos esa estabilidad de vida tranquila, lo que te contaba que veo en mi suegro».
«Muchas veces creemos que el lugar del otro es mejor que el propio, ya lo decía Pessoa en su famoso escrito olvidado en un tren».
Muchas veces creemos que el lugar del otro es mejor que el propio, ya lo decía Pessoa en su famoso escrito olvidado en un tren. Mientras conduzco hacia Lisboa desde Cascais, atravesando la noche, veo a lo lejos las luces de una casa en el campo y pienso en lo feliz que sería en aquel calor de hogar. Desde la casa, a través de la ventana, alguien ve las luces de un coche que viaja de Lisboa a Cascais y piensa en lo feliz que seria viajando en él.
RL: Le doy mucha importancia a la herencia: a lo que has recibido y a lo que vas a dejar. Yo ahora pienso mucho en lo que le voy a dejar a mis hijos. Hay una cosa que me gusta pensar: hace poco Maria Rodés me contó aquí mismo que cuando tenía una bajona se ponía un disco suyo, y se decía a sí misma, «yo he podido hacer este disco». ¿Tú qué opinas? A mí me hizo cambiar de idea respecto a no escuchar nunca lo que ya he hecho.
JM: «Me ha emocionado eso, no lo había pensado nunca de esa forma».
RL: Sí, es un ejercicio sano. Cuando no estemos, estarán los discos, ya has dejado algo. Y esa es nuestra forma de trascender, y eso ya no nos lo sacará nadie. Es como «yo quería hacer esto y lo he hecho». Todas las preguntas de después son normales, pero tienen que palidecer ante eso, no son tan importantes».
JM: «Muchas veces nos olvidamos de las cosas buenas que hemos hecho o que hemos aportado. Yo quisiera ser fiel y estar a la altura de mis valores, de mis creencias. Me cuesta mucho perdonarme mis errores. Yo no creo en Dios, pero la figura de Jesucristo, cuando la veo en las películas o en los libros, me apasiona. Poder ser una persona tan generosa y tan bondadosa, me atrae. Por eso he querido estudiar medicina, enfermería «.
RL: En contra del exagerado yoismo que creo que flota en estos tiempos y que da por sentadas cosas como que no puedes ayudar a nadie si tú no estás bien, a mí me parece que ayudar a alguien puede precisamente ayudarte a ti a estar bien.
JM: «Yo pienso en qué suerte sería tener fe. Tengo el recuerdo de tener ocho o nueve años y volver desde catequesis a casa de mis padres dando saltitos, como dan los niños cuando andan, y sentirme bueno, y ese gozo de sentirme buena persona. Con esto que piensan muchos del ego que tenemos los que nos dedicamos a la música, muchas veces me encuentro pensando ¿cómo me voy a creer ser algo especial? En Noruega he trabajado como enfermero, y viví mucho los contrastres entre ir a tocar y luego de repente venir aquí, estar trabajando por las noches en una residencia, en pleno invierno. Eso me ayuda, está claro».
Canción de amor definitiva (2022) es el titulo del libro en el que Jorge relata su vida. Lo publicó Plaza y Janés y lleva casi un año en la calle. Todos aquel que escribe un libro se desnuda. Unos más rápido, otros más despacio. Con más luz o con meno. Pero todos acaban enseñando algo. Escuchando hablar a Jorge sé que el desnudo en esas páginas será total, sin rodeos y sin atajos.
RL: Aún no lo he comenzado, podía haberlo leído para preparar esta charla pero no lo hice: no quería que todo versara sobre lo que ya está escrito, pero si hay cosas que me interesan del proceso de escribir tu vida. Respecto al libro, tras ese momento de quedarte en pelotas y entregarlo a todo el que quiera, de pasar por ese miedo, ¿Ha valido la pena ?
JM: «Sí, me ha hecho bien, Y también he sentido que tampoco pasa nada. Con la verdad y con la sinceridad y con la honestidad creo que se puede llegar mucho más lejos que haciendo trampas. Las circunstancias muchas veces nos obligan a tomar atajos, y si en el libro tú tomas la responsabilidad de ser tú mismo, eso llega. Y lo más bonito de contar la historia propia es que los demás se vean reflejados en esa historia, y reflexionen sobre sus propias experiencias, eso va a remover un montón de cosas. Estoy contento de haberlo hecho. Toda la fragilidad que conlleva repasar tu historia desde otro punto de la vida, desde la madurez».
RL: ¿Te has hecho amigo de ti mismo aunque no viváis en la misma ciudad?
Después de reírnos un rato responde a mi pregunta, medio Quintero, medio Bertín Osborne.
JM: «Sí, porque muchas veces pasan cosas y sigues y no te paras a reflexionar, pero al escribirlo te paras, sÍ o sí. Y fue bonito la gente que se ha acercado, que ha conectado, porque en definitiva es una historia de amor universal».
Hace unos años tuve la suerte de probar la famosa paella de la que Jorge está, con razón, tan orgulloso. Fue en La Rambleta, durante alguna de las muchas veces que he tenido la suerte de visitarla para tocar, o quizás fue aquella en que acudí de público (aunque la nostalgia y la melancolía tan presentes en esta edad sean hijas de la memoria, no quiere esto decir que esta mejore, sino que ellas ocupan mas espacio: las fechas desaparecen y dejan su espacio a los momentos, al menos en mi caso asi sucede cada vez mas a menudo).
De aquel dia recuerdo que fui feliz, como casi siempre que me rodeo de mis amigos valencianos, y de la imagen de Jorge protegido por un delantal blanco, cuchara de palo en mano, manejada como una batuta que ordenaba en círculos el arroz que hervía. Bebimos vino blanco y atacamos aquel arroz sublime bajo el sol valenciano, charlando y riendo como dos camaradas que navegan en paralelo por un mar que creemos haber elegido y que en realidad nos eligió a nosotros.
Hemos vuelto a coincidir y siempre ha sido alrededor de una mesa, engullendo un bacalao excelso en el txoko de Javier o unas croquetas en la Marina de, otra vez, Valencia, o los sandwiches de su camerino cuando vinieron a mi pueblo a tocar. En ninguna de aquellas ocasiones nos sumergimos demasiado, pero creo que estas cuatro horas de conversación, sin comida delante, a miles de kilómetros de distancia, han servido para confirmar lo que yo, al menos, intuía.
Estoy seguro de que más pronto que tarde compartiremos algún escenario y las cervezas de después, y de que retomaremos esta conversación sin fin y sin final. Y nos daremos el abrazo que necesitamos.
(Podréis leer la segunda parte de esta conversación en la próxima entrega de Las voces contadas)
Foto: Jordi Santos.