
El músico y escritor Ricardo Lezón aborda la cuarta entrega de Las voces contadas con la versátil Maika Makovski (Palma de Mallorca, 1983), uno de los grandes talentos del panorama musical estatal, en una apasionante charla de músico a música.
La primera vez que escuché hablar de Maika fue en el verano de 2012, cuando llegué a La Mina, el estudio que capitanea Raúl Perez, para grabar Las Orillas (Subterfuge, 2012). En aquel entonces, La Mina estaba en Espartinas (Sevilla), en una vieja casa de campo rodeada de una selva que en su día fue jardín y que se había adueñado de todo. Si te abrías paso por ella, machete en mano, llegabas hasta una vieja cancha de baloncesto que resistía allí como si fuese una ruina maya.
Dos leones de piedra y un olivo vigilaban la entrada a la casa. Era también la primera vez que iba a La Mina, y comprobar que toda aquella sensación de libertad y naturaleza era inseparable de la forma de trabajar y de vivir la música que tenía y tiene Raúl fue lo mejor que nos podía haber pasado. El caso es que apenas habíamos dejado las maletas cuando Raúl nos habló de Maika. Ella acababa de grabar allí Thank You For The Boots (Warner, 2012), y él estaba encantado con la experiencia. Yo tenía la idea de contar con una voz femenina en las canciones y él me dijo que Maika era un acierto seguro.
No salió, entre otras cosas por mi proverbial vergüenza para pedir estas cosas. Me arrepentí mucho y unos años después, en la sala El Sol de Madrid, mientras cantaba “Por Fin Los Ciervos” junto a Ramón (The New Raemon) y se nos unió Maika, me arrepentí más. El nombre de Maika siempre ha aparecido en lugares y momentos relacionados con la naturaleza, y ahora, que hablamos por skype, ella lo hace desde un bosque cercano al mar en su isla de Mallorca.
Prince tiene una canción en la que dice “tengo dos caras y son las dos amigas”. Me ha costado muchísimo sentir que no soy un opuesto, sino que soy complementaria. He llegado a entenderme, y eso ya es decir mucho. A veces tengo más conflicto con la Maika social. Cuando subo a un escenario, al igual que cuando estoy abajo, quiero que la gente se sienta a gusto, y hay días en los que estoy más para adentro y me cuesta mucho hacer el clic.
Cada vez son menos, porque cada vez entiendo mejor que no hay error, que no hay problema, pero sí es donde tengo más conflicto: me cuesta lo que llaman small talks, las pequeñas conversaciones o interacciones que rodean un concierto, me siento más descolocada cuando estoy diciendo “qué tiempo mas bueno hace” que con la parte más íntima, que es la de estar sintiendo el concierto a tu manera o haciendo canciones en tu habitación.

Esta es una profesión muy esquizofrénica. La extroversión del escenario junto a la introversión de componer y escribir. Ha sido una terapia de shock para mí, que en ocasiones me ha hecho daño. Para mí es mucho mas cómodo crear un mundo alrededor de mi parte introvertida que tener que mostrarme, e incluso tener que hacer que me conozcan. Yo siempre he sido más de tocar y esperar a que ocurra algo que de tener que hacer que me escuchen.
A mí, tener que salir a un escenario me ha ayudado a enfrentarme a todo de una manera mucho más segura. Realmente, me ha ayudado a vivir sin esconderme. Comenzó siendo una tortura y se ha convertido en el lugar donde mejor me siento. Yo en el escenario me siento muy bien, siento que es mi profesión. Es un lugar donde pueden pasar muchas cosas, donde sé que tengo algo que decir. Me gusta la comunión con la banda y con el publico. Engancha. La energía circular. Afecta mucho como fluya esa energía circular, que lo que das vuelva, o que seas capaz de devolver lo que te llega.
Se puede ser más o menos permeable a lo que ocurre al otro lado del escenario, y no tiene que ver, en mi caso, con el miedo a aburrir, sino con no conectar, que quizás sea lo mismo. Yo me cargo con el peso del concierto. Doy mucho, y si no recibo, me quedo con la impresión de que la culpa es mía. Quiero que quienes vienen a verme se vayan con algo que no tenían antes.
“Me cargo con el peso del concierto: doy mucho, y si no recibo, me quedo con la impresión de que la culpa es mía, porque quiero que quienes vienen a verme se vayan con algo que no tenían antes”.
Ví en directo a Maika por primera vez en el precioso Teatro Arriaga de Bilbao, con la gira de Chinook Wind (WEA, 2016). Era una Maika más sosegada, pero detrás de ese sosiego, estético y formal, detrás de esa sutilidad, estaba también toda esa fuerza salvaje que explotó la siguiente vez que compartimos escenario, en la presentación del MaF en Málaga. Si en Bilbao era como acariciar a un tigre, en Málaga era como cortarte con un diamante. Voy cambiando en cada disco: hago lo que quiero, lo que siento en cada momento. No tengo más pretensión que hacer la música que quiero hacer.
Tener toda esa fuerza y, sobre todo, la capacidad de manejarla y canalizarla y dejarla salir en la forma y manera que uno necesita, es algo formidable. Hablando de eso llegamos a Howe Gelb, admirado líder de Giant Sand con quien encuentro sensaciones parecidas cuando le escucho en directo a las que encuentro cuando escucho a Maika. Gary Snyder lo explica muy bien en su magnifico libro La Practica de lo Salvaje; Lo salvaje, tantas veces despachado como caótico y brutal por los pensadores civilizados, responde en realidad a un orden imparcial, implacable y hermoso”. He escuchado muchas veces el nombre de Maika junto al de PJ Harvey. Cuando eres mujer, te comparan con una mujer. Yo, de lejos y cada uno por su camino, vislumbro al gran Howe.

Me distrae estar pendiente de logística, de facturas, de pagos. Me gusta no tener que estar preocupada por el dinero, pero nada más. El dinero no me mancha, ni me contamina, ni me condiciona a la hora de componer ni de dirigir mi carrera. Estoy libre de eso. Confío mogollón en mi suerte y en mí, y por eso no tengo el vértigo de creer que me van a dejar de contratar.
Hablando de cómo el paso al profesionalismo puede influir en la creatividad o en el hecho de vivir la música de una manera u otra: No acabé Bellas Artes, pero aún tengo un caballete en mi cuarto aunque mi ritmo de pintar es muy lento. He estado a punto de montar exposiciones muchas veces, pero aun no me he lanzado. Me gusta que las cosas tengan una cohesión, y cuando la encuentre lo haré. He hecho el experimento de forzar y nunca me ha funcionado, así que voy a esperar a que llegue la ola. En eso coincidimos plenamente.
“Confío mogollón en mi suerte y en mí, y por eso no tengo el vértigo de creer que me van a dejar de contratar”.
Para salir del farragoso mundo de las facturas, pagos y estudios, hablamos de música, que al fin y al cabo es lo que más nos mueve. Ahora me he obsesionado con el Ex Yu Rock, que no es otra cosa que rock yugoslavo de los años 70. Estuve en Croacia hace poco, y encontré una tienda regentada por Darko y su hijo Ian, y me descubrieron un montón de bandas. Estuvimos escuchándolos a todo volumen durante cuatro horas. Bandas bosnias súper bizarras, guitarras metaleras. Van pasando los años y cada vez te flipan menos las cosas, y descubrir de pronto esto, te da un subidón de la leche.
Le cuento que un amigo de Facebook, que ya no está con nosotros, tenía una sección preciosa que se llamaba Portadas de discos, que cuando las veo, los pongo. Cuando veo la portada del Dirty Mind (Warner, 1980) de Prince, lo pongo porque siempre me hace bien. También hago playlists de canciones de rock. Tiendo hacia los años setenta. Para un ochentero como yo, es difícil encajar los setenta, es una época poco explorada. Hay muchos discos de finales de los setenta que ya son ochenteros. Los sesenta se me quedan muy naïf, en cambio los setenta son más crudos. Me flipa el sonido de esa época. Donna Summer, por ejemplo.

Al final coincidimos con los primeros discos de The Cure, punk setentero con fondo ochentero. ¿Y las letras?. Le hablo de “Not in Love”, que me llega como lo haría un poema tan directo, sencillo y claro como potente. Tan bien escrito. Me importan tanto las letras que yo, que soy de quienes si no acaban una canción en dos horas la deja para siempre, ha habido veces que he escrito letras tan valiosas para mí que me he empeñado porque la letra me hacía sentir algo. También me ha pasado al contrario: dejar una canción porque la letra no iba. La letra tiene que ir de la mano de la música y es muy importante decir verdades humanas, no importa que sean triviales. Muchas veces lo que más me emociona es algo trivial o pequeño. Mis discos son más conceptuales por letra que por música.
Hablamos del torrente de prisa que lo arrastra todo. Los singles, los discos, las carreras, los videoclips. Todo. Y de la imposibilidad de detenerlo y la dificultad de adaptarse. Empieza a haber un relevo generacional en el rock, pero van por unos canales tan distintos que cada vez me veo más mayor. Vamos a acabar tocando en cruceros, jajaja. Es complicado domar todo esto, se te va el alma en adelantos, teasers, bla, bla, bla… yo solo quiero tocar mis canciones.
“Empieza a haber un relevo generacional en el rock, pero van por unos canales tan distintos que cada vez me veo más mayor: vamos a acabar tocando en cruceros, jajaja”.
Con los festivales también tengo una relación complicada, es una relación dolorosa cuando tu música no se adapta bien a ese formato, en cambio con el disco nuevo que es más extrovertido, seguro que irá mejor. Hablar de esto nos lleva de nuevo a la conexión con el público y con el lugar, y a un miedo del que Maika me habla varias veces: el miedo a aburrir.
Ese miedo esta muy presente en los festivales, donde la música cada vez parece ser menos el eje. De todas formas, como escribió Gerald Brenan, “Todo el mundo es aburrido para alguien. Eso no es importante. Lo que hay que evitar es ser aburrido para uno mismo”. A diferencia de los conciertos con banda, en mi formato en solitario siento la necesidad de actualizarme. Necesito tocar cosas nuevas. Si no estoy tocando cosas nuevas o de una manera distinta, me siento como una impostora. Necesito sentir que estoy dando algo vivo. Antes de la pandemia había perdido un poco la emoción adolescente de salir a tocar, ahora la tengo otra vez. Todo va junto.

Mientras veía desde el camerino del viejo Cine Albéniz a Maika en el escenario, fundiéndose con su piano, envolviendo con la voz cada esquina, formando un tornado del que no se podía salir, pensaba para mis adentros que es imposible teatralizar eso, no se puede hacer si no lo estás sintiendo. Por eso escucharle hablar de imposturas se me hace tan extraño. Cuando terminó su actuación, cuando el tornado Maika se detuvo y cada cosa volvió a su sitio, cantamos juntos una canción. Ella al piano, Jaime al teclado y yo a la guitarra. La canción es mía pero era yo quien titubeaba y me equivocaba, ella le dio vida y entonces volví a arrepentirme de no haberle llamado hacia diez años para que cantara en el disco.
Quién sabe, quizás algún día.