Cualquier placer sencillo es susceptible de convertirse en refugio, pero a la hora de construirlos debemos recordar dónde hemos guardado las llaves, para que el refugio no se convierta en una cárcel.
Esta mañana, como cada día, estuve viendo La Resistencia. Ver La Resistencia mientras desayuno es un hábito desde hace ya mucho tiempo. Una de esas rutinas raras que se instalan en el día a día como por inercia sin que uno pueda hacer gran cosa por evitarlas. Cuando alguien me dice que La Resistencia perdió la gracia yo respondo que “ya” y me encojo de hombros. El invitado del programa fue Jorge Drexler. Estuvo simpático e interpretó una canción antes de marcharse.
Hace unos días había visto otra entrevista suya en el podcast de Ricardo Moya, El sentido de la birra, que recomiendo no tanto por los entrevistados como por el entrevistador, lucidísimo, en especial los días en que parece encontrarse bajo los efectos de alguna sustancia psicotrópica. Jorge Drexler está presentando su nuevo disco, Tinta y tiempo (2022), por lo que no es extraño que en los últimos días me haya encontrado con varias entrevistas suyas.
«Alguien dijo que «Al otro lado del río» merecía el Óscar, sí, pero también el Premio Nobel de la Paz».
Cuando terminé de desayunar, ya en la ducha, seguí pensando en el compositor uruguayo, al que sigo desde hace años. ¿Pero cuántos? ¿Cuál fue la primera canción suya que escuché? Tal vez «Al otro lado del río», aquella pieza hermosísima con la que ganó el Óscar a la mejor canción original en 2004, y que formaba parte de la película Diarios de motocicleta. Alguien dijo que ese tema le hacía merecedor del Oscar, sí, pero también del Premio Nobel de la Paz. Ese «Rema, rema, rema… » inolvidable.
Pero incluso siendo cierto que fuera esa la primera canción suya que escuché, seguro que no fue con la que me convertí en un verdadero fan de Jorge Drexler, sino con otra que ni siquiera había escrito él: «Me agarraste». «Me agarraste» es una canción de Quique González en la que colaboró Jorge Drexler.
Un año después de publicarse en el disco La noche americana (2005), «Me agarraste» apareció también en el disco en directo Ajuste de cuentas (2006). También entonces Quique contó con Drexler para interpretarla. Fue esa versión la que puse al salir de la ducha, mientras me vestía de cualquier manera y me peinaba con las manos.
Ante una mañana llena de incertezas, los primeros acordes me hicieron sentir arropado y tranquilo, como si hubiera entrado en un espacio seguro y familiar. Esa canción que llevaba años sin escuchar era sin duda un refugio para mí. Los coros de Drexler alejando el micro, la guitarra de Carlos Raya, la melodía, la letra («Estaba a punto de comprar el periódico de ayer, pero tú me avisaste de lejos»). Me puse los cascos. Cuando salí de casa aún sonaba «Me agarraste»: «Cuando vi luces encendidas, me quedé a esperar / Cuando te diste por vencida, lo pasé fatal».
Entonces recordé a Vernon Subutex, el adorable, golfo y patético protagonista de la serie Vernon Subutex, basada en las novelas de Virgine Despentes. A Subutex, expropietario de una mítica tienda de discos parisina, le acaban de desahuciar de su casa, lo que lo sumerge en una profunda apatía. Es como si de pronto fuese consciente: hace años que la fiesta se ha terminado. Pero incluso en sus peores momentos se pone música, y qué música.
«En la vida hay que buscar refugios para ganarle terreno a la intemperie y a la incertidumbre: una canción puede ser un refugio, también una película o una serie».
Cada vez que le echan de la casa de algún amigo de los viejos tiempos, él coge sus cascos de diadema negros y le da al play. Entonces suena alguna canción, como «Something On Your Mind», de Karen Dalton, y para él, pero también para el espectador, la vida tiene otro aire, otro color. Subutex se refugia en la música y los demás nos refugiamos un poco con él.
Después, caminando por la calle, me fijé en un busero que tenía su autobús parado y vacío. Estaba leyendo una novela de bolsillo y pensé que también aquel señor tenía sus propios espacios seguros. Yo creo que en la vida hay que buscar refugios para ganarle terreno a la intemperie y a la incertidumbre. Y cuantos más refugios, mejor. Una canción puede ser un refugio. También una película o una serie: Friends, La gran belleza, Los Soprano, Larry David son mis refugios. Un amigo es un refugio y un amor y un bar. Una ciudad. Una playa. El sabor de un helado conocido, el olor de la casa de la abuela.
Cualquier placer sencillo es susceptible de convertirse en refugio, como ponerse al sol a primera hora sin pensar en nada; cualquier placer grave puede ser un refugio, como un recuerdo triste y cálido. Escribir es un refugio. Cada libro que leo es un refugio. Cuando el presente me da miedo, me refugio en el pasado: me meto en la cama y obligo a mi mente a viajar hacia atrás, como las nécoras. Cuando quiero tranquilizarme, me refugio en el futuro, como dijo Ricardo Piglia: «dentro de diez años me voy a reír de todo esto».
A la hora de construir nuestros refugios lo único que debemos recordar es dónde hemos guardado las llaves. Para poder salir: para que el refugio no se convierta en una cárcel (ya se sabe que a menudo el peor carcelero es uno mismo). Pero también para cerrar por dentro y que el mundo no nos moleste. Yo pienso seguir defendiendo mis refugios, como ver La Resistencia todas las mañanas, mientras desayuno, aunque todo el mundo me diga que ya no tiene gracia.